1. Pesadillas

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El sonido del campo de batalla ensordecía sus oídos. El choque de espadas, lanzas y escudos era constante, pero ella solamente buscaba a una persona. Por ella, cruzaría todos los campos de batalla que fueran necesarios.

—¡Princesa, no podéis ir por vuestra cuenta!

—¡Iré dónde me dé la gana mientras me sigan intentando separar de Ástrid!

En su mente, sin embargo, se encontraba perdida. Sabía que había varios bandos intentando abrirse paso entre enemigos, pero no tenía ni idea de dónde estaría la vikinga.

Déjala, o moriréis las dos. Abandona, o siempre habrá guerra mientras estéis juntas.

—¡Cállate! —espetó al aire.

Su pequeño séquito de guerreros la miró, todos extrañados. Mérida estaba intentando sacarse aquella imponente voz en su cabeza, pero no lo conseguía. Se negaba a creer lo que le decía.

—¡Ástrid! ¡¿Dónde estás?! —la llamó, mientras esquivaba golpes y estocadas de enemigos. Sus guardias se echaban las manos a la cabeza.

—¡¿Mérida?! —oyó a lo lejos—. ¡¿Qué haces aquí?!

La pelirroja se movió con desespero entre las líneas, en busca de la voz de aquella a quien quería tanto. Casi la apuñalaban en un costado por ir mirando a otra parte, y tuvo que enzarzarse en un combate en el que no era experta. Al final, los soldados que la seguían acabaron el combate por ella, y el grupo perdedor abandonó su posición, revelando el bando de los vikingos, donde Ástrid combatía junto a un montón de imponentes guerreros frenéticos por contener las filas enemigas. Filas que, por cierto, eran escocesas como ella.

Todo el combate discurrió a cámara lenta entonces. Mérida y Ástrid se habían encontrado, en el hueco que había entre las dos facciones, y la rubia soltó sus armas de inmediato. Se escurrió por un lateral de su línea de batalla y corrió hasta la princesa. Ésta dejó su arco y sus flechas al primer guardia que encontró y fue al encuentro de Ástrid.

—¡Hija! ¡¿Pero qué haces?! —le gritó el padre de Mérida, el rey Fergus.

Ella la ignoró, y más de uno y de dos y de diez se escandalizaron cuando se besaron en su encuentro. Torpe, sudado, y desesperado, sobre todo desesperado.

—Creía que nunca más te iba a ver —susurró Ástrid.

—No me rindo, ya lo sabes —repuso con firmeza Mérida—. Me da igual quién sea que nos quiera impedir estar juntas, lo conseguiremos.

La nórdica sonrió, complacida y con mirada desafiante, pero también escondía lágrimas.

Pero el combate seguía, y llegó a ambas por todos lados. La pequeña tregua había acabado y ahora necesitaban salir de allí. Corrieron unos metros por la nueva línea de batalla, hasta que una lanza alcanzó el costado de Mérida. Justo después, unas enormes manos (las de su padre) la atrapaban y la alejaban de Ástrid, pese a que ambas luchaban contra ello. Mérida lloraba, herida, agarrándose desesperadamente a la mano de su único amor.

—¡No me sueltes! —le chillaba a Ástrid. Ella también estaba siendo agarrada y alejada a la fuerza de la princesa. Los dedos se escurrían por el sudor. Y se desprendieron al fin—. ¡Ástrid!

—¡Te encontraré, lo prometo!

Se revolvió todo lo que pudo, aguantando el dolor de su herida, pero nadie la soltó, y vio desaparecer a Ástrid entre sus guerreros.

Te lo dije. No permitiré que estéis juntas y en paz. Es tu castigo. Mil años sin tu amor.

 Mil años sin tu amor

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Mil años [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a Tu Dragón]Where stories live. Discover now