Marinette
Una banda, repleta de músicos comenzó a tocar en cuanto me bajé del carruaje. La música, repleta de alegría y ganas de festejo se introdujo en mi cabeza de forma estruendosa e inevitablemente no pude evitar esbozar una mueca de desagrado.
—Sin duda, esto es un buen recibimiento—dijo mi padre justo a mi lado.
Le dediqué una mirada repleta de rencor, aún no me podía creer que fuese capaz de caer tan bajo. Apenas habían pasado dos días desde que me castigó, mis heridas aún estaban muy frágiles y sin embargo, no había tenido el menor reparo en sacarme de su cuarto a rastras para entregarme a Jouvet antes de la boda.
Y hablando del rey de Roma, Jouvet se hizo paso entre los diferentes músicos. Llevaba un chaquetón largo que le llegaba a la altura de las rodillas, abierto, dejando a la luz una hortera camisa blanca con ribetes y volantes plegados sobre los botones. Al menos no llevaba bermudas y leotardos, porque sin duda, esas cosas deberían estar prohibidas.
—No sabe lo feliz que me hizo la noticia, Tom—dijo él con una sonrisa.—Lo último que me esperaba con su telegrama era que la señorita Dupain se mudaba a palacio.
—A mí también me tomó desprevenida—esbocé una falsa sonrisa mirando a mi padre de reojo.
—Consideré oportuno que ambos pasarais más tiempo juntos—explicó mi padre, mientras me tomaba del brazo mostrando un hermoso gesto paternal, lástima que aquello fuese aún más falso que mis ganas de mudarme—. Muy pronto deberíais compartirlo todo y por eso es mejor familiarizarse el uno con el otro.
—No podría estar más de acuerdo, Tom—dijo Jouvet haciendo una pequeña reverencia con la cabeza, después su mirada recayó en mí.—Espero que su estancia en palacio sea lo más cómoda posible.
Quise decir algo, lo primero que se me viniese a la cabeza y que mostrara mi completo desacuerdo en todo aquel asunto de locos, pero papá fue más rápido que yo y contestó antes:
—Confío en que será así—aseguró mi padre,—y estoy seguro de que el castillo será un lugar mucho más seguro que mi casa. Nunca se saben los peligros que pueden estar en cada esquina, mismamente el circo de los días pasados resultó ser una farsa.
—Aún seguimos investigando ese fatídico accidente, fue para todos una sorpresa que la carpa saliese ardiendo—explicó el rey. Su mirada pasó de mi padre a mí y percibí cierto aire ansioso en sus ojos, un hecho que me produjo escalofríos.
Hacía frío, de hecho, el invierno estaba cayendo, pero aún así el sol chocaba con fuerza sobe los jardines de palacio, rociando con su luz nuestros cuerpos, que combinado con mi malestar y mis heridas aún sin sanar, ocasionó cierto mareo.
Me llevé una mano a la frente y me tambaleé ligeramente.
—Marinette—los brazos de mi padre me sujetaron, sosteniéndome lo suficiente como para que mis rodillas no flaqueara.—¿Estás bien?
Lo miré con ojos fulminantes, siendo consciente de la falsedad de sus palabras. ¿Cómo podía ser capaz de caer tan bajo? ¿Cómo se atrevía a preguntar por mi bienestar si él mismo era el causante de mi pésima salud?

YOU ARE READING
©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|
FanfictionSegunda parte de la Bilogía «Corazones rotos» Aviso: Si no has leído "Ladrona de corazones" no leas esta historia.