Todos ellos sabían que el amor brotaba como las flores en abril, con paciencia y sin prisas. Pero su amor florecía rojo en el infierno porque era falso, porque ellos no amaban a las personas a las que amaban.
Amaban mancillarlas y poseerlas. Solo qu...
La sangre con violencia borboteó por todos lados y Min Hyuk sonrió. Sonrió con la dulzura tierna de un niño, con la inocencia que no tenía a pesar que la destilaba.
Ese líquido rojo que se derramaba formando ríos, charcos carmesí.
Una respiración agitada de quien con sus cuerdas vocales cortadas no podía suplicar por ayuda. Esos labios rosados entreabiertos, esa nariz pequeña y esas orejas de soplillo.
El chico rubio estaba sentando sobre su estómago, lo observaba desangrarse sin ninguna prisa.
Una muerte lenta pero elegante, bonita. Flores carmesí, lirios de araña, que salían de ese cuello y se pintaban en el suelo, que dibujaban formas imposibles.
Min Hyuk hundió los dedos en aquella obertura que formaba la garganta del gazapo al que había cazado y la sangre se derramó con mayor velocidad por efímeros instantes.
Reculó.
Cambió su asiento de su abdomen hasta su regazo, a ahorcajadas se sentó y empezó a pasear aquellos dedos que tenía manchados de aquella tinta roja que escurría del cuello del muchacho por ese torso que, tan blanco, parecía un precioso lienzo sobre el que dibujar.
Así hizo Min Hyuk. Dibujó mariposas, muchas mariposas.
Mariposas que esperaba que se comieran esa carne, que se deshicieran de él cuando no quedara nada que aprovechar.
El conejo entrecerró sus ojos mientras un leve sollozo escapaba de sus labios que empezaba a ponerse morados.
Min Hyuk pintó los labios de la presa de rojo y luego se inclinó y los besó.
Robó su último aliento, se lo tragó. Lo hizo pedazos con los dientes.
Quién le hubiera dicho a Lee Min Hyuk que la piel de conejo pudiera ser un lienzo tan maravilloso.
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