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Para ser más exactos; la mañana consistía en un frío aire corriendo por las calles de Seúl. Aquellos lugares siempre se mostraban solos, ninguna alma rondaba por aquellos pavimentos sucios y mojados. Ni el sol se atrevía a deslumbrar por aquellos rumbos de tristeza y soledad.

Los pasos rápidos del policía atentaban a oírse desde lejos ya que se mantenía un sonido cauteloso en la calle Heaven. El sonido de sus botas pulidas en el asfalto mojado se escuchaban desde lo más lejos.
Los nervios en su cuerpo estaban a flor de piel dejando un grato olor de miedo.

"Perfecto sabor"

Caminó torpemente mientras sostenía en sus manos temblorosas una linterna que alumbraba su camino. Trató de estar atento a cualquier movimiento que viera o escuchará, sus pies comenzaban a temblar cuando más se acercaba a su objetivo. Los arbustos del lugar le comenzaban a hacer estorbo, mientras más se adentraba a la víctima, su cuerpo más temblaba de frío.

" Tan perfecto"


Cuando logró ver a la mujer; tirada en el suelo llena de sangre y con su ropa rasgada, sin vida, se le escapó un chillido de frustración. Uno como el de siempre.

Tapó su boca con su mano desocupada dejando escapar una lágrima de dolor, una lágrima tan hipócrita. Pues al no tener alguna pista de quien había sido el agresor, desde hace ya dos años, nadie quiere hacerse cargo de ese caso, nadie recibe paga ni sueldo, nadie quiere decir nada en aquél pueblo solitario, sin vida.

No era la primera víctima resgitrada en este mes, torturada de la misma manera. Y abandonada en el mismo lugar. Y no es como si fuese la última en la lista.

Con su mano temblorosa bajó hasta el cinturón que sujetaba sus pantalones, buscando su única unidad de comunicación. Tomando ya entre manos su radio la tendió hasta su boca para poder dar el mensaje de ayuda.

— A-quí... Aquí está el cuerpo, lo he encontrado-soltó con miedo mientras terminaba su frase—. En la misma avenida, calle Heaven, y también está destrozada, con un hueco en el corazón, necesito a los forenses ya, cambio y fuera.— el policía acomodó de nuevo su radio en la evilla, mientras su mano que sostenía la linterna temblaba ante el reflejo de la chica—; Mírate mujer, has caído como las otras. Y has muerto como su colección ¿El hombre es muy deseado, eh?—el policía se hincó para quedar frente a la mujer, le observó el rostro demacrado, con rasguños y moretones. Cómo los de siempre, ya no era algo habitual.

Y tan solo se limitó a hacer una mueca de asco. Algun hombre con cabeza de psicópata había empezado su masacre en toda la ciudad, tomando posesión de las mujeres que caminaban solas, desauceadas, tristes, y moribundas por las calles.

Cualquier hombre se aprovecharía de aquellas mujeres quien no tenían a quien recurrir. Esa era la teoría de los agentes que investigaban el caso, según ellos, desde hace años.

Pero estaban muy equivocados.

No era ningún hombre con problemas mentales quien las torturaba antes de absorverlas por completo. No era una persona con manos quien hacía un agujero en su pecho para extraer su corazón. No era simplemente un hombre el que miraba al policía desde un arbusto detrás escondido.

El policía quiso averiguar más por si solo y siguiendo las marcas en la piel de la mujer comenzó a tocar el cuerpo sin vida. Estaba frío y duro, llevaba tiempo muerta. El cabello era color rojo y sus piernas eran largas.

Todo eso era extraño, siempre las elegía así; altas, hermosas, de piel blanca, cabello rojo o simulación de azúl. Ojos no tan rasgados, mejillas regordetas. Tan cuidadas artificialmente, tan llenas de vanidad y deseo. Ese era su punto débil.

"No se toca la comida de los demás"

El policía había llevado su mano hasta tocar delicadamente la mejilla de la chica, quien le recordaba a su hija. Tan pequeña y llena de vida, tan soberana y apacigua.

La observó aún más de cerca y cuándo estuvo a una distancia próxima, observó sus ojos los cuales se mantenían sangrando. Y dió un brinco del susto cayendo de trasero atrás al ver lo que el cuerpo sin vida había hecho.

La mujer había abierto los ojos.

El policía alarmado por aquello que vió, torpemente se puso de pie tomando la linterna que se le había escapado de las manos. Y casi tropezando comenzó a correr lejos de allí. Con su linterna alumbraba el camino, quiso pensar que todo lo que había visto, había sido obra de su imaginación pero al percatarse de que alguien lo seguía, tenía el presentimiento de que hoy no volvería a casa.

Tal vez no hoy.

Corrió sin ver atrás, sin siquiera mirar por dónde caminaba. El camino se le estaba haciendo eterno y por más que corría la avenida está se hacía más lejana. Estaba lleno de miedo y por aquello tenía la frente empapada de sudor frío. Y como si todo fuera de película, cayó al suelo provocando que la linterna se apagará y cayera lejos de él. Muy lejos.

Alarmado trató de ponerse de pie. Pero alguien tomó de sus manos y pronto sintió algo correr por sus pies. No quiso mirar lo que tenía en su cuerpo. No quiso temerle aún a lo que vería.

Pero cansado de la situacion y lleno de valentía pudo fijarse que encima de él, se encontraba un gato color blanco como la nieve quien se restregaba en sus pies.

El policía soltó el aire que tenía asfixiandole y con una risita se sentó para recibir al gato. Cuando lo tomó en sus brazos el gato gustoso comenzó a darle restregones con su pelaje.

El tipo sonrió al pensar que estaba huyendo de un animal indefenso. Y que su mente le había jugado una gran broma.

—Esto fue tan estúpido— sonrió para el mismo—; casi muero por mi propia red. No puedo esperar a contárselo a mi hija, que estupidez. —y como si eso fuese un ladrido para el gato, este salió de sus brazos para huir de él.

O no solo de él.

El hombre frunció el ceño. Dejando pasar aquello se puso de pie para volver a casa. Mientras limpiaba su traje de policía listo; pensaba que los forenses se habían tardado demasíado. El había corrido por lo menos unos quince minutos.

Cuando se giró para recobrar el camino de vuelta a su patruya.

La figura de un hombre joven se le puso enfrente. El chico era más alto que el policía. Estaba demacrado y tenía la piel tan pálida como la nieve, detrás de él colgaban las alas negras que derramaban sangre roja por las orillas. Aquel ser desastroso observó a su presa y con una sonrisa en los labios y absoluto desprecio se atrevió a decir:

—Por que mejor no sé lo cuentas a San Pedro...

Y no solo las mujeres eran de su agrado, los hombres también tenían almas deliciosas.

Y no solo las mujeres eran de su agrado, los hombres también tenían almas deliciosas

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