Capítulo 21.

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(en galería cómo Lagertha asesinó a su prometido)

La sangre parecía desbordarse de aquél agujero de dolor con una velocidad sorprendente. Los músculos que habían sido atravesados por el filo del hierro forjado por varios días se encontraban desgarrados al momento de tener que quitar el arma de su anatomía.

Tal fue la furia del conde al ver que su hijo yacía herido en el suelo que logró aniquilar a cualquiera que se le atravesó en el camino hasta su primogénito.

Un escudo de guerreros los rodearon para asegurarse de que no los tomen de imprevisto y terminaran todos muertos.

Ragnar sabía que aquél muchacho ya no era pequeño, que se había ganado el arm ring con honores y que casi era un hombre, pero no pudo evitar verlo como su pequeño cachorro, el cual gemía de dolor en el suelo.

Los brazos de Rollo fueron los primeros en rodear al rubio, dándolo vuelta para poder verle el rostro con más claridad.

En ese momento los vikingos parecieron sentir la furia que emanaba su conde y señor, dando más coraje al enfrentarse al enemigo.

Con velocidad el mayor de los Lothbrok se quitó su armadura pagana, tomando entre sus manos un pedazo de tela resultante al destrozo de sus ropas, pudiendo hacer una atadura con ésta en el hombro del crío, luego de haberle tirado agua salada con desesperación, ignorando los quejidos de dolor de Bjorn.

Finalmente cuando lo alzó, el pequeño pareció perder conocimiento y aquello fue lo que desató la locura.

Logró emitir el rugido más atemorizante que alguna vez hayan escuchado los presentes en la lucha. Incluso todo pareció detenerse y temblar por unas fracciones de segundo.

No fueron solamente los habitantes de Kattegat que supieron qué significaba aquello, sino que cada lobo que se encontraba en aquél radio de distancia lo pudo ver.

El temor que causó en los que podían llegar a verle u oírle fue inmenso, y absolutamente todos pudieron conocer por qué le llamaban descendiente de Odín.

Sin necesidad de arma alguna sus ataques fueron letales a cualquier enemigo cerca. Sus garras lograron haber aumentado más de lo normal en aquél estado de furia y sus dientes se hundieron en varias yugulares, dando por terminadas demasiadas vidas.

Y como si fuera un único corazón latiente de justicia, cuando la sincronización de los vikingos y sajones creció hasta el punto en el que se veían invencibles, las llamas a su alrededor parecían desaparecer.

Un espectáculo sangriento adornó los muros de París, el cual dejó de lado aquella fachada de riquezas y paz, dando paso a una escena de horror.

Una ciudad manchada por la propia sangre de sus habitantes era algo muy humillante.

Los parisinos comenzaron a huir cuando se dieron cuenta que no eran rivales para los intrusos, queriendo dejar lo más rápido posible la tierra que los vio nacer.

Las gigantescas puertas fueron abiertas a la par cuando finalmente pudieron acceder a ellas.

Todo era simplemente sorprendente allí dentro, nada igual a lo que hayan visto antes.

Las edificaciones de piedra se alzaban a lo más alto posible, haciéndoles parecer diminutos.

Sabían a la perfección que los ciudadanos estarían esperando por el final de sus vidas en la iglesia que se encontraba en el centro y que, a su vez, era la que más destacaba en aquél lugar.

No quisieron tardar más las cosas y mientras unos llevaban a los heridos a zonas seguras para poder tratarlos, otros se dirigían a acabar hasta con el último natal.

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