Capítulo 37

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POV XUS

Estaba muy preocupada, no podía evitarlo, quería estar a su lado. No en vano era la persona más importante de mi vida, por él lo dejaría todo y a pesar de saber que estaba en buenas manos, mi vena maternal me decía que él me necesitaba allí.

Nunca fui una persona dada al llanto y mucho menos a perder el tiempo en regodearme en mis problemas. Mi carácter siempre me empujo a luchar, a no conformarme con arreglar las cosas. Siempre supe que, si luchaba por conseguir algo, ganaría. Por eso ahora me encontraba ahí, frente a una puerta que me quizá me devolviera al pasado, iba a encontrarme con el que puede que sea el padre de mi hijo, si porque, aunque el pusiera la semillita, Alfred es nuestro hijo no suyo, y si no fuera porque lo necesitaba...

También me debatía entre la cordura y el deseo. Mi cordura me ordenaba de forma rotunda estar ahí, frente a esa puerta, en una ciudad lejana de mi lugar de residencia. Y mi deseo, el de madre, que es lo que siempre me he considerado, me ordenaba que volviera a su lado, que fuera a darle la mano para cuidarlo, mecerlo si era necesario en mis brazos para que pudiera estar tranquilo, su madre cuidaría de el con su vida si era preciso. Pero no debía... mi lugar era ese, buscando a su padre para conseguir salvarle la vida a mi hijo. Además, si hacía caso a mi intuición, no podría haberlo dejado en mejores manos. Me basto verlos juntos el día de la boda, para saber que esa mujer era la indicada para estar junto a Alfred, porque ella le había devuelto las ganas de vivir, lo veía feliz y con ganas de luchar con todas sus fuerzas, y eso se lo debía a ella. Amaia era una mujer especial, un ángel que llegó a su vida en un mal momento y en lugar de huir, se quedó junto a él para hacer de esposa, enfermera, amiga. Era la indicada y lo supe nada más verla, esos ojos de esa mujer hablaban muy claro. Quería a mi hijo.

Solo esperaba que por fin encontrar al padre de Alfred... esperaba dar con él, luego lo demás sería fácil porque o lo hacía por las buenas o lo haría por las malas, no pensaba consentir que dejara tirado a su hijo, tenía que estar ahí por él ahora, aunque luego volviera a desaparecer de la faz de la tierra.


Aún recuerdo el día que nos dijeron que había un pequeño que necesitaba una familia. Sus padres lo habían dado en adopción porque su madre estaba metida en las drogas y el padre, decidió no hacerse cargo de él. Recuerdo cuando nos dijeron que si queríamos Alfred podía venirse con nosotros a casa, sin duda ese fue el día más bonito de mi vida, de nuestra vida.

Ayer cuando me llamo Alfred para decirme que estaba mal, quise correr a su lado, pero cuando me dijo que quedaba tan poco para luchar, supe que el secreto ya daba igual, que no servia para nada si mi hijo no iba a poder vivir sin ese trasplante.

Decirle que sus padres lo dieron en adopción y que fue el mejor regalo del mundo para su padre y para mí, fue una de las cosas más complicadas que he tenido que hacer. Pero para nada me sorprendió la respuesta de mi hijo, después de todo lo habíamos educado su padre y yo, es el mejor hijo que podía tener en el mundo.

Tu siempre vas a ser mi madre y papa igual, me da igual lo demás. Yo sé lo que he vivido, sé quién ha estado ahí para mí siempre, habéis sido vosotros mama, eso no va a cambiar nunca.

Esa frase me hizo darme cuenta de que sin duda él había sido lo mejor que me había pasado en la vida, él era mi mundo y no iba a dejar que todo esto se acabara ya. Cuando me dijo que me quedara que le encontrara, que quería luchar, que quería ganar, no pude evitar llorar sin parar, ese era mi hijo, él nunca se rendía, él siempre luchaba hasta el final y verlo así me daba fuerza para estar aquí en la puerta del que ojalá por fin sea el padre biológico de Alfred.

Levanto el puño para llamar a su puerta, la mano me estaba temblando, pero la golpeo con fuerza y decisión. Espero rezando para encontrarme con él cara a cara. Tenía tantas ganas de reprocharle todo, pero sabía que este no era el momento, me hijo me necesitaba y tenía que ser lo más rápida posible para volver a su lado.

Cuando la puerta se abre no podía creerme lo que me encontré. Era una mujer de mi edad con una niña pequeña en brazos. Se veía guapa a pesar de su edad, que podía ser más o menos la misma que la mía.

- Hola ¿puedo ayudarla en algo?

- Si, disculpe las molestias. Busco a Alex Vila.

- Es mi marido. Pero ahora mismo no está en casa, pero si desea dejarle un mensaje yo puedo... - me dice, pero a la mitad de la frase yo ya no la escuchaba.

- ¿Va a tardar mucho? – pregunto nerviosa, mirando mi reloj.

- No creo, ¿si quiere pasar? – Dice cediéndome el paso – puede esperarle dentro.

Me lo pienso un poco pero no lo creí oportuno. Me decidí por dejarle un mensaje.

- Puede decirle que María Jesús Castillo vino a verle – saque una tarjeta de mi bolso de mano y se la entregue a la señora en cuestión – Y aquí tiene mi número de teléfono, dígale que me llame a la mayor brevedad posible – su cara era de sorpresa, pero más se sorprendió cuando añadí - es urgente.

- Claro, por supuestos, se lo diré, descuide - dice mirándome con preocupación al verme tan nerviosa.

Me fui de allí decidida. Si mañana por la mañana no me había llamado, volvería y entonces sí que tendría que hablar conmigo, aunque fuera lo último que hiciera en su vida, sabía que mi nombre lo recordaría, sé que le dieron nuestros datos cuando se formalizo la adopción, así lo quisimos Alfredo y yo que fuera, aunque teníamos miedo, no queríamos dejarle a ninguno de los dos la oportunidad de conocerse. Si tiene corazón, no creo que se haya olvidado de aquel pequeño al que dio en adopción hace 21 años.

Últimos deseosWhere stories live. Discover now