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Mu abrió los ojos, giró sobre la cama para mirar a la ventana, las estrellas aun gozaban de un hermoso brillo, a lo mucho había dormido unas dos horas desde la última vez que intentó caer en los brazos de Morfeo.

No pienses en ello, no te preocupes, él está bien, él está durmiendo, así como tú deberías de hacerlo también.

La triste conversación consigo mismo, lo hizo sentarse sobre la cama y jalar las sábanas, ya estaba pensando en ir a verlo, si eso le estaba preocupando, ¿Por qué no ir a comprobar?

No pudo contenerse, abandonó su cama para que el fenómeno bajo cero intentase atacar su cuerpo. Se echó la túnica encima y salió de la habitación. Caminó a paso lento y algo nervioso, parecía alguien en casa ajena intentando ir al baño a media noche. Encontró la puerta de la habitación abierta, siempre lo estaba, al igual que la suya. Él sabía que siempre era bienvenido en caso de que algo estuviese perturbando su sueño, pero ahora, el juego había cambiado. Ahora era Mu el que no dormía y sentía la necesidad de estar a su lado en todo momento, jamás se perdonaría si algo le llegase a suceder sólo por haber estado dormido.

Mu entró a su habitación y quedó de rodillas a la orilla de la cama, recargó sus codos al filo con mucho cuidado. Lo menos que quería era perturbar su descanso, pero ahí estaba, enfrente él, sano y salvo, y eso le daba un respiro a su alma.

Sintió algo en los brazos, como una serie de ligeros empujoncitos. Movió la cabeza de un lado a otro, mas no la levantó. Escuchó algo, supuso que fue su nombre.

—Mu... —los empujones volvieron—. Papi, despierta.

Su clara voz en sus oídos lo hizo levantar la cabeza. Ahí estaba él, fresco con la luz del día... Luz que le encandilaba la vista.

—¿Se encuentra bien?

Mu sostuvo su cabeza con una mano, estaba adormilado, sentía como si tuviese un gran ladrillo por cabeza.

—Estoy bien, Kiki.

Kiki le miró con su clásica cara de "No le creo"

—Tiene los ojos rojos.

—No dormí del todo bien —Mu contestó

Kiki desvió la mirada.

—...Me lo imagino...

No fue hasta ahí cuando el ariano se dio cuenta de todo. ¡No sentía las piernas! ¡Se quedó dormido a su lado! No es que se moleste, pero si su pequeño aun no sospechaba algo, ahora le dio razones para que lo hiciera. Con mucho esfuerzo se alzó lo suficiente para sentarse en la cama.

—Oraba por ti.

En serio ¿No se le pudo ocurrir algo más incrédulo? Kiki no pareció reaccionar mucho ante su comentario, estaba seguro que sabía que le había mentido. Aun así, Kiki no le dedicó su clásica cara de escepticismo habitual cuando le atrapa en curva. Al contrario, se anidó en sus brazos y Mu no pudo evitar recibirlo con el amor de siempre, sonrió y rio un poco, después le dio un beso en la mejilla.

—Gracias, papi.

Papi... Esa palabra le provocaba que olvidase toda preocupación por unos momentos. Este era su niño de siempre y nada de los recientes cambios parecían haber alterado su personalidad. Esperaba y siguiese así, ya tenía doce. Aldebarán ya le había advertido que la adolescencia es más rebeldía que otra cosa. ¿Le daba pendiente? Claro que sí, no quería verse obligado a imponerle disciplina o peor aún, quebrarle el espíritu para que sólo obedeciera órdenes.

Una serie de rugidos involuntarios hizo a Mu desviar la mirada, Kiki se rio, aunque segundos después él fue quien presentó el mismo fenómeno, ambos se sonrojaron un poco y rieron de nuevo en conjunto.

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora