XVI

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(Gabriel tarareaba vagamente la canción que sonaba en la radio, mientras limpiaba con energía la mesada de la cocina que había ensuciado. Las galletitas de chocolate que había hecho para esperar a Renato estaban en el horno, y les quedaban unos 10 minutos más allí - los cuales aprovechó para dejarle ordenada la cocina a su mamá.

Era sábado, un sábado de octubre del 2010.

Hacía tres días no veía a Renato, pero hoy finalmente el menor le había dicho que sí podía ir a su casa y le aseguró que cerca de las 5 de la tarde estaría ahí. Su papá estaba trabajando y su mamá se había ido a merendar con algunas amigas a un restaurante del centro, por lo que Gabi había decidido cocinarle algo a su novio para esperarlo y tomar la merienda. Le iba a hacer café.

Mordisqueó su labio nervioso cuando sintió el timbre, y después se rió de sí mismo mientras caminaba a la puerta. Conocía a Renato hacía mucho tiempo -prácticamente de toda la vida- y era su novio desde hacía ya más de un año... pero todavía se ponía nervioso cuando sabía que estaba por verlo. Aún ya pasados 15 meses de noviazgo, a Gabriel todavía le sudaban un poquito las manos y le temblaba el labio inferior antes de ver al chico; todavía se le ponía la piel de gallina al pensar en sus besos y le revoloteaban maripositas en su panza cuando escuchaba su risita risueña.

Dios, estaba tan enamorado. Tan, tan.

Abrió la puerta y se encontró con ese chico de 15 años esperándolo apoyado en la pared. Vestía un buzo negro enorme, unos jeans y sus zapatillas rojas gastadas de siempre. Gabriel sonrió limpiándose las manos en sus muslos - pero al observar la cara de su novio, enseguida su ceño se frunció y sus hombros se tensaron.

Tragó saliva. Si Gabriel abría la puerta y Renato no saltaba enseguida a sus brazos para respirar en su cuello y darle algunos besos -más que nada luego de no verse por varios días-, algo definitivamente estaba mal. Algo estaba muy mal.

Gabriel dio un paso adelante y acercó su cara al chico. Éste vaciló, pero cuando sus labios iban a tocarse corrió la cara y el mayor terminó dándole un beso en el cachete. El corazón de Gabriel se apretó. Cerró sus ojos unos momentos.

-Vamos a hablar adentro -murmuró el castaño, rápidamente. Gabriel observó en su rostro una emoción que no supo identificar, pero le hizo caso y entraron.

El mayor caminó rápido hasta la cocina y apagó el horno, sintiéndose un tarado ahora. ¿La había cagado? ¿había hecho algo mal?... frunció su ceño, pensando, mientras volvía al living y encontraba al chico sentado en el sillón - sus manos pasando frenéticamente por sus piernas, sus pies chocando contra el piso rítmicamente, su mirada perdida.

Gabriel se sentó frente a él y dejó un plato con la torta cortada en pedacitos. Carraspeó, sintiéndose un boludo. Dios.

-Te hice una torta -dijo, en voz baja. Renato asintió, pero no lo miró. Agarró una porción en silencio, masticó, tragó.

-Está rica. Gracias -respondió.

Gabriel podía jurar que Renato no lo miraba porque no quería llorar. Lo conocía mucho, y desde acá -aunque su cabeza estaba gacha-, podía ver sus lagrimales brillando por las lágrimas.

Una ola de miedo recorrió al mayor.

-¿Vas a decirme qué pasa, Tato? -preguntó Gabriel, cauteloso. Silencio. -No nos vemos hace días y no me diste un beso... ¿por qué? ¿Qué está mal, chiquito? -insistió. Renato cerró sus ojos, los apretó.

-No puedo seguir con vos -murmuró. -No podemos seguir juntos, Gabi. Vine acá porque te mereces que te lo diga cara a cara... eh, esto. No podía hacerlo por teléfono o algo así. Es lo mínimo que te mereces -agregó.

dos rojas, una amarillaWhere stories live. Discover now