V. Papá me da la bienvenida con una sorpresa... desagradable.

1.4K 112 3
                                    

El vuelo fue aburridísimo. Y muy largo. Pero al fin llegamos a Washington. Papá rento un Jeep (que no le costó nada barato) y nos vamos a casa. Guau, aquí es hermoso… Viajamos en auto como por unos cuarenta y cinco minutos, y llegamos a una pequeña ciudad, o más bien, un pueblo. Se estaciona frente a una casa grande color blanca. El pueblo podría decirse que parece normal excepto que en el lado de la acera donde viviré es la única casa y también una sola casa enfrente, que es grandísima, parece un enorme castillo negro, y es la única casa de ese lado de la cera… alrededor de ella hay neblina, mucha. Y eso que apenas son las cinco de la tarde.  Una calle con dos casa en frente y nada más alrededor… Guau.

Bajamos del Jeep y papá toma mis maletas. Entramos a mi nueva casa y me sorprendo: Está decorada con globos, pequeños carteles que dicen: ¡Bienvenida, Aleesha! Otro dice: ¡Estos dos años serán padrísimos! ¿Quién habrá escrito el último cartel? ¿Padrísimo? Papá no utiliza esa frase… algo pasa aquí.

-¡Bienvenida, Aleesha! – Una mujer sale de un brinco detrás de un sofá con una enorme sonrisa.

La miro boquiabierta: es rubia, ojos verdes, piel clara y suave. Sale detrás del sofá y me mira consternada.

-¿No le has dicho, Liam? – Ella mira a papá. Frunzo el ceño.

-¿Qué no me has dicho, papá?

-He… no. Aleesha, ella es Natacha… mi… he… novia.

Mi boca cae al suelo. ¡¿Qué?! No habla en cerio, ¿verdad? ¡Díganme que no, carajo!

-Hola, Ale, soy Natacha. ¡Espero que estos dos años la pasemos padrísimo!

Ya veo de donde salió la palabra padrísimo. La miro seria.

-¿Por qué no me habías dicho? – Mi vuelvo hacia papá.

-No sabía cómo decírtelo…

-¿Está es mi sorpresa de bienvenida? ¿Qué esperabas? ¿Qué me ibas a decir a último momento e iba a saltar de la felicidad?

-Yo, he…

-Yo, he… yo, he… – Lo imito. – ¡¿Tú qué, padre?! ¡Tendrías que habérmelo dicho antes!

-No te enojes, Ale, no sabía cómo decirte.

-Sabes, no estoy molesta porque tengas otra mujer que no sea mamá, ¡Me molesta que no me hayas dicho!

-Lo lamento.

-¿Mamá lo sabe?

-… No.

-Que novedad. – Digo. – Agradezco tus intenciones, Natacha. ¿Podrían mostrarme mi habitación?

-¡Cla-claro! – Balbucea.  

Papá nos sigue con mis maletas. Subimos unos pequeños escalones, pasamos por un pequeño pasillo y nos detenemos en la última puerta del pasillo. Natacha abre la puerta y entramos. Mi habitación es color azul pastel tiene una cama enorme, un guarda ropas enorme también, una puerta, un escritorio y unas ventanas grandes de cristal.

-Oye, linda, sé qué todo esto te ha tomado por sorpresa pero, espero que nos llevemos bien.

-Ajá. – Sueno indiferente. Estoy molesta, sí.

-Sí, bueno, te dejaremos para que desempaques y descanses si quieres.

Y se van. ¡Maldita sea! ¿Cómo no pudo decírmelo? En realidad, yo lo iba a tomar bien… creo. Bueno, mejor de lo que lo estoy tomando. Otra mujer en la vida de papá… jamás pensé que llegaría este momento.

Me siento en la cama y saco la ropa de mis maletas. Luego, la doblo y la ordeno perfectamente en mi guarda ropas. Camino hacia las puertas corredizas de cristal y las abro, una pequeña terraza se expande.  Desde la terraza puedo observar la casa del frente. Y cuando la miro, me sorprendo: Ya no es un enorme castillo negro… es una casa normal, común, como esta.

-No… no, no puede ser… yo vi un castillo… un castillo negro… – Balbuceo.

¿Mi imaginación? No, les juro, ¡Vi un enorme castillo negro! Y ahora, solo veo una casa grande de color blanco. No… Sí… No… Sí, sí, quizá fue mi imaginación…

Por una ventana puedo ver una sombra: Un chico, altísimo, sin camisa, mostrando su… Guau, ¡Que cuerpo! Lleva unos pantalones negros… ¡Oh, no, oh, no! El chico se voltea y se fija en mí, observándolo. Y rápidamente cierra las cortinas de su ventana. Ni siquiera pude verle bien su rostro. Sólo me hizo mala cara (pero no pude ver bien sus ojos, nariz o boca) y cerro las cortinas. ¿Cuál es su problema?

Me volteo y entro a mi habitación. Bajo los escalones y entro en la cocina. Abro el refrigerador y saco un Yogurt de fresa y me siento en un taburete. Natacha aparece y se sienta frente a mí.

-¿Ya desempacaste?

-Sí.

-¿Estás enojada conmigo?

-No… contigo no. Con papá. Si me lo hubiera contado antes, hubiera reaccionado mejor.

-Entiéndelo, no pudo… no cuando Nora estaba junto a ti.

-No la menciones. – Bramo.  

-Ok…

Se queda pensativa y empieza a sonreír lentamente.

-¿Quieres conocer a los vecinos?

-¿Los del frente?

-Sí. Celeste es casi una amiga y vive ahí. Tiene una hermana y un hermano. Son trillizos.

-Ya qué. – Me encojo de hombros.

Nos levantamos de los taburetes y salimos de casa. Nos cruzamos la calle y nos paramos frente a la casa del chico que vi sin camisa. Natacha toca el timbre dos veces.

Y la puerta se abre.

False InnocenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora