10. Los cuatro cafés

144 2 0
                                    

Apenas he empezado a aceptar lo que ocurrió y la verdad es que no me siento bien. Tengo pesadillas cada noche. En ellas, estoy en una habitación rodeado de amigos y familiares pero nadie puede verme ni escucharme. Intento hablarles o tocarles y me es imposible. Noto como abro la boca intentando decir algo pero de entre mis labios no surge ningún sonido. Siento un agobio enorme y un fuerte dolor en el pecho. De pronto la habitación comienza a llenarse de agua, mi gente desaparece y me quedo solo, sumergido en la oscuridad respirando agua mientras el dolor aumenta cada vez más. Cuando miro hacia arriba veo una brillante luz y lo que parece ser la silueta de alguien flotando en la superficie. Nado hasta alcanzarlo y, cuando le doy la vuelta, compruebo que es Matt. Abre los ojos completamente en blanco, que me miran con odio y desprecio. Dejo escapar un grito sordo bajo el agua y despierto.

Han pasado tres semanas y aún me culpo de su muerte a todas horas, aunque Tom –el psicólogo con el que estoy haciendo terapia– dice que no fui responsable. Y, en el fondo, lo sé. Pero no puedo sacarme de la cabeza la idea de que si lo hubiera encontrado antes, si no lo hubiera dejado solo en el mar, si hubiera entrado con él en el agua, si no hubiéramos bebido o, incluso, si no hubiera luchado por conquistarlo, él ahora estaría vivo.

Se nota que ya es otoño porque el sol ha dejado de brillar como antes. En las calles, los árboles empiezan a teñirse de marrón y muy pronto perderán todas las hojas que les dan vida. Las nubes cubren el cielo de Norwalk y amenaza lluvia. Atrás quedan las camisetas y los pantalones cortos, aunque en estos momentos mi imagen es lo que menos me preocupa. Llevo unos vaqueros viejos desgastados, unas botas de estilo militar, una camiseta gris y una sudadera verde oscuro con la palabra «salvation» escrita en el frontal. Ni hecho adrede. Estoy a apenas dos manzanas de casa y giro en la esquina de la calle Price para entrar en un Starbucks. He quedado aquí con Sussan, como siempre, para que me haga su evaluación personal de mi evolución psicológica. Es lo que va a estudiar este año en la universidad y está literalmente obsesionada con todo lo relacionado con el tema.

Hace días estuvimos en casa y le conté lo que ocurrió en St. Dean durante el verano y hoy le quiero contar lo que ocurrió con Josh desde que nos fuimos del campamento hasta que nos reencontramos inesperadamente en la puerta de mi casa de la playa. Desde ese día, en el que fingí tener prisa para evitar hablar con él y contarle lo mal que estaba en ese momento, hemos estado en contacto. Él ha aprovechado para contarme qué ha sido de su vida en estos seis meses y yo he dedicado el tiempo a hacer terapia con Tom, preparar mi inminente acceso a la universidad e ignorar constantemente los mensajes que Nathan me ha enviado pidiéndome perdón. Sussan está empeñada en que hable con él, pero yo sigo dolido y enfadado por lo que hizo. Hay días en los que incluso también lo culpo a él por la muerte de Matt. Sé que no es justo para él, a pesar de lo que hizo, pero no lo puedo evitar.

Aprieto el botón pause en mi iPod para hacer callar a Adele que me atormenta, porque en el fondo soy masoquista, con 'Hiding My Heart'. Lentamente giro mi cabeza y dirijo la vista hacia detrás, con la falsa esperanza de que mi perrito abandonado esté ahí, envuelto en lágrimas, diciéndome que me quiere.

Vuelvo al mundo real.

–Caramel Macchiato –le pido al camarero en la barra–, tamaño venti. A nombre de Ryan.

Pago, reanudo la música y cinco minutos después recojo mi café con leche y caramelo. Me acerco hasta nuestro sitio habitual y me siento, no sin antes dejar el iPod, iPhone, chaqueta y demás sobre la mesa y quemarme el costado del dedo índice con unas gotas de café hirviendo que se han escapado del vaso.

Sussan aparece diez minutos después de la hora acordada. La veo elevando la vista por encima de las demás mesas hasta que sus ojos se encuentran con los míos y sonríe. Se acerca a la barra y pide algo. Yo aún no he probado mi bebida, sigue ardiendo. Unos minutos después por fin llega hasta donde estoy yo, suelta su bolso con un gesto entre cansado y desesperado y se acomoda a mi lado en el sofá, junto a la ventana. Siempre que venimos nos sentamos en el mismo lugar, desde el que podemos ver la calle y comentar durante horas todo lo que vemos al otro lado del cristal. La gente de la ciudad es muy variopinta, nosotros los primeros, y merece nuestra atención tanto como cualquier famoso que se cuele en la portada de alguna revista del corazón.

Aquí y ahoraWhere stories live. Discover now