Capítulo once.

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El sol golpeó directamente en sus ojos, despertándolo suavemente. Sus delicados rayos acariciando sus mejillas y volviéndolo a la vida. El contraste entre su fría piel y el cálido clima era la gloria y aunque realmente hubiera deseado quedarse recostado así por más tiempo, sabía que era imposible, que era hora de levantarse.

El primer movimiento le costó la vida entera. Su cuerpo estaba tan entumecido que no podía sentir por completo sus extremidades y ordenarles que se movieran parecía una tarea imposible. Comenzó con algo sencillo, sus dedos de los pies. Los flexionó y los estiró todo lo que pudo hasta que comenzó a sentir las piernas. Pensó que si había funcionado con sus extremidades inferiores no tendría problema en mover los dedos de las manos, así que lo hizo, arrepintiéndose de inmediato. No había tenido problema con la mano y el brazo izquierdo, era el derecho el que dolía como el infierno.

De repente, la clara resolución de que le habían disparado y había sobrevivido le llegó como el golpe de un doloroso relámpago, pero contrario a las anécdotas que había escuchado, o las películas que había visto, él no se sentía como un hombre nuevo sino como uno moribundo. ¿Cuánta sangre había perdido? ¿cuánto tiempo había permanecido en ese estado? ¿qlgún día dejaría de doler? No tenía las respuestas, todo lo que sabía era que había sobrevivido y por el momento eso era suficiente. Sin embargo, sí había una pregunta de la que necesitaba una respuesta inmediata: ¿dónde estaba?

Todo a su alrededor era desconocido; el papel tapiz un poco descolorido por el tiempo, los muebles de madera despostillada y llenos de polvo, la enorme ventana con vista a las interminables colinas de un lugar que nunca había visto antes.

¿Había sido capturado? ¿Se había convertido en rehén de Dino Golzine? Eiji miró su propio cuerpo. Dudaba que los tipos malos se hubieran encargado de su herida o que lo tuvieran sin atar, a menos que creyeran que era lo suficientemente inútil como para confiarse. Lo cual no sería tan extraño considerando su patética participación en la fuga de Ash.

El japonés apoyó el antebrazo izquierdo sobre el colchón y lo usó de apoyo para levantarse. La herida de bala escoció, pero Eiji se forzó a sí mismo a no gritar por el dolor. Jamás había sentido algo así y era insoportable. La herida le quemaba como fuego. Era tan profunda.

Tambaleándose, el muchacho salió de la cama, teniendo especial cuidado en no mover el brazo herido. Fue entonces que se dio cuenta de que estaba conectado a una intravenosa con un líquido de dudosa procedencia del que se deshizo al instante. Forzó su débil cuerpo a mover las piernas hasta la puerta, pese a las vueltas que daba su cabeza. Realmente esperaba que estuviera cerrada, pero para su sorpresa, cuando tomó el pomo y la giró, no fue así. La puerta estaba abierta y además, no había ningún guardia en el pasillo. De hecho, ahora que el pelinegro miraba mejor, aquella casa lucía más como una residencia familiar y no como una base de operaciones de la mafia. Era demasiado pintoresca, demasiado cálida.

Ahora un poco más tranquilo y mucho más curioso, Eiji salió del cuarto y se adentró en el pasillo cuyas demás habitaciones estaban bajo llave a excepción del baño que, en apariencia, había sido usado recientemente si el agua en el suelo y el espejo empañado eran alguna señal.

Sin más por investigar en ese piso, el japonés se dirigió hasta las escaleras y las descendió lentamente. No tenía heridas las piernas, pero cada vez que bajaba un peldaño, por alguna razón, la herida del brazo punzaba y escocía como si alguien estuviese poniendo el dedo directamente en ella.

La primera señal de que no estaba solo llegó a mitad de las escaleras. Era el ruido metálico de unas cacerolas desde lo que él creía que era la cocina. Eiji intentó hacer memoria sobre lo que había ocurrido después de haber sido herido, pero todo lo que venía a su mente eran un montón de sueños extraños causados por la fiebre, todos ellos llenos del rostro y la voz de Aslan Caleenresse que le hicieron avergonzarse de sí mismo.

Mousai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora