Quizás ella regresaría esa noche, quizás no. Estaba lloviendo, constante, casi eterna esa lluvia que sólo lograba recordarle a ella. Volvía a su mente como una alucinación, sólo para desaparecer otra vez. Ella era así, y él ya se había vuelto adicto.No podría evitar ir a verlo, lo sabía, sin importar que quisiera desprenderse de él, ella regresaría. Porque sabía que él la esperaba; lo odiaba por eso, lo necesitaba por eso. Llovía fuera, como aquella vez, desde entonces la lluvia sólo le recordaba a él. Él era así y ella ya se había vuelto adicta.
Ella estaba allí, tan suya como etérea, lo sabía, desde la primera vez pero tan pronto probaba la miel y el veneno de sus labios se sentía indefenso. La respiraba, la anhelaba, tenerla en su cama era renunciar a su alma, pero de qué le servía el alma si al menos, en ese instante, la tenía a ella.
No era correcto, eso ya no le importaba; no podía evitarlo, eso la aterraba. Él quería más, ella también, pero no estaba dispuesta a entregarse. Lo odiaba y lo anhelaba, estaba en guerra, consigo misma y con él. Mordió su boca que era néctar y veneno, entonces él era suyo. Tendría que volver a alejarse, era cruel, era renunciar a su alma, pero de qué le servía el alma si al menos, en ese instante, lo tenía a él.
Inspirada al escuchar, La séptima mayor, de Pablo López.
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