Capítulo 23

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—COLIBRÍ, ¿VIENES CONMIGO a dar un paseo?

—Al fin del mundo voy detrás de usted, patrón. —Saltando sobre una y otra pierna, hacia delante y hada atrás, con aquella agilidad que le ha valido el mote que ostenta, sale Colibrí tras de Juan rumbo a las amplias cuadras que ocu­pan el fondo de la casa. Son las seis de una espléndida mañana, el aire transparente, el cielo azul muy claro y los primeros rayos del sol asoman dorando las cumbres, limpias por excepción, de aquellas tres montañas que se alzan como gigantes petrificados sobre la fértil tierra martiniqueña: Mont Pelee y los picos de Cabet.

—¿Hasta dónde vamos, mi amo?

—Por lo pronto, a buscar un caballo.

—A mí no me gustan los caballos, mi amo. Ni los caballos, ni los burros, ni los coches, ni las montañas... Me gusta el mar. ¿Cuándo vamos para el mar, patrón?

—No lo sé, Colibrí. Tal vez mañana mismo, acaso nunca más...

—Qué raro se ha vuelto usted, patrón. Antes lo sabía todo, hasta lo que iba a pasar dentro de un año... y ahora no sabe ni lo que usted mismo va a hacer mañana.

—¿Te extraña? Algún día sabrás que así marcha un barco, cuando es una mujer la que toma el timón de nuestra vida, Colibrí.

—Pero usted dijo antes que no había más ama nueva...

—No... no hay más ama nueva. Pero cuando una pasión nos hace su esclavo, el ama es la desesperación, y el rumbo, la ruta de la desgracia... ¡Mira...!

Se ha detenido sujetando al muchacho. Ya están muy cerca de la entrada de las caballerizas y no se ve por ahí ningún sir­viente. Pero alguien saca un caballo del pesebre. Unas manos blancas buscan al azar una montura, se extienden hasta alcan­zar uno de los frenos colgados de la via central de la cuadra... Una mujer se dispone a ensillar por sí misma un caballo, y ha­cia ella va Juan con rápido paso, ofreciéndose:

—¿Puedo ayudarla en algo?

—¡Oh... Usted...! —se sorprende Mónica.

—¿No hay un criado que pueda hacer esto en su lugar?

—Sin duda, pero es muy temprano y prefiero no molestar a nadie ¿Quiere seguir su camino y dejarme en paz?

—Mi camino es éste Santa Mónica. Me acerqué para en­sillar un caballo en el que dar un paseo. Me es igual ensillar dos o, mejor aún, enganchar mi cochecito y llevarla, ya que parece gustar, como yo, de los aires matinales. ¿A dónde es el paseo? Colibrí, ayúdame un poco... Vamos a enganchar el coche...

—Sí, patrón,.. Volando... —aprueba el muchachuelo ale­gremente.

—Ya le he dicho que no quiero que nadie se moleste por mí.

—No es molestia; al contrario. ¿No ha visto la alegría de ese monigote? Le tiene horror a los caballos... le encanta la idea de que vayamos a pasear en coche. Daremos un paseo al llevarla a usted a donde vaya. No creo tener nada que hacer en todo el día.

—Usted sólo tiene que hacer una cosa, Juan: marcharse... Irse pronto... ¡Irse para siempre!

—¡Caramba! ¿No sabe usted decirme otra cosa? Resulta mo­nótono escucharla. Cuando no aconseja u ordena, insulta. Re­sulta usted terrible, señorita Molnar —comenta Juan en tono de guasa.

—¿Cómo puede bromear? ¿Es que no se dá cuenta de la situación en que nos coloca a todos su presencia aquí? ¿Por qué se empeña en quedarse? ¿Qué espera? ¿Qué aguarda?

—¿Alguna vez se le ha ocurrido a usted preguntarse qué espera, qué aguarda el náufrago que en medio del mar se ate­rra a un resto de lo que fue su nave, mientras el sol abrasador le tortura hasta enloquecerle, mientras la sed le afiebra y le ex­tenúa el hambre, mientras a su alrededor ve asomarse a las feroces bestias del mar? ¿Se ha preguntado usted qué aguarda, cuando con sus ojos casi ciegos recorre el horizonte por donde no se asoma la esperanza de un barco? ¿Por qué sigue aferrado al madero con los dedos heridos, crispados? ¿Por qué sigue tra­gando el agua amarga que le cae en los labios, en lugar de sol­tarse y acabar de una vez? ¿Por qué lo hace? ¿Por qué?

Corazón Salvaje (libro 1) [Completa, Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora