1. El Zumbido

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¡Ha llegado el Apocalipsis! ¿Sobrevivirás a él? 


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— Me alegra escuchar eso, teniente —le comentó Connor con una media sonrisa en el rostro, mientras conducía el viejo vehículo de Hank—. ¿Pudo descansar un poco en el hotel antes de llegar a la comisaría?

— Sí, no sé para qué me presto para estos cursillos si los nuevos reclutas no se interesan por nada —lamentó el mayor; su voz se escuchaba nítida a través de los altavoces del coche—. Y no me mires así, Connor, sabes que a nadie le interesa vuestros estúpidos derechos de androides —se adelantó el teniente, adivinando la mirada de reprobación que Connor le dirigía a través de la llamada de teléfono.

Connor sonrió de inmediato, dándose cuenta de que el teniente Anderson lo conocía muy bien.

— Bueno, ¿estás cuidando bien de mi pequeño? —preguntó distraídamente el mayor.

— Sí, teniente, es más, lo traigo en el coche ahora mismo. Estamos yendo al supermercado para comprar su comida favorita —le respondió Connor, echando un vistazo a través del retrovisor al asiento trasero, donde descansaba el gran San Bernardo, ajeno a la conversación—. Lo estamos echando mucho de menos, teniente —le dijo, distraídamente el androide, abriendo sin querer la caja de pandora.

Se hizo un silencio incómodo en el vehículo. Mientras tanto, ya Connor entraba en la explanada diseñada para estacionar el vehículo frente al supermercado.

— Connor... —rompió el silencio el mayor, con voz titubeante—. Lo que pasó la otra noche...

— No tenemos que hablar de ello si no quiere, teniente —le respondió el joven, terminando de aparcar. Su LED brillaba en un amarillo parpadeante—. Comprendo que estaba bajo los efectos del alcohol. Ya sabe que debe dejar de beber tanto.

— Dios Santo... —Hank hizo un ruido de exasperación que expresaba su frustración, no sabía cómo abordar aquella conversación pendiente—. Ya lo hablaremos mejor cuando llegue a casa —cerró, tajantemente—. Ahora tengo que colgar, tengo que empezar a preparar la ponencia. Deséame suerte.

— Mucha suerte, teniente. Lo hará perfecto...—una pausa con sonrisa—, como siempre.

Y con aquellas palabras, la conversación telefónica se cortó.

Aunque era un androide, el modelo RK800 suspiró profundamente. Cerró los ojos y recostó la cabeza en el asiento del coche.

—Los humanos son muy complicados... —se lamentó en un susurro. Sumo levantó la cabeza al notar que ya el coche no emitía su tranquilizador "rum-rum" que tanto le gustaba—. Espérame aquí, grandullón —le dijo entonces al perro, acariciando su cabeza peluda—. Voy a comprarte algo para esta noche, no tardo.

Bajó del coche y cerró la puerta. El perro se le quedó mirando unos segundos a través del cristal de la ventanilla trasera, para luego volver a acomodarse a lo largo del sillón y cerrar los ojillos tristes de San Bernardo.

Entró al supermercado, lleno de colores, personas y androides. Los androides cajeros, atendían con amabilidad a los clientes que terminaban de sus compras, no pudo evitar sentir una reminiscencia de un pasado, no muy lejano, donde todos los androides habían sido esclavos de los humanos. Pensando en ello, Connor cogió un carrito, con la idea fija de ir directamente al pasillo destinado a los productos para perros y gatos.

PULSE [DETROIT BECOME HUMAN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora