Un encuentro inesperado

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Los pasantes llegaban conversando animádamente y nos daban el empujón para empezar la jornada. Yo—como nunca—estaba atenta al celular y Marta lo adjudicaba a mi deseo de oír la voz de mi amor. Para pasar el tiempo, le consultaba sobre algunas dudas que persistían en mi cabeza.

—¿Qué te parece que pensará Miguel?, ¿crees que se molestará con nuestra relación?

Mi socia me miraba por encima de sus anteojos.

—Amiga, tu hijo está demasiado metido en sus cosas como para preocuparse por tus relaciones amorosas.

—Sí ,—coincidí—en eso tenés razón, si es feliz supongo que querrá que yo también lo sea.

—¡No te atormentes y ayudame con esto! —mientras me pasaba un género exclusivo recién llegado.

La tela que tenía entre mis manos era un brocato en verde botella que me tentó reservarme para el civil.

—Este lo vas a tener que retirar Marta ¡Mirá cómo está pidiendo quedarse con mamá!

—¡Qué suerte que lo notaste!, yo no me di cuenta de que hablaba.

—¿Se puede?—con cara de oración.

—Sí claro, era para ofrecer varias opciones, pero las chicas se inclinaron por el nude y el celeste. Así que podés seguir hablando con tu futuro vestido.

—¡Gracias amiga! ¿Qué haría sin vos?

—No sabría decirte.

De repente me sobresaltó el celular y finalmente era Iván confirmándome que habló con la asistente y dejaba a mi criterio la forma de contarle a mi amiga.

—¿Estás seguro? ¿No hay dudas?

—¡Segurísimo amor! La asistente prefiere que hagamos como la vez anterior. Pueden venir al cumpleaños de Anita, Martín, seguro que se engancha. Ningún chico se resiste a estar con sus pares. Yo creo que sería menos forzado y sin darse cuenta por ahí se caen bien ¿Qué te parece?

—Bien. Crucemos los dedos y a lo mejor solucionamos dos problemas.

—¿Me extrañabas? —quiso saber.

—Poco, no mucho—reí.

—Bueno entonces no te veo hoy. Si no te interesa...

—¡Estás loco!, te espero en la bañera.

—¡Ya salgo! ¡Voy corriendo!

—Noooo... a la noche. Ah... ¡Te amo!

Le confesé que lo amaba y no me costó ¡Quién diría!

—Hasta la noche.

Ahora tenía que abordar a mi amiga sin entusiasmarla demasiado. Yo confiaba en su actitud positiva y su espíritu de lucha y pensaba introducir el gusanito de la curiosidad en ella.

—Ah, Marta, quería preguntarte. Este domingo hay otro cumpleaños y quería llevar algunas cosas al hospital ¿Podrías acompañarme?

Marta me miró con desconfianza.

—¿Qué estás armando en esa cabecita? A mí no me necesitás, podés llevar el auto, además de que tu doctor te puede ayudar.

Era una mujer de negocios, astuta e inteligente, así que no le di vueltas al asunto y le hice un resumen de lo que ocurría. Ella pareció no reaccionar al principio y luego—no muy convencida—me comunicó que iría al evento.

—Si Iván se tomó el trabajo de averiguar y avisarte no vamos a tirar en saco roto su interés ¿No te parece?, tengo pocas esperanzas, pero algo es mejor a nada.

Esa era mi amiga, tomando la oportunidad, por pequeña que fuera, en espera del milagro.

Más aliviada por la respuesta, al medio día dejé a Marta con sus colaboradores y me fui en busca de los zapatos que combinaran con mi futuro vestido. Detrás de las líneas contábamos con un equipo de modistas, costureras y bordadoras de plantel básico, además de los aprendices y otros contratos extra, supeditados a la premura con que hubiera de ser entregado el trabajo.

En realidad, los zapatos no eran un complemento fundamental, pero sí mis ganas de salir a la calle, mirar el cielo, la gente caminando presurosa, las largas colas del metrobús.

Buenos Aires, tiene esa belleza cordial de una vecina de barrio. La magnífica arquitectura, donde se juntan los siglos entre el adorno puntilloso y el minimalismo. En mi reciente condición, de enamorada asumida, tenía ganas de caminar, recorrer vidrieras y soñar.

Si bien era cierto que me moría de ganas de ver a Iván era responsable, y su trabajo muy importante, para que lo interrumpiera con mis pulsiones adolescentes. Me dediqué entonces a pasear como una turista recién llegada.

En el casco céntrico todo queda cerca. Luego de sopesar opciones decidí visitar mi Galería favorita de Córdoba al 500, gemela de la Orleans de París, que contiene uno de los pocos ejemplos que existen del muralismo argentino. La gran cúpula central del crucero está adornada con murales de Castagnino, Berni, Spilinbergo y otros maestros de la pintura. El techo es un espectacular tragaluz de vidrios opacos.

De la contemplación del arte en la pintura pasé a la de la zapatería y me quedé impactada por lo modelos hechos a mano que los equiparaban a una pieza de joyería. Me sacó de la contemplación una voz que no escuchaba hacía muchos años, pero que identifiqué al instante:

Era la mujer de Mauricio, aquella que encontrara en la casa de la playa. Si bien la reconocí de inmediato no fue por su aspecto físico, ya que esta mujer— que tenía mi edad— parecía venir de dos vidas: ajada, envejecida y triste. Al hablarme, observé su mirada apesadumbrada y el desencanto de la sonrisa.

—Marina, se te ve muy bien—afirmó con asombro al notar mi aspecto.

—¿Mabel? ¡Qué sorpresa!

Nunca volvimos a hablar después del incidente poco grato y me pareció raro que se acercara a mí, aún estando en la galería.

—Si no te molesta quisiera hablar con vos.

—Claro—dejé el paseo y fuimos a un café que nos regalaba la visión celestial de la cúpula.

—¿Qué hacés por acá?, ¿estás de vacaciones?

—No, volví hace un par de meses. Me separé de Mauricio—anunció—, por años le banqué sus caprichos pero ahora tiene una secretaria de menos de 30, ¿Sabés?

—Y, el Diablo pierde el pelo...

—Sí, él siempre es el incomprendido, el que necesita apoyo y cariño... y todas le creemos.

—Y ¿Cómo estás?—le pregunté sabiendo la respuesta de antemano.

—Resignada, cansada, con esa maldita seguridad de que me lo merecía. Todo tiene consecuencias.

No agregué nada más, ella estaba muy amargada como para seguir echando leña al fuego. Revolvía su taza de café con la mirada distraída.

—Supe que Miguel se casa—saliendo de su mutismo.

—Sí, me encontraste eligiendo zapatos para el civil, no todos los días pasan cosas así.

—No, claro—y después—, nosotros no tuvimos hijos, él me aclaró que era padre y para muestra le bastaba un botón. Miguel es un gran chico, pero Mauricio, ya sabés, no lo acepta. Apenas lo supo se negó a hablarle. Yo traté de interceder, pero no me dejó opinar.

—Él se lo pierde. Miguel siempre va a ser su hijo, le guste o no.

Mabel se levantó y se despidió con un beso que me sonó a disculpa, antes de irse me confesó:

—¿Sabés una cosa Marina? Creo que saliste ganando, ¡estás radiante!

Me tomé unos minutos, apuré mi café y salí para el Atelier, igual, había tiempo para elegir los zapatos. Al pasar por las vidrieras vi una mujer plena y feliz y me alegré de no estar en el lugar de Mabel ni de la nueva secretaria, que más tarde o mas temprano, pasaría a ser material de descarte.

La lluvia solo sirve para llorar.Where stories live. Discover now