Doce años después

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El tiempo transcurrió sin sobresaltos para Rodrigo y su esposa; ninguna mujer se acercó a ellos reclamando a la niña, que creció creyendo que ellos eran sus verdaderos padres. Rodrigo y su esposa se esmeraron para cuidarla y brindarle todo lo necesario. Fueron unos padres ejemplares.
   Por su parte, es sacerdote Román —el verdadero padre de Alicia— seguía frente de su parroquia; había días en que se sentía tranquilo con su pasado, con las decisiones que había tomado, pero la mayor parte del tiempo los recuerdos y el remordimiento no le dejaban vivir en paz. Lograba zafarse de ese sentimiento con unos tragos, su mejor medicina.
El padre Román se encontraba en su parroquia; era viernes, día en que irónicamente liberaba a los hombres del tormento del pecado. El cura se dirigió hacia el confesionario y se sentó a la espera de que alguien llegará.
—Ave mafia purísima— dijo el padre Román al escuchar que alguien abrió la ventanita del confesionario.
—Sin pecado concebida— le respondió un hombre con la voz afligida.
—Dime tus pecados hijo— dijo el sacerdote.
—¡Padre! ¡Tiene que ayudarme!— dijo esta persona.
—Tranquilo hijo, dime tus pecados. Dios perdonará la falta que sea si en verdad estás arrepentido de tus actos.
—Padre... ¡Estoy en la agonía del pecado! ¡No he podido descansar en paz!
—¡Tranquilo, hijo! Cualquiera que sea tu falta, nuestro señor te perdonará
—Me confieso de haber querido chantajear a un sacerdote— dijo el penitente—. Descubrí su secreto he intenté aprovecharme
   El tono de voz del pecador cambio de la aflicción que sentía, al de la burla. Román quedó callado, sorprendido con lo que había escuchado.
—Sigue, hijo— le pidió el cura.
—¡Soy Tomás! ¿Me recuerda? ¡Me dispararon en la cabeza! ¡Morí, padre! ¡Usted logró salirse con la suya!— dijo este hombre con furia.
—¡¿Que es esto?! ¡¿Una tomada de pelo?!— preguntó alterado el sacerdote.
  El padre Román salió del confesionario molesto, quería encarar y correr al hombre que le había dicho esto, pero al momento de abrir la puerta tras la que creyó estaría está persona, descubrió con asombro que no había nadie. Era imposible que ese hombre se hubiera escondido o salido del templo en segundos. En ese instante, el sacerdote sintió una corriente de aire helado que le corría la espalda.
—Padre vengo a que me confiese— dijo una mujer que en ese instante había entrado a la iglesia.
—¿No viste salir de aquí un hombre?— le pregunto Román a la mujer.
—No, padrecito— contesto ella—. ¿Se siente bien? Lo veo espantado.
—No hija, estoy bien— contesto el cura.
—¿Me puede confesar?— Preguntó ella.
—Si solo permiteme unos minutos— respondió el sacerdote—. Necesito tomar un poco de agua y regreso.
   El padre Román termino de confesar a las personas (fueron diez en total), pero aún se sentía nervioso por la visita que había tenido; sabía que no podía tratarse de Tomás, si no que alguien más que sabía parte de su pasado.
    Intrigado, el sacerdote se encaminó a la sacristía y se encerró. Saco una botella de whisky y comenzó a beber hasta que pudo tranquilizarse. Román, borracho, subió tambaleándose a su habitación; se acostó en su cama y aunque aún era temprano, se quedó profundamente dormido hasta la mañana siguiente. De otra forma no habría logrado conciliar el sueño aquel día.
    Días después, el padre Román se encontraba más tranquilo, aunque cada vez que recordaba aquella visita inesperada en el confesionario se sentía muy perturbado. Él no creía en fantasmas —para eso Tania los suyos—, prefería creer que alguien se había enterado de su pasado y quería chantajearlo. Mientras meditaba sobre esto, a su mente llegó otro recuerdo.
  Román se sentó detrás de su escritorio y sahindel cajón de hasta abajo la fotografía de una niña aproximadamente de doce años de edad; esta foto la guardaba perfectamente debajo de muchos documentos y libros. Recordó entonces, palabra por palabra, la charla que tuvimos en el parque con la monja Sofía, Tal y como hubiera sido ayer, aunque de esto habían pasado más de doce años;
—Sé que hicimos mal, no teníamos que caer en pecado— le dijo el padre Román a Sofía.
—Pero nosotros nos amamos— respondió ella.
—¡Calla! No vuelvas a decir eso, que yo solo puedo amar a Dios— contesto Román.
—Sí, pero ahora, ¿Que vamos a hacer? Estoy esperando un hijo tuyo. No puedo matarlo.
—¡No!— dijo Román—, ¡Eso sería pecado mortal! Aunque en realidad, ya mi alma está condenada.
Hubo un breve silencio. En ese momento solo se escuchaba el llanto de la monja y las ramas de los árboles mecerse por el viento.
—Tendras a mi hijo— sentenció Román—. Te esconderé con mi hermano y ahí estarás hasta que nazca. Les diré a las minas que he han elegido para que vayas de misionera a África.
—Y cuando nazca, ¿Que haremos con la criatura? — preguntó angustiada Sofía.
—Se la daré a mi hermano Rodrigo— contesto Román—. Sé que él la recibirá con los brazos abiertos; su esposa no ha podido tener hijos, sera una bendición para ellos
—¡No me quites a mi hijo! ¡Por favor!— suplico Sofía.
—Entiende, Sofía, es lo mejor. ¡No puedo renunciar al sacerdocio por una criatura que viene en camino!
—Yo podré dejar de ser monja y dedicarme en cuerpo y alma a mi bebé— dijo Sofía.
—¡No puedes hacer eso! La gente sabría que soy yo el padre. De por si la gente ha comenzado a murmurar de lo nuestro... Si alguno te viera con un niño, sabrán que soy yo el verdadero padre. ¡No! ¡Se lo daré a mi hermano y no hablemos más del asunto!
   Esto fue lo que platicaron aquella noche Román y Sofía. Hacía más de doce años.
    Los recuerdos se interrumpieron cuando alguien toco la puerta de la sacristía. El padre, rápidamente guardo la fotografía en su lugar y se dirigió a abrir la puerta; por ella entró Alberto, el sacristán.
—Padre— dijo Alberto—. Disculpe que lo moleste, pero ya casi son las siete de la noche. ¿Voy colocando el altar para la misa?
—Si— contesto el sacerdote—. Me voy a preparar yo también. Ahora salgo.
  Alberto salió de la sacristía. El padre Román comenzó a colocarse la sotana y demás ornamentos. Mientras hacía ésto, se escucharon unos extraños ruidos en la pared, como arañazos de animal. El sacerdote escucho y se sintió intrigado.
El sacerdote acercó la oreja sobre la pared para escuchar mejor. En ese instante se escuchó una voz a través de la pared que le susurró "¡Fuiste un cobarde! ¡Arderas en el infierno conmigo!". Román se despegó de la pared muy asustado.
  El sacerdote salió de la sacristía temblando, grado de tranquilizarze para poder oficiar misa. Durante el transcurso de la homilía logro calmar sus nervios. Mientras estaba dando la comunión, vio que a la iglesia entró un joven que se sentó en la última banca. Era tomas, o al menos guardaba un gran parecido físico con éste. Román sintió mucho miedo.
—¿Estás viendo al joven que está al final sentado en la última butaca?— le pregunto Román a Alberto que sostenía la patena
Alberto se extraño con la pregunta.
—¿Disculpe padre?— preguntó Alberto—. Creo que no entendí la pregunta
—¿Que si estás viendo al joven que está en la última banca?— pregunto de nuevo Román.
—Si, ¿Que tiene?— contesto Alberto.
—Pensé que yo solo lo estaba viendo— contesto en cura.
—¿Perdón?— pregunto nuevamente Alberto— ¿Que tiene de especial?
—En cuanto termine la misa, quiero que vallas con el y le preguntes su nombre— ordenó Román.
—¿Que le pregunté su nombre?— pregunto Alberto
—¡Pareces tonto!— dijo Román—. Todo tienes que repetirme. No preguntes por qué, solo necesito saber su nombre.
—¡Esta bien padre! ¡No sé enoje!— dijo Alberto.
  La misa termino y el joven extraño se levantó de la banca y se dirigió a la salida.
El sacerdote le hizo una señal a su asistente para que fuera tras de esa persona, Alberto obedeció. El padre se dirijo a la sacristía. Minutos después llegó Alberto.
—¡¿Que pasó?! ¡¿Te dijo su nombre?!— le pregunto Román a Alberto.
—No padre, no sé si me lo crea, pero ya no lo vi allá afuera— contesto Alberto—. Imposible que caminara tan rápido. Salí corriendo pero ya no lo vi.
   Román quedó impactado al escucharlo, pero ahora no tenía la menor duda. La persona que habían visto sentada en la última banca era la misma que la del confesionario; Tomás.
—¿Pero quién era el? ¿Porque tanto interés en esa persona?— pregunto Alberto.
—¡No preguntes!, ¡Vete a descansar! Necesito estar solo— dijo el padre Román.

Alicia La Hija Del Pecado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora