Parte 4

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Las lágrimas en su rostro se extinguieron junto con sus lamentos al caer rendido al sueño. Aferrado fuertemente a su camiseta, lo sostuvo entre sus brazos y lo llevó a su habitación. Lo acomodó con delicadeza en medio de las mullidas sábanas y se sentó a su lado acariciando su rostro, acomodando su cabello y secando lágrimas en sus mejillas.

Un gesto de preocupación invadió su rostro.

No le gustaba cuando Arthur usaba sus hechizos con él.

Si, América lo sabía. Probablemente lo supo desde que comenzaron a salir por el modo en el que Arthur insistía en hacerlo dormir entonando suaves melodías.

Primero pensó que era debido al profundo cansancio que acarreaba en aquellas épocas tan oscuras, pero luego se percató del aire místico que emita su voz, en las suaves caricias en su cabello que lo relajaban ni bien lo tocaba y en el brillo de sus ojos verdes tan profundo y hechizante que por más que se esforzara no podía mantenerse despierto más de un minuto.

Definitivamente algo mágico.

Jamás se lo dijo o hizo algún comentario al respecto y si bien al principio era algo incrédulo, poco a poco empezó a atar cabos. No fue muy difícil de todos modos debido a que, de cierta manera, había crecido "rodeado" de magia.

Pero no dejaba de preocuparlo el modo en que Arthur se debilitaba cada vez que lo hacía.

Justo como ahora.
Pero al mismo tiempo completamente diferente.

Usualmente cuando despertaba se encontraba con el rostro sonriente pero cansado de su novio, acariciándole el cabello y besando su rostro con infinito amor para luego dormir entre sus brazos.

Pero hoy lo que vio fue un rostro lleno de lágrimas y dolor, que se aferraba a él con desesperación.

Apretó los puños con fuerza y se soltó del agarre de Arthur con suavidad. Se paró dejando una sutil caricia en el rostro dormido de su amado junto con un beso en su frente y salió de la habitación.

De inmediato se encontró con Alan fuera de ella dando vueltas preocupado. Al notar su presencia el joven se acercó susurrando miles de "lo siento" que confundían a la nación americana. Lo tomó por los hombros deteniendo sus murmullos y le pidió calmadamente que se explicará.

Alan tomó aire y habló.

No lo interrumpió ni mucho menos hizo preguntas, simplemente escuchó el relato de los sucesos del chico, que muy preocupado por Arthur, se había regresado de medio camino hacia la universidad para corroborar que todo estuviera bien. Pero solo había logrado ver cómo un colérico Inglaterra se retiraba en su auto.

Poco a poco la confusión y el enojo se instauraron en el pecho de América haciéndole difícil respirar.

Agradeció a Alan por su preocupación, y el joven se retiró dejándolo solo con sus pensamientos fuera de la habitación donde Arthur dormía.

Sacó su celular de su bolsillo y lo desbloqueó ubicando rápidamente el calendario.

Dos semanas.
En dos semanas se llevaría a cabo una reunión en la sede central de las Naciones Unidas.

Inglaterra estaría allí.
Y estaba ansioso por verlo.
Pero no con ese sentimiento de anhelo que le dejaba un sabor agridulce en la boca.
Sino con amargura en los labios y oscuridad en su corazón.

  Sino con amargura en los labios y oscuridad en su corazón

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