Parte 2

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Debido al trabajo de América siempre estaban mudándose de un lugar a otro.

Usualmente en las grandes ciudades la nación americana poseía departamentos de un tamaño razonable, no tan grandes ni tan pequeños, perfectamente amoblados y cómodos para sus necesidades. Pero en zonas menos urbanas tenía unas casas impresionantes, de muchas habitaciones y rodeadas de grandes campos verdes.

Precisamente se encontraban en una de ellas.

La favorita de América.

Eventualmente y cuando América tenía vacaciones (una o dos veces al año, en el mejor de los casos, tres) volvían a esa casa para pasar tiempo juntos, y con la gran familia que se formó allí, y por supuesto, con el pasatiempo favorito del americano: sus caballos. Específicamente a su yegua favorita "Penélope" en la que fielmente salían a dar una vuelta por las tardes.

Era uno de los momentos que más atesoraba en su memoria.

Su lugar favorito de la casa era sin lugar a dudas el estudio, ambiente que América acondicionó especialmente para él, también estaba el cuarto de pintura, pero el estudio era una joya. Estaba lleno de libros antiguos, colecciones especiales, o algunos best sellers que disfrutaba colocados en hermosas estanterías de madera y amoblado con hermosas piezas de madera restauradas, fue un detalle lindo de parte de América cuando se mudaron juntos hace un año y medio, motivo por el cual de todas las propiedades de la nación americana esta era su favorita también.

Era una zona rural, bastante tranquila, a kilómetros del bullicio de la ciudad más cercana.

Muy contrario a como se sentía ahora.

A lo lejos pasos fuertes retumbaban en la madera indicando enojo y molestia, detrás de ellos unos más apresurados y tímidos rompían con aquella tranquilidad y poco a poco el eco de las voces se hacía cada vez más claro.

—¡se-señor no puede ingresar!

Podía reconocer aquella voz.

Alan, uno de los empleados de la casa, siempre atento y muy educado. América lo conoció en la calle, un chico de 16 años que había tenido muy mala suerte en la vida, llena de decisiones equivocadas y amistades nada productivas. Por suerte el amable corazón de América vio más allá de un joven echado a perder para el resto y le dio una oportunidad. Trabajaba en esta propiedad, o en otras dependiendo de a dónde se moviera América, solo medio tiempo y luego se dedicaba a sus estudios.

Casa, comida, educación, un trabajo digno y amistad eso era lo que les ofreció América a todos los empleados que trabajaban en sus diversos hogares. Pero para América ellos eran más que solo empleados, ellos eran su familia y todos estaban agradecidos con América por considerarlos de ese modo. Hacían su trabajo felices y se reconocían así mismos como parte de la gran familia del representante de su nación.

Era raro escuchar gritos o atisbos de ellos de parte de los amables trabajadores, usualmente los gritones eran América y él, pero bueno, nada como lo que oía ahora.

Aunque tenía la leve sospecha de quién podría estar llevando al pobre Alan a la desesperación.

—¡Silencio! ¡Estos asuntos son entre naciones no le competen!

Sabía que este día llegaría.

Sabía que algún día lo tendría frente a él, aunque muy en su interior deseaba jamás hacerlo, pero dada la circunstancias era tiempo de enfrentarlo.

No se preocupaba por sí mismo, era claro que de alguna u otra manera podría manejarlo, le preocupaba aquel que yacía dormido en su regazo. La persona a la que tanto amaba y posiblemente nunca dejaría de amar sea cual sea su destino, aquel chico de sonrisas gigantes, pero de corazón frágil, el que se esconde tras una fachada de héroe pero que se considera a sí mismo insignificante.

ReemplazoWhere stories live. Discover now