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Capítulo 12

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El sonido del oleaje lento arrastrando la espuma entre sus garras empieza a calar en mis oídos, es un ir y venir que en lugar de arrullarme me alerta

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El sonido del oleaje lento arrastrando la espuma entre sus garras empieza a calar en mis oídos, es un ir y venir que en lugar de arrullarme me alerta. Estoy sonriendo, tengo un gesto tan apacible que no encaja para nada con lo que estoy sintiendo dentro de mí, una mezcla de incertidumbre y nostalgia que parece jamás llegar a mi rostro. Mi vista sigue clavada en un punto lejano del mar, ese donde se pierde el sol cuando termina su turno, no sé qué espero encontrar ahí, no sé a decir verdad que estoy haciendo aquí.

Una voz sutil, apenas audible, me roba el tiempo de preguntármelo, estoy demasiado ocupado intentando comprobar que está ahí que todo a mi alrededor se desvanece de a poco. Solo deseo saber qué dice, por su volumen debe estar a cientos de metros. Debería ignorarla pero no puedo. No sé por qué, pero solo no puedo. Aún conservo el rostro lleno de paz del inicio, pero ahora luzco un poco desconcertado mirando de un lado a otro, no parece una búsqueda desesperada, me da la impresión de que estoy jugando a las escondidas. Entonces es mi turno de jugar, de hallar lo que sea que necesito encontrar, y sin proponérmelo lo hago.

Una figura que conozco se arrastra fuera del agua que empapó su camisa celeste y sus pantalones cortos que compró para las vacaciones. Mi sonrisa se engancha cuando sus ojos coinciden con los míos en un reencuentro que anhelaba. Tiene los mismos ojos oscuros que me contemplaron tantos años, la barba que dejó sin afeitar y el cabello que aún pegado a la cara deja ver uno que otro rizo de los que lo caracterizaban. Es él. Intento buscar su sonrisa, pero no está, su lugar lo cubre una mueca de dolor. Viéndolo mejor creo que está más pálido que de costumbre lo que me indica que algo no va bien. Me levanto de un salto de la arena para acercarme a él y es hasta entonces que visualizo el color carmín que mancha su ropa. La sangre es tan espesa que apenas logro notar lo que la provoca.

—Ayúdame. —El sonido de su voz jamás llega a mis oídos, pero el movimiento de sus labios me es suficiente para entenderlo. Me lo pide con una compasión que es capaz de conmover al más duro, está sufriendo, se está marchando.

Intento gritar para pedir auxilio, pongo todas mis fuerzas en mi suplica, pero nada sale de mi voz. Las palabras se atoran, literalmente, en mi garganta, sofocándome, se niegan a salir con tanta convicción que mi lucha por hacer algo no sirven de nada. El aire se escapa, se escapa al punto de obligarme a sujetar mi cuello en busca de liberarlo de alguna cuerda que se oculta de mi vista. Se siente como si el nudo de una correa se apretara con lentitud hasta tirarla por completo.

 Se siente como si el nudo de una correa se apretara con lentitud hasta tirarla por completo

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La chica de la bicicletaWhere stories live. Discover now