KEREL FELDÜR

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Kerel ingresó caminando con la cabeza en alto a pesar del escaso espacio que las ciudades enanas dejaban para circular. A su alrededor todo era sangre y gritos. Las fuerzas enanas ofrecían resistencia, pero la superioridad numérica de sus soldados convirtió la guerra en una batalla sencilla.

A él no le importaba la vida de sus soldados, lo que le diferenciaba a los líderes de la ciudad enana de Ande. Eso le había permitido doblegar rápidamente a los defensores atacando a los civiles, en especial a los niños, mujeres y jóvenes que no se encontraban en condiciones de luchar. Los guerreros se sentían en la obligación de protegerlos, y así se descuidaban ellos.

Las fuerzas reptiloides de Kerel eran feroces combatientes, fuertes, ágiles y fácilmente reemplazables. Por eso, y pensando en que las ciudades enanas poseían guardias poco numerosas, le habían llevado a decidir destruir algunas de las ciudades enanas por separado antes de seguir con su plan.

De vez en cuando, complementaba su andar tranquilo con algún movimiento de su báculo, con el cual golpeaba a aquellos enanos que no eran abatidos por el ejército. A otros, directamente los prendía fuego con un movimiento leve de labios. Sin lugar a dudas, Kerel se había vuelto más fuerte de lo que, incluso él, pensaba.

Antes de su muerte en vísperas del asedio de Taria, Kerel había recitado un antiguo conjuro Fe-Gun que ni ellos conocían. Dentro de esas palabras se escondían un secreto para la inmortalidad bastante oscuro, pues tenía algunas contraindicaciones para que pudiera llevarse a cabo.

Dentro de las necesidades del hechizo, una de ellas era que requería de un gran sacrificio de sangre, pero ese sacrificio y su posterior ofrenda (y esta era la razón por la cual no se lo había comentado a Ulog) debía de ser inconsciente.

Posiblemente Ulog hubiera sacrificado a medio ejército con tal de salvarle, pero eso no hubiera funcionado, y tampoco tenía que revelarle que el verdadero objetivo de la guerra había sido poder volver a la vida, que realmente su cruzada no le importaba. Ulog había cumplido su cometido, tal como había esperado.

Por eso, cuando por fin regresó a la vida, no volvió con Ulog, sino que siguió con su camino como había planeado. Si hubiera vuelto con él, seguramente habría terminado con la guerra, con un triunfo rotundo de las fuerzas invasoras, el regreso de su juventud le había convertido en alguien más fuerte incluso de lo que él recordaba, tal vez los años le habían dado más poder.

Sea como fuere, el acabar en la fosa común era algo que Kerel había previsto, el don de la clarividencia le había permitido ver partes de su futuro, y otras deducirlo. Además, sus días estaban contados, no le quedaba otra cosa que hacer más que probar suerte. Pero todo había dado sus frutos.

Ahí se encontraba él, de pie, joven y fuerte como antaño, con la sabiduría de un anciano en su lecho de muerte, con un propósito claro. Su misión era liberar al dios Drako de su prisión, ya sabía el cómo, y era algo que, según consideraba, no le sería demasiado difícil, pero fiel a su forma de ser, había decidido tomárselo con calma y disfrutar de su juventud nuevamente.

Este disfrute consistió en probar sus poderes y recobrar la movilidad perdida, que había vuelto más fuerte lo sabía, pero su cuerpo se había olvidado lo que eso significaba. Si bien entrenaba a todas horas, el proceso le llevó más de lo que esperaba, necesitaba sentirse en plenas aptitudes para terminar su tarea, si bien estaba seguro de que lo haría, sabía que, eventualmente, debería combatir y no podía dejar que un golpe perdido que no hubiese visto le quitara la vida.

A medida que iba logrando mejorar su rendimiento, los viejos tatuajes de su cuerpo comenzaron a cobrar mayor brillo y fuerza, los notaba poco a poco resurgir brindándole el poder debilitado y latente. Se mantuvo comiendo algunos animales silvestres que rondaban por los montes en la ladera de las montañas, lejos de los pasos y caminos utilizados por rhondos y enanos.

Era ahora el momento de seguir su rumbo. El primer ataque le había convertido en una leyenda oscura para los enanos, por eso había dejado escapar a algunos, para que contaran una parte de la historia. Tenía pensado dejar escapar a algunos más para agrandar aún más el terror, estaba seguro que eso le facilitaría el trabajo, meterían a todos en la ciudad de Meris y, con ello, mataría a todos los enanos de un solo golpe.

Kerel se detuvo frente a una familia de aterrados enanos que gritaban y lloraban desconsoladamente, la madre abrazaba a sus hijos con fuerza, para que no pudieran ver el momento fatal que lentamente se les acercaba.

Hizo un gesto y los soldados se detuvieron al instante, dejando a la mujer y sus hijos tranquilos. Se acercó lentamente a ellos mientras la mujer observaba incrédula lo que ocurría.

La miró fijamente y le acarició suavemente el rostro, los chicos dejaron de llorar y comenzaron a mirarle sin tener idea de lo que sucedería. Kerel, arrodillado frente a ellos, les sonrió.

- No hay escapatoria – les dijo mientras agarraba a su madre por el pelo – Ahora miren bien esto, lleven este relato a la capital.

Comenzó a reír mientras se ponía de pie y comenzaba a apretar el cuello de enana, ella pataleaba e intentaba golpearlo, pero los largos brazo del Si-Gun impedían que se acercara. Los chicos lloraban y gritaban desconsoladamente, pero la risa de Kerel resonaba más fuerte que los gritos y llantos. Poco a poco, el cuerpo perdía su fuerza y su empuje, hasta que finalmente dejo de moverse.

La arrojó al suelo cual trapo viejo a los pies de los chicos, ellos se agarraron al cadáver con fuerza ante la atenta mirada del elfo, quien ya había terminado de reír, pero aún mantenía la sonrisa. Sin dejar de mirarlos chasqueó los dedos e inmediatamente dos reptiloides tomaron a los chicos y los llevaron rápidamente hacia el túnel que comunicaba a la ciudad con la capital enana.

Kerel sonreía mientras los gritos de los chicos se alejaban, a la par, los gritos en general cesaban. Poco a poco, la resistencia comenzaba a ceder terreno y vidas. Mientras miraba a su alrededor los cuerpos caían y podía saborear como la vida se les escapaba.

Se sentía joven y vigoroso, y cada vez más realizado, pero muy de vez en cuando había algo que le hacía perder la serenidad y sentimiento de victoria. Ese algo se acercaba de prisa y ya casi lo sentía encima. Hizo otra seña a sus generales y estos apuraron la matanza, al cabo de dos horas, la ciudad de Ande se encontraba en silencio, pero en sus sombras, los reptiles aguardaban a sus nuevas presas.

Ariantes: Un rey para dos reinosWhere stories live. Discover now