16. Videollamadas reveladoras

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Videollamadas reveladoras

Contra todo pronóstico -ya que esperaba quedarme a dormir donde Emily-, la mañana del sábado desperté en mi sofá.

La cabeza me palpitaba de manera increíble y me di cuenta de que tal vez me había pasado al tomar dos vasos de Vodka en 50/50.

—Mierda, nunca más hago eso —me quejé.

¿Cómo cielos llegué a casa?

Desearía no haberme preguntado aquello y no haber querido ahondar en lo que sucedió la noche anterior. Porque los recuerdos de la reunión me golpearon como un baldazo de agua fría.

Me había besado con Caleb, y él no estaba ebrio, él había tomado una sola lata de cerveza en toda la noche, Caleb sabía lo que hacía cuando me besó, cuando me tiró a la cama.

Pero también sabía lo que hacía cuando detuvo el beso y me trajo a casa.

Sin embargo, si seguimos esa línea, él también era consciente de sus actos al besarme en el porche, al dudar cuando lo invité a pasar, para luego marcharse.

Evidentemente, mi estado de ebriedad no me había permitido subir las escaleras y había optado por tirarme al sofá, al quedarme sin ninguna opción más que esa o dormir en el suelo.

Seguía estando solamente en remera y bragas, y mi ropa mojada estaba tirada a mi lado. Mis tacos estaban en el suelo, junto a la puerta.

Deseé que mis pensamientos no viajaran mucho, pero comencé a hiperventilar al recordar las manos de Caleb sobre mi cuerpo e, inconscientemente, mis manos fueron en busca de mi celular, el cuál terminó estando debajo de mí, y lo único que pude hacer fue llamar a Connor.

No podía comentar lo pasado con mis amigos del colegio, ellos sabían que Caleb era nuestro profesor y él podría terminar en problemas si el tema se escapaba en un lugar inadecuado, en cambio, Connor ya sabía que algo sucedía con Caleb.

Al tercer "bip", mi amigo (si lo podía llamar así por el corto tiempo que lo conocía) contestó.

—Pequeña Zhavia —contestó, y por su voz pude imaginar que estaba sonriendo. Sólo en ese momento se me ocurrió mirar el reloj, que marcaba que eran las once.

—Mierda, ni pensé en la diferencia horaria —confesé— Hola, ¿te desperté?

—No, tranquila, son las nueve aquí, pero me levanté a las seis para salir a correr con una amiga.

—Bien —suspiré— Necesito hablar de algo ¿Tienes pensado venir a Chicago este fin de semana? —pregunté mordiéndome las uñas.

—¿No me digas que sucedió algo con ese chico? —inquirió.

—Sí, realmente.

—Dulce corazón de melón, no puedo ir a Chicago porque tengo que hacer un trabajo —confesó suspirando.

—Oh... bueno, está bien...

—Pero ni loco me pierdo esa historia —me cortó— ¿Videollamada? —preguntó y sonreí.

—Déjame que me bañe, y en veinte minutos te llamo.

—Perfecto, tú báñate, yo te llamo, así sientes más presión y te bañas rápido.

Sin decir más colgó. Sabía por qué, aunque lo conociera hacía una semana: si la charla se extendía iba a tardar más en saber qué había sucedido con Caleb, y había descubierto que a mi nuevo amigo se le hacía bastante entretenida mi dramática vida amorosa. Y no mentía al decir que a mí también se me haría divertida si no fuera YO quien sufriera los cambios drásticos de humor ocasionados por una persona.

Mi Deseable Perdición ✓Where stories live. Discover now