Parte 4 La casa solitaria

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1

Todd Struglon voló la cometa en el descampado durante media hora, antes de aburrirse por completo, era casi mediodía y el viento no ayudaba mucho, además el calor de aquella tierra árida parecía querer evaporar hasta la última partícula de humedad. Todd recogió la cometa y miró hacía su casa, era de madera blanca de dos plantas con un pequeño granero adyacente, resultaba raro que a pesar de que detrás y al rededor solo se veía un páramo desierto de arcilla amarilla y rojiza, la casa no parecía fuera de lugar. Arriba el cielo azul estaba despejado, demasiado despejado, y ninguna sombra se proyectaba sobre el ardiente suelo. Su padre, Teddy Struglon, le había dicho una vez que esa tierra fue hace mucho tiempo un hermoso prado, lleno de huertos y animales de crianza, caballos más galantes que el viejo Ojoblanco. Aunque su padre nunca lo había visto por sí mismo pero se lo había contado a él su abuelo quien a su vez se lo contó su abuelo, lo cual era palabra santa. Para su padre los antepasados eran prácticamente dioses y los dioses no mentían.

El chico no era muy alto a decir verdad, tenía ocho años y había salido a la madre, Lana. Era delgado con ojos cafés, y un cabello castaño claro que de alguna forma armonizaba con su piel tostada por el inclemente sol. Todd llevaba pantalones cortos y una camisilla que debió ser blanca alguna vez, pero ahora lucía amarillenta y manchada por partes. Por lo común llevaba puesto un sobrero de paja y botas gruesas, que eran lo mejor sino quería quemarse la planta de los pies.

Todd seguía mirando la casa, esperando que su madre saliera y le gritará con señas que regresara y luego al no hacerle caso, su padre le gritara con su vozarrón que si no estaba allí de inmediato le iba a romper las piernas o algo peor. Pero ninguno de los dos estaba en casa, no regresarían sino hasta la noche, como lo hacían desde el último mes. Todd estaba solo.

Corrió hacía la casa imaginando que competía en una maratón, de esas que había escuchado en la radio, cuando por suerte sintonizaba alguna emisora. La televisión solo servía para ver videos en el VHS, pero su padre traía películas nuevas con poca frecuencia, y desde hacía un mes no había vuelto a la ciudad. Desde un mes atrás todo había cambiado en la vida de Todd Struglon.

Al llegar a la terraza arrojó aún lado la cometa y se tiró sobre una mecedora de madera. Si su madre estuviese allí, lo regañaría por arrojarse de esa forma, pero salvo el ruido provocado por la mecedora golpeando del piso de madera, todo era silencio en ese lugar. Gracias a Dios por el silencio. Después de unos minutos Todd dejó de mecerse y sintió el sueño venir, a pesar del calor o por causa del calor. Al instante siguiente el sueño se le esfumó como cuando cae un relámpago, porque a la distancia, no muy lejos realmente, Todd vio una figura que se acercaba a la casa. No podía ser sus padres, desde luego, ellos solo venían de noche. Todd corrió a la cocina y sacó un cuchillo del cajón de los cubiertos. De inmediato regresó a la terraza y esperó.

2

El detective Preston dio gracias a Dios por encontrar la solitaria casa en medio de esa tierra maldita. Preston no había pensado en Dios desde que vio a un sacerdote asesinado en uno de sus casos policiacos dos años antes. Ahora mientras cargaba a Ariadna con las pocas fuerzas que le quedaban, pensaba que si bien él se había olvidado de Dios, Dios no se había olvidado de él, o por lo menos eso creyó por un instante. En todo caso la casa significaba para él, sombra, cobijo y agua, agua, agua, en su vida nunca tuvo tanta sed. Los labios los tenía cuarteados por la resequedad y si en aquella hora debía matar por un vaso de agua lo haría, ni que decir si en vez de agua fuese una cerveza.

Por fin llegó a la casa. Otro sujeto se habría sorprendido al ver al niño blandiendo un cuchillo pero Preston sabía darle lugar a sus prioridades.

-Niño, tráenos agua-dijo con una voz rasposa y colocando con el mayor cuidado que pudo a su asistente en el piso de madera, al fin a cubierto de los rayos del sol, Preston mismo se tumbó a un lado sin ánimos de saber nada más. Aunque después de un instante escuchó los pasos del chico que se alejaba.

Antes del fin del mundoWhere stories live. Discover now