"La profecía" o como Odín tuvo que elegir

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I

Hela era la Diosa de la Muerte. Su ambición era insaciable. Inclusive su nacimiento fue un presagio de su título, pues apenas vio la luz en el mundo, la madre llegó a la oscuridad, para nunca despertar. Odín lamentó aquello, con la pequeña que no gritaba ni lloraba; su silencio era temible.

Cuando vio los primeros frutos de su conquista con su hija, al ver su indiferencia a la vida, decidió consultar a las Nornas. Ellas, sabias y poseedoras del pasado, presente y futuro, en las ramas de Yggdrasil esperaban la pregunta del Conquistador de los Nueve Reinos. Debía ser la adecuada, o sino no conseguiría lo que deseaba.

¿Tendrá mi hija salvación?, preguntó Odín, en posición de un padre preocupado en lugar de un Rey que teme a su sangre.

Ellas susurraron entre sí y las tres dijeron su respuesta:

Un sacrificio,
sangre por sangre.
¿La muerte o el trueno?
Escoge una y trazarás el destino del otro.
La madre ciega de amor.
El niño de hielo será la clave para volver calidos los corazones muertos, y salvar a los exiliados.

Odín no entendió aquella profecía. Sin embargo, cuando su esposa, Frigga, de bellos bucles de oro, ojos azules como los cielos nocturnos, con un brillo de estrellas, vino a él, tuvo el presentimiento de que le encontraría sentido pronto. Ella, tan llena de cariño en su toque, le dio la noticia que debió llenarlo de júbilo.

Un pequeño crece en mi vientre, le dijo, y Odín se sintió desdichado.

Comprendió que las Nornas presagiaron el futuro nacimiento de un pequeño, pero que aquello significaba más: escoger entre su primogénita, a quién crió solo, su Ejecutora, o al niño que podría ser la clave de salvar a la primera.

Un sacrificio.

Su hija era la diosa de la Muerte, caótica, pero era su hija. Tenía esperanza de que podría salvarla. Velaría por la niña que fue criada por guerreros.

Que Frigga le perdonará...aún escucha los gritos del parto de su amada. Escucha el grito desgarrador cuando la matrona lo declara muerto. Su corazón se oprime ante la visión de su mujer rota por la pérdida del primer hijo.

Su última campaña contra Jotunheim y recordaba ese momento como fuego en la piel. Su hija, por su precaución, fue enviada a Svartelheim para atrapar a los aliados de los jotuns. Gugnir estaba manchado con sangre jotun, y obligaron a Laufey a arrodillarse, con orgullo herido.

Sus manos manchadas. De sangre enemiga, de amigos. De su propio hijo.  Necesitado de perdón fue a uno de los templos antiguos de Jotunheim. Cerró el ojo que no quedo ciego, y pidió paz a su atormentada mente y alma.

Y un llanto se escuchó. No lo imagino, lo escuchaba y su ojo busco el causante de aquel sonido. Entonces dio con un pequeño bulto, azul y con las marcas ancestrales que señalaban una cosa: sangre real. Estaba sobre el altar de sacrificio. Tal parece que él y Laufey no eran tan diferentes, a pesar de sus propias palabras.

Cuando lo tomó, el llanto cesó. Sus ojos rojos lo miraban con curiosidad, con su manito tocando su brazo. Su piel se volvió blanca, como la nieve y la luna que había en lo más alto del firmamento; sus ojos rojos sangre, como la que fue derramada esa noche, se tornaron verdes como las hojas de los arboles y extensos prados. El color de la esperanza.

Canción del Trueno y el HieloWhere stories live. Discover now