Capitulo VI

18 2 1
                                    

El golpeteo no regresa.

Miro sobre mi hombro hacia la puerta del final, esa que da con la calle, esa que se abre de un fuerte golpe.

Dos hombres con sus respectivas vestimentas de cuervos entran de manera despreocupada a la estancia. Su mirada vaga por la sala principal hasta que uno de ellos la posa en mí.

Me volteo mostrando la mayor confianza posible, relajo mis hombros y finjo sonar mi cuello, como si no estuviera a punto de hacerme en los pantalones. El pánico se concentra en mi estómago, logrando que este arda, pero yo no me inmuto.

El cuervo que me vio en un principio da un paso hacia mí, su compañero queda atrás. Me sorprende saber que no veo rastro alguno de Griggaro.

- ¿Hazell Roussel?

- No, me llamo lupita - Contesto sin titubear.

El cuervo ladea su cabeza, simulando muy bien al animal que representa en tal brigada. Yo no me muevo de mi sitio, solo sigo sus movimientos con cuidado. ¿Dónde estaba mi arco?

- Tal como la describieron - Menciona asintiendo para sí mismo - Vinimos para pedirle que nos acompañe señorita.

- Que modales... - Canturreo divertida.

Mi cuerpo comienza a mecerse como una niña coqueteando con su vestido, alargo mi pierna derecha y doy un gran paso que sale como si comenzara a bailar.

- Toda persona merece respeto señorita.

Me burlo con descaro. Termino de hacer mi pequeño recorrido hasta el hombre enmascarado. Estamos a diez pasos de distancia, el cuervo que entró con él sigue en su lugar.

- De ustedes no espero respeto alguno, bastardo - Menciono con veneno en mi voz.

El hombre no se inmuta, simplemente baja la mirada y me sorprende con la acción que hace.

Su mano sube y quita de un tirón la máscara con nariz puntiaguda. Su cabello negro sobresale, esta corto, recto y quieto en su lugar. Sus ojos marrones dan con los míos sin vacilar, me quedo quieta en mi sitio viendo como el cuervo da su identidad, sea física, sin preocupación.

Cuando pasa a quitarse la máscara que cubre su nariz y boca no evitó soltar un bajo jadeo. Una gran cicatriz traspasa su cara, desde su mentón hasta su pómulo izquierdo. Se nota que ya está curada y que es una herida vieja, pero la forma en la que está separada por el medio me dice que no fue bonita cuando la obtuvo.

El hombre de no más de treinta años guarda la tela negra en un bolsillo en su pantalón, la máscara la mantiene en su mano.

- Intentamos pedir que nos acompañe de la mejor manera posible señorita Roussel - Sus delgados labios se separan sin inmutarse de la cicatriz que los traspasa - Y con respecto a su comentario, podemos ser respetuosos cada que se nos presenta la oportunidad...

- Solo tráela... - El hombre a sus espalda habla por primera vez.

Su voz suena irritada, con molestia y exaspero.

- Tenemos órdenes de no hacerle daño - Termina por decir el castaño que tengo al frente ignorando completamente a su compañero - También tenemos órdenes de tomar sus pertenecías.

- Yo también tengo órdenes - Digo con ironía - Una de ellas es siempre matar a un cuervo y la que le sigue es nunca dejar que alguien toque mis cosas - Alzo una de mis cejas - ¿Dónde están sus modales cuervito?

- Danos los pergaminos.

- No estoy hablando contigo - Le respondo al hombre de la entrada sin mirarlo. Mi atención no se aparta del cuervo, ahora desenmascarado, que tengo al frente - No tengo nada de eso conmigo, no sé de qué me habla.

KINGWhere stories live. Discover now