Esta ama de llaves se presenta

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Todo estaba normal aquel día. Ya se que siendo quien soy nada es nunca normal, pero ese día lo era dentro de lo que cabe.

El invierno estaba a punto de soltar su último suspiro y la primavera calentaba motores para hacer su gran aparición, aunque bien es sabido que el invierno no termina de desaparecer del todo en Inglaterra.

Bard no había explotado nada en todo el día. Los árboles y el jardín estaban impecables, por lo que Finny se portaba bien. La vajilla nueva seguía intacta, así que Meirin estaba tranquila. Y Tanaka… Tanaka estaba como siempre.

Sebastian me servía el té de la mañana en el comedor. Él también estaba tranquilo. Aparentemente.

–¿Hay novedades, Sebastian?– pregunté, luego di un sorbo del té «no se qué de no sé dónde» que había preparado Sebastian. No sé por qué se molesta en aprenderse el nombre, ni le escucho cuando lo dice.

–No muchas, joven amo– contestó él.

–Qué raro…

–Sí, la verdad es que sí. No creo que dure mucho.

Y en ese mismo instante, como hecho a posta por el mismísimo diablo… no, esa no es una buena comparación en este caso, ya que el mismísimo diablo estaba feliz de que fuera un día tranquilo. Bueno, que alguien llamó a la puerta de la entrada.

–Bocazas– le solté a Sebastian.

Él no contestó y simplemente se fue a abrir. Ojalá no lo hubiera hecho, me habría ahorrado los dolores de cabeza que tengo ahora.

Pasaron más de diez minutos y Sebastian no había vuelto, por lo que tuve que ir a ver por mi cuenta qué estaba ocurriendo. Ya ves, qué fastidio.

Al llegar a la puerta de la entrada vi como Sebastian estaba discutiendo con una chica… una chica con pantalones de hombre y camisa de hombre. Y de eso precisamente discutían.

–Le digo que el conde no la conoce de nada y que no tiene citas para hoy– dijo Sebastian–. No va a recibirla y menos con ese aspecto de…

–¿Fulana? ¿Revolucionaria? Venga, dilo, estoy curada de espantos– contestó la muchacha. No parecía molesta en absoluto–. Y yo no he dicho que tuviera una cita con el conde ni que él me conozca. De hecho, estoy aquí para que nos presentemos.

–¿Qué ocurre aquí?– pregunté acercándome a ellos– ¿Quién eres tú?

–Joven amo, esta chica es…

–Me llamo Isabel –interrumpió ella a Sebastian, haciendo una reverencia en mi dirección con su falda inexistente–. Encantada de conocerle.

–Lo mismo digo…– sonará descortés, pero no podía apartar la vista de sus pantalones. ¿A qué chica en su sano juicio se le ocurre llevar pantalones?– Pero ¿qué haces aquí?

–Verá, conde, como intentaba decirle a su indecoro mayordomo, he venido a presentarme ante usted.

Creo que Sebastian gruñó ante el comentario, pero no estoy seguro. Cosas de demonios mayordomos.

–Pero… ¿por qué?

–Mi amo me envía. Debo entregarle un mensaje de su parte.

Una suave brisa helada entró en la mansión, alborotando el largo pelo negro de la muchacha, que ahora le cubría la cara, dejando entrever uno de sus grandes ojos rojos que esperaban, serenos y tan helados como el viento, una contestación.

–Está bien– dije–, pero entremos dentro. No quiero que se enfríe la casa.

Di la espalda a ambos y me dirigí de nuevo hacia el comedor. Oí como la puerta se cerraba tras de mí y sentí los ojos carmesí interrogativos de Sebastian en mi cogote. Creo que sigue pensando que eso me intimida.

No me di cuenta de que Isabel llevaba una maleta enorme consigo hasta que nos sentamos enfrente el uno del otro en la mesa del comedor.

–¿Para qué es eso?– le pregunté.

–Son mis cosas, señor.

–¿Cómo que tus cosas? ¿Qué significa…?

–Si me deja, se lo explicaré todo– me interrumpió Isabel, con una sonrisa vacía.

Me recosté en el respaldo de mi silla y suspiré. Mi día normal se había ido al garete.

Creo que ella lo tomó como un «adelante» porque empezó a hablar.

–Para empezar quiero presentarme de nuevo. Mi nombre es Isabel Neruda. Soy española pero actualmente vivo en las afueras de Londres y trabajo como ama de llaves en casa de mi señor.

«¿Ama de llaves?» pensé «¿eso no es como un mayordomo pero en chica? Pero si no debe tener más de dieciséis años…»

–Por favor, ve al grano. Quiero saber por qué estás en mi casa y qué quieres.

–Discúlpeme –hizo una pequeña reverencia sin levantarse de la silla. Extrañamente no recuerdo que nadie le diera permiso para sentarse, pero eso ya da igual–. Me encuentro ante usted, en su casa, con el único motivo de cumplir las ordenes de mi amo, el cual me ha pedido que le entregue un mensaje y que me quede con usted para servirle el tiempo que sea menester.

Y lo dijo así, como si nada. Se presentaba en mi casa de repente y me preguntaba… no, daba por hecho, que la dejaría quedarse.

–¿Quedarte? ¿Qué te hace pensar que voy a dejar que una completa desconocida se quede en mi casa así como así?

–Ya se lo he dicho, mi amo insiste y yo también insistiré. Tengo ordenes, conde, y mi deber es cumplirlas.

–¿Y se puede saber quién es tu amo?

Isabel bajó la mirada unos segundos. Pensé que era vergüenza hasta que volvió a mirarme con una sonrisa malévola, peor que esas que pone Sebastian cuando está a punto de matar a alguien.

–Mi amo, señor, es el conde Helías. Helías Phantomhive.

–Vale, ya está bien– dije mientras me levantaba de la silla aparentando toda la calma que podía. ¿Cómo se atrevía aquella chica a entrar en mi casa, exigiéndome contratarla con tales patrañas? Si era pobre y quería un trabajo haberlo dicho desde el principio pero hurgar en la herida de una familia destruida no tenía perdón ni compasión–. No queda ningún otro Phantomhive vivo excepto yo. Quiero que salga de mi casa inmediatamente. Sebastian…

Yes, my lord– contestó él–. Si es tan amable de acompañarme hasta la puerta, señorita.

–Lo siento, pero no voy a marcharme todavía, conde– Replicó Isabel, sin abandonar su sonrisa–. Ya sé que no existe otro Phantomhive vivo aparte de usted… aun.

–¿Cómo que «aun»?– pregunté.

–Alguien aparte de mí ha llegado hasta aquí, hasta una época que no le corresponde. La diferencia es que ese alguien desea su muerte, señor, y yo quiero protegerle. Ese es el mensaje que desea transmitirle mi amo.

–¿Qué? ¿Qué alguien quiere matarme? Cómo si fuera una novedad– volví a sentarme en la silla, harto– Dile a tu «amo» que no se preocupe. Estaré bien, ¿verdad, Sebastian?

–Por supuesto– contestó con una sonrisa–. No tiene nada de que preocuparse, señorita.

–Creo que no lo ha entendido, conde– Isabel se levantó de la silla y se acercó a mí, poniendo su rostro frente al mío. Sus ojos como rubíes se mantenían fijos en los míos y parecieron abrazar mi alma hasta casi estrangulara, lo que hizo que me sorprendiera más de lo que hubiera querido aparentar–. El hombre que os desea la muerte conoce todo los pasos que vais a seguir de ahora en adelante. Sabe quién sois, quién os rodea… todo. Y la única que tiene esa misma información y quiere usarla en su beneficio para protegerle, soy yo.

En ese momento lo comprendí todo. Supe quién era ella, supe de donde había salido y supe por qué debía permanecer a mi lado a toda costa.

–¿Estás diciendo que tú… que tú vienes…?

Isabel se incorporó sin dejar de mirarme.

–Mi nombre es Isabel Neruda, soy la ama de llaves personal del conde Helías Phantomhive y he venido desde el siglo XXI para protegerle, Ciel Phantomhive.

Kuroshitsuji: solo soy una simple ama de llavesWhere stories live. Discover now