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Tus oídos están atentos a su voz. Podrías elegirlo en un mar de miles. Su voz hace que los cantantes bonitos que cantan lindas canciones suenen aburridos. Su voz hace que todo lo demás suene feo.❞

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Aún por encima de todo el ruido en el gimnasio, del rechinar de los tenis sobre el suelo, los balones golpeando con fuerza y los gritos de adolescentes sudados jugando, el oído felino de Kurō se había acostumbrado a silenciar cualquier ruido externo y encontrar la voz de Kōtarō en unos pocos segundos.

Sabía cuando entraba a un lugar, cuando salía. Sabía cuando en su voz ocultaba algo, sabía cuando estaba cansado y cuando parecía haber bebido toda la cafeína del mundo.

La voz de Bokuto era un poco peculiar, en su opinión.

No era lo suficientemente gruesa, pero tampoco aguda. Parecía balancearse entre ambas cosas, como bailando en una cuerda floja, inclinándose para un lado o para el otro dependiendo la situación, pero nunca cayendo completamente de un solo lado. Tal vez para algunos esa voz fuera todo un dolor de cabeza, incluso para él lo era a veces, no podía negarlo.

Tetsurō pensaba en ella como un chocolate blanco con muchas chispas de chocolate negro, algo que no alcanzaba a ser claro, pero tampoco oscuro, tal vez un chocolate con leche. No estaba seguro. Un dulce empalagoso, pero a Kurō le daban ganas de probar.

—¡Kurō!

La manita de Bokuto estaba agitándose en el aire para que el pelinegro lo viera, aunque no fuera realmente necesario. Tetsurō sonrió levemente y se quejó desganado como si no le interesara. Bokuto le reclamó con molestia y, para no hacerse más del rogar, el gato se acercó con las manos en los bolsillos, pensando secretamente en lo mucho que le gustaba escuchar su apellido en los labios de su amigo. ¿Cómo se escuchará su nombre de pila? Quería untarlo con chocolate también.

—no grites idiota, ya estoy aquí.

Bokuto recobró el buen humor en un segundo y empezó a relatar con emoción una de sus experiencias totalmente bizarras, y Kurō inevitablemente se perdió en él, aunque actuaba como si le molestara que el más bajo alzara tanto la voz y exagerara todo, sin poder quedarse quieto ni en un solo volumen. Era como tratar con un infante mimado.

Desagradable, si. Muy desagradable.

Pero en el momento en que Kōtarō empezó a reír, Kurō supo que no podía ser más mentiroso consigo mismo.

uno por cuatro dividido en seis. // kurōboku.Where stories live. Discover now