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A veces abría los ojos a medio sueño y sentía moldearse debajo de mí una cuna, la mejor que pude probar en la vida entera, compuesta por 2 brazos; que me alzaban del piso o de los muebles y en una intervención somnolienta con la paz escuchaba unos pasos y unos respiros; hasta que un beso rompía el silencio asentándose en mi frente y volvía a sentir frío, el frío de una cama y una almohada inertes, inmediatamente cerraba de nuevo los ojos y volvía a dormir.

Me carcomían las lágrimas de inocencia, tristeza por alejarme, e infinita felicidad en la cara de mi madre despidiéndose desde la entrada del colegio.

Con 7 años empecé mis estudios, los mismos que tal vez nunca quise realmente (probablemente como la mayoría de los humanos en algún momento) pero que sirven para que seamos alguien en la vida, para que hagamos del mundo algo mejor o para "ser alguien" en los puestos de una empresa; eso entendía mamá, por mi parte sólo esperaba volver a estar a su lado y contaba con la valentía que en un futuro me faltó, para demostrarle sin detenimiento alguno su valía, como persona que me dio la vida.

Pasaban las horas bastante rápido. Puedo decir que mi única preocupación de entonces fue la lúdica y el entretenimiento, jugaba con botellas al fútbol, dibujaba garabatos, los lapiceros se convertían en héroes y villanos que se disputaban el pupitre, el papel era el lienzo donde el esfero y la imaginación desencadenaron un universo propio, relativo, único donde la vida era multidimensional, donde vivía realmente y sonreía haciendo de mí mismo el mejor cómplice.

No existía vanidad, ni envidia, no había tristeza que durará, mis compañeros eran mis secuaces, jugábamos una y otra vez, recibiendo regaños y volviendo a obrar sin detenimiento, como si la diversión fuera la regla y el pensar en las consecuencias fuese ajeno al mundo del correcto infante.

La distracción nos permitía encontrar nuevas ventanas para la imaginación, no había nada que pudiese suspender en mí, el juguetón y noble personaje (cuya mentalidad hoy en día envidio en algunos casos), hasta que el timbre del final de clases me hacía correr a las puertas del colegio para poder abrazar a mi madre y mi hermano, después de una emocionante charla o un apacible silencio, llegar a casa para jugar y agotar energías hasta caer dormido en cualquier parte.

El GringoWhere stories live. Discover now