Capítulo XXI

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Memoria

Unos tres años atrás Sofía de Evans se había levantando de su cama y como hacía todas las mañanas, tras prepararse el desayuno y ver salir a su esposo, que llevaba al chico al colegio, se sentaba en la mesa del comedor, abría los ventanales para que el sol matutino iluminara y calentara los espacios y el aire se reciclara dentro, eso mientras iba llenando su estomago con la jarra de café que necesitaba para poder iniciar y arrancar los motores; y mientras el aromático brebaje negro hacía su milagro, ella leía los periódicos.

Lo normal era ver los titulares, algo de noticias diarias, a quien robaron, asaltaron, mataron; poco le interesaban las opiniones políticas, se saltaba los deportes, nunca los entendió; se hacía el crucigrama, veces intentaba un sudoku, tomaba el diario así una hora de su tiempo y finalmente revisaba los obituarios. Con sus cincuenta ya cumplidos sentía que todos los días algún conocido aparecía.

Y así fue, la defunción de una señora, tenía según la nota unos setenta y dos la difunta; una larga convalecencia, aclaraba el obituario. Y la mujer era importante, prácticamente toda la pagina estaba llena de notas de distintas firmas, desde comerciantes a empresarios, de oficinas de políticos y del gobierno, a bufetes de abogados y direcciones de centros médicos.

Sofía no pretendía salir esa mañana, había estado de reposo, tenía desde hacía tiempo esas pequeñas migrañas, que a veces se sumaban y llegaban finalmente a ser un verdadero dolor de cabeza. La mayoría de las veces bastaba un poco de licor, un vaso pequeño de whisky bien frío; en otras el medico le recetaba unas pastillas. 

A la mujer la enterraban esa tarde; la misa iba a ser hoy en la mañana, decía la nota.

Sofía subió y se cambió de ropa. Tenía poca ropa apropiada para algo así; sin embargo logró armar un juego sencillo, una falda negra y discreta a media rodilla; una blusa gris de mangas largas, un chalequillo negro a juego con la falda; unos zapatos a medio tacón negros, que solía usar cuando iba al mercado; normalmente usaba de tacón completos, de esos que la elevaban unos diez centímetros por encima de su talla; ella era alta, así de elevada solía destacar por encima de todos los presentes.

Llegó a la misa a golpe de diez de la mañana, misa que se iba a realizar en la propia funeraria cuando esta ya iniciaba. Ella se ubicó atrás, en los últimos asientos. Esperaba una mayor concurrencia, dada incluso la cantidad de avisos en la prensa presentando sus condolencias y respetos; pero en el lugar no habían más de una docena de presentes. Miró al frente, reconoció al anciano y a los dos señores a sus lado. Era el esposo y los hijos de la difunta. Que diferencia traen los años; no los veía desde hacía casi treinta. Aquellos hombres que acompañaban al anciano, estaban fofos, mayores, uno de ellos casi calvo, el otro con lentes gruesos que se notaba que apenas podía ver más allá sin esos culos de botella que tenía puesto; no habían rastros de aquellos chicos jóvenes, que atraían a las chicas de la alta sociedad y que era considerados en esos viejos tiempos como los solteros más cotizados del lugar. El anciano seguía casi igual a como lo recordaba, más encorvado, quizás algo más gordo y más canoso, y ahora necesita bastón para andar.

Y mientras la misa se desarrollaba y hablaba el cura en turno, Sofía sólo recordaba. Recordaba haber sido una niña hermosa y mimada, no le faltó nada, tuvo todo lo que quiso siendo niña, incluso el pony que tras su niñez cambió en su juventud por potros pura sangre. Le gustaba montar en esa época. Su primera regla le llegó a los trece montando uno de ellos. Culpó entonces al caballo antes de entender que se había vuelto mujer.

El volverse mujer trajo nuevos retos y ella siempre iba adelante. Enamorada del vecino, ya no se acordaba el nombre de ese chico, las pastillas, era culpa de las pastillas, estaba perdiendo la memoria; como es posible que no recuerde el nombre del vecino de toda la vida y el primero con quien se acostó cuando celebraba sus quince años. Pero eso no importaba ahora. Se había divertido y le gusto el sexo desde entonces, incluso con aquel cobarde muchacho, asustado que los encontraran escondidos en uno de los múltiples cuartos de la mansión familiar mientras la fiesta abajo se desarrollaba.

Obligado - Serie: Étoile Producciones - 01Donde viven las historias. Descúbrelo ahora