Esta ama de llaves duerme

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No podía dejar de observarla mientras su cabeza frágil y mojada reposaba sobre mi brazo derecho y el resto de su cuerpo desnudo estaba sumergido en el agua tibia de la bañera. Se había negado rotundamente a que la bañara, pero se veía que no le desagradaba en realidad. Tenía los ojos cerrados, puede que para concentrarse tanto en los movimientos de mi mano sobre su vientre como yo.

Había dejado de temblar hacía un rato, después de todo el viaje de vuelta tiritando entre mis brazos. Su piel, sobretodo en su rostro, estaba más pálida de lo normal pero, aun así, seguía conservando su belleza y su suavidad al tacto. Parecía talmente una muñeca de porcelana, por eso me preocupaba de cada contacto de mi cuerpo con el suyo, para no romperla.

Aquella escena me arrancó una sonrisa. Sabía lo mucho que le cabreaba a mi prometida mostrarse tan frágil ante mí. Pero la sonrisa se me fue pronto de los labios al recordar porqué estaba así, sobre todo cuando vi mi mano izquierda sobre su vientre, donde todavía sangraba la marca del contrato, idéntica a la mía.

Quiso que sustituyera la marca de posesión por la del contrato, para que fuera más fácil para ambos, aunque a mí me dolería igual, se la pusiera donde se la pusiera.

–A partir de este momento, cuando esté a punto de morir, sea por la causa que sea, tú me matarás y te comerás mi alma–dijo, con la mano sobre la marca ensangrentada, reprimiendo un gesto de dolor.

Fue un contrato simple.

Cerré el puño con fuerza al recordar la escena. Estaba cabreado, muy cabreado, con ella. Sabía que yo no podía negarme y me hizo aceptar el pacto contra mi voluntad. Siempre me hacía sentir impotente y débil. Lo odiaba, la odiaba, pero aun así cada vez que abría sus enormes ojos azules medio dormidos, me miraba y se acurrucaba más sobre mi brazo, se me pasaba el enfado instantáneamente, porque me daba cuenta de que la necesitaba, amaba esas miradas. Luego me sentía otra vez débil y derrotado. Era un bucle incesante y había sido así siempre.

Debí haberme quedado en blanco mirando mi mano cuando Isabel, con una de las suyas, la agarró. La miré fijamente a sus ojos entrecerrados. Una sonrisa melancólica decoraba su rostro.

–No te sientas culpable– rogó–, por favor. Ha sido mi elección, tú no has hecho nada malo.

No respondí. Sí había hecho algo malo, le había destrozado la poca vida que le quedaba y la había dirigido hacia un destino oscuro y doloroso. Había sido su elección, claro, pero yo era su perdición.

Besé su frente fría y empapada intentando tranquilizar sus turbados pensamientos, pero ella sabía perfectamente que por mucho que dijera seguiría sintiéndome mal.

–Creo que ya has estado suficiente tiempo en remojo– sonreí, lo más sinceramente que pude.

–Sí– asintió–, voy a salir ya– hizo una pausa, bajando su mirada hacia la parte inferior de su cuerpo–. Cuanto antes me pongas los puntos, mejor.

 ***

–¿Te tiemblan las manos?

El joven amo me miraba atento mientras vertía el té en la taza que tenía delante. Me costaba horrores admitirlo, pero sí, me temblaban las manos al recordar lo ocurrido una hora antes, y no entendía como él estaba tan tranquilo que incluso me había ordenado preparar el té.

–Lo siento– me disculpé, levantando la tetera–. No volverá a suceder.

Ciel dio un sorbo del té, cerrando los ojos para saborearlo mejor, como hace de costumbre. Luego me miró con… ¿compasión?

–Es difícil de digerir ¿eh?– dejó la taza sobre el pequeño plato de porcelana.

¿Difícil de digerir? Es difícil incluso de acercárselo a la boca.

Kuroshitsuji: solo soy una simple ama de llavesWhere stories live. Discover now