El baile

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El día tan esperado había llegado: esa noche se celebraba el baile en el palacio de William. Durante la semana habíamos estado organizando todos los preparativos: limpieza, comida, preparación de habitaciones... todos en el palacio trabajábamos sin cesar, y aunque estaba muy cansada, no podía bajar la guardia: por la noche habría mucho trabajo por hacer. 

— ¿Por qué no te das un respiro? — preguntó Théo. Esas semanas había conseguido cazar bastante, y me alegraba saber que mi familia estaba mejor. Mi padre seguía como siempre, en la librería. 

— Hay muchas cosas por organizar aún. Tengo que ir antes a palacio para los preparativos. Por cierto, esta noche me quedaré a dormir con las demás criadas. Será muy tarde cuando todo acabe. 

— Está bien — dijo Théo poniéndose el abrigo de caza —. Pero como aquél estúpido príncipe y sus demás amiguitos se pasen con vosotras, les daré una paliza. 

Reí. La imagen de Théo pegando a los amigos de William era graciosa. Me despedí de él y junto con Éclair nos dirigimos hacia el palacio. 

Tardé unos quince minutos hasta llegar a palacio. Fuera habían diversos carruajes: los invitados ya empezaban a llegar. Miré el reloj: las siete de la tarde. 

— Vamos, niña, tienes que cambiarte — dijo Marie apresuradamente. Esa noche no íbamos vestidas con nuestros ropajes habituales: llevábamos faltas más largas y nos teníamos que mudar más. Me recogí el pelo con un moño alto y me puse el colgante de mi madre. 

Marie me mandó ir hacia la cocina para empezar a subir platos. La cena se hacía en la gran mesa del comedor, y había unos cien invitados. Según me habían dicho, habían venido príncipes y princesas de reinos muy lejanos.

— Es una muy buena oportunidad para que el señor encuentre una pretendienta. Además, verá a príncipes de otros reinos con los cuales comparte tierras. Podrán hacer negocios — Marie explicaba todo con mucha ilusión; se notaba que hacía tiempo que no venía mucha gente a palacio. 

Seguí las instrucciones que Marie me dio y finalmente bajé a la cocina. Por las escaleras me crucé con William: se había puesto ropajes elegantes y llevaba el pelo recogido en una pequeña coleta. Su barba estaba perfectamente arreglada, pero su rostro seguía serio y duro como siempre. Durante aquella semana, había intentado evitar encontrármelo: desde el día del establo prefería no hablar con él. Después de todo, había quedado claro que yo era una simple pueblerina. 

— Buenas noches, señorita Céline — saludó. Su voz era profunda y estable. Lo miré: era muy elegante. 

— Buenas noches. 

— Debo decir que todos os habéis mudado mucho esta noche. Está, si me lo permite, hermosa, señorita Céline — aunque su tono no era cálido, parecía sincero. Yo seguía molesta con su soberbia. 

— Gracias.

— ¿Sigue enfadada por lo del establo? — levantó una ceja, curioso. 

— Si quiere que sea sincera, sí. Ahora, si me disculpa, tengo trabajo. Es una noche importarte para la gente que no es del pueblo. 

Bajé las escaleras con el corazón latiéndome con fuerza. Sabía que estaba arriesgando demasiado, pero no soportaba el carácter de aquél hombre. Trataba a todos con menosprecio, y parecía olvidar que todos los que trabajábamos allí se lo hacíamos absolutamente todo. 

La ceremonia tuvo dos partes: en la primera, se presentaron a todos los miembros de la realeza que habían asistido al baile. Las mujeres iban vestidas con vestidos lujosos, repletos de piedras preciosas y telas provenientes de otros continentes. Los hombres también iban mudados y elegantes, dignos de la realeza. El baile comenzó, y muchas parejas salieron a bailar. Me fijé en William: estaba hablando con una princesa que parecía oriental. 

El mar entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora