22. Mentiras exitosas

3.2K 183 23
                                    

Mentiras exitosas



Podía notar a mis amigas mirarme de forma extraña mientras caminábamos por el centro comercial, por lo que me detuve y ellas lo hicieron también.

—¿Tengo algo en la cara? —les pregunté finalmente, entre divertida y sarcástica.

—Sí —contestó Sam y fruncí el ceño, ya que realmente no esperaba esa respuesta— una puta sonrisa que no se te quitaría ni viendo el video de Happier de Marshmello —admitió— ¿Nos puedes contar qué te pasa? —preguntó, mientras volvíamos a retomar la marcha.

—Nada nuevo ni realmente bueno —contesté, encogiéndome de hombros— pero tampoco nada malo, so.

—Okay —contestó Jane dubitativa, sin dar mucho crédito a lo que oía.

—Eh —les dije para distraerlas del tema— al final no me dijeron de qué se trataba eso del trabajo para el señor Mitchell.

—¡Oh, sí!, casi lo olvido —exclamó Sam, olvidando por completo el tema anterior— tienes que buscar un poema que te guste mucho, y continuarlo, o cambiar su final —me explicó y asentí. Supuse que Caleb así le daría fin al tema de la literatura lírica.

—Me gustaría tener a mis padres aquí y no a miles de kilómetros en este momento —confesé, suspirando— tal vez me podrían ayudar con este trabajo.

Mi madre, como ya había dicho anteriormente, escribía muy buenos poemas, y mi padre, a pesar de no concretar su sueño de ser músico, tenía escritas canciones realmente impresionantes.

Yo, sin embargo, no había heredado la habilidad del género lírico. Amaba leer, y había escrito uno que otro relato, pero nunca me había destacado en ese género, nunca me pareció lo suficientemente interesante.

A Sam y a Jane, en cambio, eso se les daba muy bien, podían dedicar palabras fácilmente, así no tuvieran a quién dirigirlas. En cambio, yo necesitaba contar una historia, tener un desarrollo, expresarme sin tener que estar atada a que la última palabra rime sí o sí. Por eso no me gustaba escribir poesía, si te querías expresar y no encontrabas la palabra que rimara, lo siento, pero estaba mal.

—Creo que lo vas a hacer bien —comentó Jane, señalando una tienda para que entráramos y la seguimos— hace dos años escribiste un muy buen poema —admitió.

—Sí... creo, pero no creo que me vuelva a salir —admití, y mis amigas rodaron los ojos.

Nos pusimos a ver las prendas que había ahí, sin hacer más comentarios. Realmente se me apetecía buscar algunas cosas casuales, pero todo lo que había ahí era de fiesta. Dejé de prestarle atención a la ropa y mi cabeza voló hacia el lunes a la tarde, donde Caleb y yo seguíamos acostado en mi cama, bromeando y contándonos sobre nuestra vida, con las manos entrelazadas. Jane soltó un gritito que me sacó de mi ensoñación, y hasta la vendedora volteé a verla.

—¡Zhavia, esto es perfecto para ti! —exclamó, mostrándome un vestido entre escarlata, bermellón y burdeos. Era largo, con dos cortes de tela y un notable pero sofisticado escote en la parte delantera. La tela parecía ser liviana.

—Es hermoso —coincidí, asintiendo— pero, ¿cuándo se supone que vaya a usar eso? —pregunté obvia.

—En algunos de los bailes de tus padres —dijo Sam, desde el otro lado de la tienda— o en una cita.

—Sabes que nunca iría a una cita vestida así.

—No me importa —contestó, finalmente acercándose— lo que importa es que te lo pruebes.

Mi Deseable Perdición ✓Where stories live. Discover now