Epílogo

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Julio, 2026.

Gabriel exhaló frustrado y tiró sus anteojos arriba del papeleo sobre escritorio. Sus manos enseguida taparon su propia cara y sus dedos refregaron sus ojos cansados y llenos de sueño.

Era mediodía - un muy gélido mediodía de julio. Podía ver a través de la ventana del estudio de su casa como el vidrio estaba congelado, y las pequeñas gotitas de agua provocadas por la misma temperatura corrían una carrera hasta el piso.

Gabriel ahora, y desde hace ya varios años, había comenzado a trabajar en la empresa de negocios de su papá. Nada demasiado complejo: papeleo, cheques, reuniones ocasionales y la sonrisa gigante de su viejo cuando le comentó que quería laburar con él. El rizado jamás había querido depender de su papá laboralmente hablando; siempre se dijo a sí mismo y a su mamá que él tendría un trabajo y que lo conseguiría por su cuenta, ya que laburar con -y para- su viejo, sería algo sumamente malo y desagradable.

Sin embargo, se había equivocado.

Su papá había sido honesto y cálido desde el primer día. Le había asignado un puesto y había sonreído grande cuando Gabriel aceptó. Desde allí su relación había mejorado muchísimo y habían, de alguna manera, recuperado algo del tiempo que habían perdido con el correr de los años - debido a los viajes que su viejo hacía muy a menudo, y que debilitaron su relación.

Despues de todo, Gabriel era feliz. Demasiado.

Tenía, literalmente, todo con lo que alguna vez soñó. Una casita acogedora donde contaba con todo lo que necesitaba, un trabajo estable con el cual podía darse los gustos, y una sólida relación con sus dos padres.

Y, por sobre todo, lo tenía a Renato.

Tenía a Renato, que le llenaba el alma de calidez desde hacía tantos años; y lo tenía tanto en cuerpo como en alma. Se habían amado toda la vida y ese cariño parecía fortalecerse más y más con el correr de los años... afrontaban todo juntos: adversidades, viajes, risas, llantos... eran el eterno compañero del otro, no había dudas.

Su esposo y él.

(Diciembre, 2021

Gabriel sonrió al notar como Renato miraba fascinado a su alrededor, casi dando saltitos de la emoción por lo que le provocaba el lugar. Estaban viajando mucho y muy, muy lejos. Tan lejos que se sentían como personas nuevas, que estaban logrando juntos todo lo que alguna vez soñaron.

Sin dudas, una vez todo empezó a acomodarse en sus vidas, habían conversado y planteado la idea de ahorrar para viajar todo lo que pudieran. Habían dejado de hacer ciertas cosas para así guardar la plata, y había valido totalmente la pena el esfuerzo: de vez en cuando, podían hacerse alguna escapada y descubrir juntos.

Como ahora, que estaban perdidos en algún lugar de Roma admirando las estructuras más hermosas que habían visto jamás. De la mano, por el mundo.

El rizado observó sus manos enlazadas. Observó los finos dedos de Renato envueltos en los suyos, apretándolos cuando veía algo que lo emocionaba de más... y observó, especialmente, el dedo anular del chico. Sonrió pensando que esta sería la última vez que lo vería así de vacío...

dos rojas, una amarillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora