UNO. (segunda parte)

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Lo estaba logrando, estaba ignorando de nuevo todo lo que me estaba pasando. Volví a salir con amigos. Comía lo necesario para estar sana. Reía con cada uno de los chistes de Mario.

Pero, aquí viene el famoso "pero", no sentía ninguna emoción, lo único que permanecía intacto era el amor que tengo por Calle, ese nunca se fue ni se deterioró, fue inmortal.

Estábamos listas para salir, Calle me maquilló tan bien como lo sabe hacer. Jugó con los morados y lilas en mis párpados, cada retoque que me hacía en el rostro me daba un poco de seguridad.

Ese día Daniela Calle quería matarme.
Se vistió de negro totalmente.
Lo bien que se veía su figura ese día me hacía querer dejar para después la fiesta y hacerla completamente mía. Cualquier plan se podría dejar para después si se trataba de Daniela, ella siempre fue mi prioridad.

No tengo mucho que contar de esa noche; bailamos, bebimos hasta perder el conocimiento y recuerdo tener la garganta tan ceca como el cesped falso del jardín en el que despertamos.

En la mañana siguiente vomite tanto que sentía que en cualquier momento mi hígado también quedaría aplastado en el inodoro, el olor repugnante del vomito me hacía dar más y más náuseas. Pobre Calle, no entiendo cómo hizo para aguantarse ese olor y agarrarme el cabello para que no lo estropeara.

Ese día no sabía donde estaba, ni cómo había terminado en aquel lugar. Tenía un vacío en la boca del estómago que me quería hacer vomitar cada que respiraba y por supuesto Calle no tenía resaca porque nunca se pasaba de tragos. Era yo quien siempre cruzaba los límites y terminaba tan mal y arrepentida que mi cuerpo me lo reclamaba a punta de vómito, mareo y un dolor de cabeza inaguantable.

Estaba en ese punto en el que nadie quiere estar en su vida. En donde no quieres sentir más, todo es tan oscuro que asusta, tan profundo que te hace querer saltar todo el tiempo y tan ardiente que sientes que escupes lava cada que abres la boca. Porque sientes todo el tiempo dolor, soledad y angustia, quieres evadir a como dé lugar ese sentimiento y que mejor que el alcohol, tu nuevo mejor amigo.

La voz de Calle se escuchaba como la de un robot cada que hablaba lo que me hacía estallar de risa, estaba tan sensible como una bomba con agujas. Estallaba por cualquier cosa y puedo asegurar que Mario y Paula estaba en las mismas condiciones.

Después de parpadear varias veces y lograr sentarme pude deducir que estábamos en casa de Matu, o bueno, lo que había quedado de la pobre casa. Habían sillas rotas pidiendo auxilio en mis alucinaciones y mesas sucias queriendo que las limpien. Condones, personas desnudas y comida en la piscina. Las botellas de alcohol estaban por todos lados y los pobres gatos exóticos de Matu estaban lamiendo todo lo que había en el suelo, pude haberlos detenido pero no podía ni con mi propio cuerpo, sentía todo mi ser dormido y por suerte estaba consciente.

Me estaba costando respirar.
Me estaba costando vivir.

Dejé descansar la espalda en las paredes frías blancas con rastros de vomito, licor, alucinógenos y quien sabe qué cosas más.
Calle acercó su dedo meñique a mi mano derecha, me hizo una leve caricia y mi cuerpo reaccionó de manera inmediata. Esa corriente que inunda todo tu ser con la caricia de esa persona y las ganas inmensas de sonreír te hacen querer detener el tiempo por siempre y quedarte a vivir ese momento, estancarte ahí y nunca más volver el tiempo a su normalidad. La felicidad que me lograba transmitir era tanta que me hacía sonreir de manera tan ingenua como niña de 5 años cuando le dan su dulce favorito.

Cuando dejé de estudiar cada desastre de la casa me encontré con los ojos marrones de Daniela. No había necesidad de hablarle, podía leerle la mirada y saber perfectamente qué estaba sintiendo. Mirada de adrenalina y querer huir de ahí, pero ésta vez no sabía si quería llevarme o irse simplemente ella sola.

Anxiety. |Caché|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora