Capítulo 2

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No le alcanzaba con dejarlo sin papel higiénico, además tenía que humillarlo, ignorarlo, menospreciarlo, y, por supuesto, decorar todo eso con unos cuántos comentarios irónicos.

—¿En verdad te cuesta tanto cambiar el rollo de papel higiénico?

No podía ver su rostro, porque el blondo estaba de espaldas a él, pero no lo necesitó para saber que otra sonrisita idiota se había asomado en sus pálidas facciones. Apretó los puños y, cuando oyó a Draco contestarle, sintió que la rabia ya no era una débil ráfaga en sus piernas, sino un pequeño duendecillo trepado en sus hombros que le tapaba los ojos y le gritaba insultos groseros en los oídos.

—¿En verdad te molesta tanto tener el culo sucio,  Potter?

Dos grandes zancadas le bastaron para llegar donde se encontraba aquel joven que en aquel momento tanta amenaza suponía para él. Se acercó tan bruscamente por detrás, que la mitad izquierda de su torso chocó con la mitad derecha de la espalda de él. Lo sintió estremecerse, lo sintió a pesar de que el blondo intentaba disimularlo bastante bien. Lo sintió porque sus piernas flaquearon levemente, y por unos cortos instantes su mirada se alejó del periódico, pero retomó el rol de indiferencia que le correspondía en dos segundos.

—¿Todavía no piensas cambiar el rollo de papel higiénico, grandísimo patán?

Su sonrisita de suficiencia. Sus ojos bailando a través de las noticias. Su índice contra su lengua. El sonido de la hoja del periódico al darse vuelta.

—Entretenido tu repertorio de insultos de hoy, la verdad. Y no, no pienso cambiar el rollo de papel higiénico, cara rajada.

Otras enormes ganas de meter su mano por su boca, arrancarle el hígado y tirarlo contra la pared. Ganas de tomarlo por las caderas y penetrarlo en una sola estocada, de hacer que grite con sus embestidas, de escuchar su nombre saliendo entre gemidos de su boca. Porque, aunque no lo admitiría ni aunque lo obligaran a tomar un caldero enorme de Veritaserum, en el fondo  le gustaba  que lo mirara como a un repugnante insecto aplastado, que lo ignorara (O al menos intentara hacerlo) cuando lo sermoneaba acerca de rollos de papel higiénico, que emita esa sonrisita de una superioridad que no poseía, o que mojara su índice contra su lengua una y otra vez.

Unos cinco segundos lentos y tormentísimos transcurrieron en silencio, Draco leyendo el periódico (O por lo menos fingiéndolo) y Harry imaginando las mil y una maneras de poseerlo de manera eufórica sobre la mesa de la cocina. Iba llevar nuevamente el dedo índice hacia la lengua, cuando una mano que emitía un calor abrasador lo tomó del codo y le impidió moverse.

—Ni se te ocurra hacer eso otra vez.

No supo muy bien el cuándo (Y mucho, muchísimo menos el cómo), pero el último recuerdo consciente que tuvo fue el haber volteado el rostro hacia la mano que sujetaba, con una fuerza que no sabía que el ojiverde tenía, su codo. Consciente porque en el momento en el que unos labios chocaron de una manera brutal contra los suyos, perdió cualquier pensamiento cuerdo que pudiera existir en su cerebro. Y se olvidó de aquel plan de tortuosa indiferencia, de rodar los ojos y leer el periódico, incluso de emitir alguna sonrisita de autosuficiencia.

La lengua de Harry exploró toda la boca del joven rubio, que quiso no parecer tan condenadamente desesperado al responderle, pero el tenso torso que se frotaba contra su espalda no le permitía concentrarse ni un puto segundo en cómo tenía que actuar Draco Malfoy. Cuando dejó de besarlo intentó voltearse, para quedar frente a frente, lo intentó pero aquella mano caliente seguía cerrándose fuertemente sobre su brazo, y al amagar que iba soltarse simplemente logró que con un movimiento del moreno, estuviera obligado a mostrarle donde sus cabellos se convertían en piel: su nuca.

Sintió que los dedos del moreno se relajaban un poco y dejaban su brazo en libertad, y ambos brazos cayeron con un estrépito contra la mesa de la cocina, tampoco quiso que aquello fuera acompañado por un gemido, pero estaba tan aturdido y tan jodidamente excitado que no podía controlar sus actos, y mucho menos al sentir como un notable bulto crecía contra su nalga derecha. Es que todo era tan extraño que ni siquiera recordaba el momento en el que ambos se hubieran quitado la camisa, pero lo cierto es que ahora tenían el torso desnudo y no estaba seguro de si aquello le desagradaba.

El ojiverde deseaba apartarse de él, porque, después de todo, seguía enfadado, pero su entrepierna palpitaba tanto que estaba completamente seguro de que si se alejaba iba a desintegrarse y convertirse en cientos de pedacitos de porcelana; y sólo podía restregarse con cólera contra la nalga derecha de Draco. Su mano derecha cobró vida propia y se deslizó desde la cintura del rubio hasta donde el vientre pierde su nombre, y joder que estaba tan caliente y palpitante que simplemente no pudo evitar apretarlo con un deseo que no supo cuándo comenzó a controlar sus movimientos.

Mientras la mano derecha continuaba masajeándolo, su mano izquierda se dirigió hasta el botón del pantalón del rubio, que continuaba intentando (con poco éxito, a decir verdad) no moverse tanto, no frotarse obsesivamente contra la mano del moreno. Al conseguir desabrochar el botón, tiró de los pantalones del muchacho bruscamente, y sus manos (Que de un momento a otro se volvieron torpes, como si intentara enhebrar una aguja) desprendieron sus propios jeans que cayeron al suelo junto con sus calzoncillos.

No supo el momento en el que lo decidió, aunque francamente creía no haberlo decidido, sino haber actuado por instinto; el asunto es que se inclinó hacia delante de manera repentina y sus manos atrajeron las caderas del rubio, como en una embestida a través de la ropa interior de Draco. Lo vio arquearse contra él y nunca pensó que la curva de su espalda se vería tan desgraciadamente bien, lo escuchó gemir (Esta vez gemir en todo el sentido de la palabra) y aunque no podía verlo sabía que cerraba sus ojos fuertemente.

—¿Quieres que te folle ahora, verdad? —inquirió el ojiverde, bajando lentamente los calzoncillos del rubio, como en una disimulada caricia a sus piernas.

—Si lo único que vas a hacer es decirlo, preferiría que tengas sexo con una manzana, gracias —no estaba en sus planes que su voz saliera tan ronca, ni tampoco estremecerse al sentir el miembro desnudo de Harry rozar sus muslos, ni mucho menos jadear de esa manera cuando aquellas manos se cerraron sobre sus caderas, y un vientre demasiado caliente y sudado como para ser normal comenzó a acariciar sus nalgas.

Harry comenzó a ladear su cintura lentamente, de izquierda a derecha, mientras su entrepierna rozaba continuamente el orificio del ex – Slytherin que se encontraba de espaldas a él. Podía notar perfectamente como su cuerpo respondía a su tacto, resaltando los músculos en su espalda, y era tan exquisito que no sabía cuánto tiempo más soportaría. Y el rubio continuaba apoyado contra la mesa de la cocina, con las manos sobre el periódico, que lentamente comenzaba a arrugarse bajo los espasmos tensos que lo recorrían, y provocaban que sus manos se cerraran contra el papel.

Su lengua se posó en la parte superior de su espalda, y recorrió un camino lento hasta llegar a su nuca, lamiendo el lunar que tenía en dónde la nuca se mezclaba con sus cabellos dorados. Los dedos de su mano derecha volvieron a cobrar vida y casi sin saber bien cómo abrazaron el miembro de Draco, que maldijo por lo bajo y se movió hacia delante y hacia atrás, buscando más fricción entre la piel de su palma y su entrepierna.

El rollo de papel higiénicoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt