El consejo de la amiga

179 39 33
                                    


—¡No me digas qué es verdad! ¿En serio pensás quedarte ahí sin hacer nada por tu vida?

Cuando Marta empezaba sus discursos sabía que no me dejaría en paz. Así que, para hacer que se callara un poco, opté por contarle mi encuentro pluvial con el joven doctor.

—¡Pero mirá vos a la viejita!—soltó, acompañando su asombro con una catarata de carcajadas indisimulables.

En verdad, no me hizo mucha gracia su reacción, y contesté casi ofendida.

—No sé por qué te conté, si sos una boba—le dije remarcando bien lo de "boba".

—Pero Marina ¡Si es una broma! Esto confirma que de verdad estás hecho una viejita. Antes tenías mejor humor.

—"Antes", como vos decís, era una mujer casada con un hombre que creía fiel y un hijo que me quería. "Ahora" soy una pobre cornuda, sola y arrugada como una pasa.

—¡Eh!, pará de darte cuerda mujer. Vos fuiste la que no aceptaba que Mauricio era un tiro al aire, si de novios te engañó ¿por qué creías que iba a cambiar?

Ya no tuve argumentos para contradecir a mi amiga, así que me quedé en silencio hundida en el sofá y en mis pensamientos. Marta se fue a la cocina y al rato apareció con una bandeja.

—Bueno, agarrá—me indicaba, arrodillándose junto a mí con el termo en la mano y pasándome un mate—. Yo creo que deberías probar—me aconseja pensativa.

—Sí, está rico—afirmo, haciéndome la distraída.

—No te hagas la tonta, sabés de que hablo. Salí con el pibe, a lo mejor te contagia la alegría y rejuvenecés unos años y si no: al menos comés rico.

—¡Sos una bestia!—le solté enojada.

—¿Por qué? Decís que tiene treinta años. No usa pañales como los bebés—y muchos hombres de nuestra edad.

—¡Qué ocurrencia Marta! Y cambiando de tema ¿no tenías que estar en el desfile?

—Hay tiempo, los chicos tienen todo listo, yo pongo la cara, el prestigio y "Negocio cerrado" pero vos andá, hacé lo que te digo.

Ya me estaba molestando mucho, así que contesté sin pensar movida por el fastidio y le dije algo de lo que al segundo me arrepentí.

—En lugar de preocuparte en darme consejos rehacé tu vida. Pronto no vas a poder ni siquiera tener hijos.

Esa infortunada frase, que tuve el desatino de decir, le cayó como un mazazo en plena cara. El rostro se le transfiguró como si no diera crédito a mi crueldad y al fin me contestó dolorida y triste.

—Sabés cuánto amé a Sergio y cuánto él me amó. Tu situación no es la misma, además, hace tiempo que inicié los trámites de adopción. Espero no morirme sin llegar a ser madre.

—Marta—traté de arreglar el desastre, pero ella negó con la cabeza y me dejó con todo el remordimiento por culpa de mi lengua suelta—. Me sentía mala, mala y estúpida. ¿Qué conseguía enfrentando a mi amiga? , si ella siempre intentaba ayudarme de todas las formas posibles.

A las cuatro de la tarde decidí que iba a aprovechar la última parte de mi día y empecé a vestirme: un vestido azul de corte sencillo y elegante, sandalias  negras de charol en taco medio como siempre me compraba y una carterita haciendo juego. Quería verme formal y lejana, para que este encuentro pusiera en evidencia nuestra diferencia calendaria y desanimara a mi galán de jardín de infantes. Al principio, me extrañó que no me pidiera el teléfono, pero era mejor así, de todas maneras nunca contestaba si no era una emergencia, y en general revisaba los mensajes solo por la noche.

Antes de salir, me miré al espejo y me conformó mi apariencia, me sabía una mujer atractiva sin estridencias, sobria y hasta podría decirse que bonita, pero ya había dejado atrás los años de juventud y las líneas de expresión jugaban a dejar huellas sobre mi rostro.

—¡Vamos!—grité, intentando darme ánimos—, al menos es algo diferente para hacer este día.

Atravesé la plaza hacia el lugar donde nos encontramos la primera vez y no vi a Iván por ninguna parte. ¡Qué estúpida debía verme!, esperando encontrarme con un chico, que seguramente, a estas horas se estaría burlando de mí con sus colegas. Ya me estaba yendo cuando, desde el banco de la plaza situado frente al local y junto a la fuente, Iván acomodaba cosas dentro de una mochila. Tenía puesto un ambo turquesa que le sentaba de maravillas.

—¡Marina!—llamó—, tuve una emergencia de último momento y se me hacía tarde para cambiarme, espero que no te moleste que todavía esté con ropa de trabajo. Tenía miedo de que si me retrasaba no estarías aquí y no volvería a verte. Yo lo miraba en silencio mientras terminaba de guardar sus cosas. Cuando tuvo todo listo, levantó la mirada y fijando sus ojos en mí, me confesó el mismo temor que me había asaltado poco antes.

—Creí que te estarías riendo de mí y no vendrías.

—¿Cómo se te ocurre? ¿Por qué haría algo así?

—Una mujer hermosa como vos debe tener miles de cosas que hacer.

—Bueno, es verdad—le dije, observando su expresión—. Tenía una cita con el Papa, pero me arriesgué a la excomunión por cumplir con vos.

—¡No!—afirmó tomándome la broma—. No quiero ser responsable de la condena de tu alma.

Muy curioso. Yo pensaba que eso era justamente lo que hacía: poner mi alma en peligro.

—¿Vamos?—preguntó, agarrando la enorme mochila de viaje en las que acomodó todos sus bártulos.

—Tendrás cama y cocina allí adentro—bromeé.

—Casi. Vivo en el Hospital. No tengo tiempo ni de conocer a alguien interesante, por eso no podía dejar pasar esta oportunidad.

—Una adulación más y no te voy a creer nada de lo que me digas.

—Listo. No abro la boca.

Empezamos a caminar. Yo lo miraba de reojo y él sonreía con gesto de niño complaciente que no se quiere quedar sin regalos por su mal comportamiento.


La lluvia solo sirve para llorar.Where stories live. Discover now