Capítulo catorce.

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El frío hizo contacto con su piel y la atravesó hasta llegar a sus huesos, haciéndole temblar. Su cuerpo se agitó terriblemente y sus músculos se contrajeron dolorosamente.

Durante los primeros segundos de conciencia, Eiji no supo que había ocurrido ni dónde estaba, pero bastó con el incesante dolor en su cuerpo para hacerle recordar los últimos segundos de paz que había mantenido; Ash, la tarde de compras, el viaje de regreso a casa y luego la fatídica emboscada en la que habían caído como un par de ratones.

Aún con los ojos cerrados, el japonés intentó escuchar algo, cualquier indicio de que no estaba solo en aquel lugar. Tal vez dada la situación, lo mejor sería fingirse inconsciente un poco más, tantear el terreno o algo así. Algo era seguro, sus extremidades estaban atadas con tanta fuerza que apenas y podía sentirlas, no así la abertura en su cabeza por el golpe con el arma y posteriormente el volante del auto en el que habían chocado.

Extrañamente, su preocupación por conocer el paradero de Ash le ayudaba a pensar con calma. Había pasado lo mismo durante su infiltración al club de Golzine. Cuando se trataba de Aslan, su propia vida pasaba a segundo plano. ¿Era así como el amor debía ser? Porque así se sentía.

El pelinegro tomó aire y lo dejó salir lentamente de sus pulmones. La acción hizo que su cuerpo completo doliera como el infierno. Tal vez se había roto un par de costillas durante el choque... o tal vez se las habían roto a propósito. Fuese como fuese no tenía tiempo que perder, debía abrir los ojos.

Concentrando toda su fuerza en los músculos de sus párpados, Eiji intentó separarlos, pero grande fue su sorpresa cuando sólo logró despejar su ojo izquierdo. El lado derecho de la cara le ardía demasiado como para seguir intentándolo y de todas formas sospechaba que tenía ese ojo tan hinchado que sería imposible.

Ahora completamente consciente de su cuerpo y de todas las heridas en él, el pelinegro no pudo evitar soltar un pequeño quejido de dolor. Parecía que se habían divertido bastante con él, especialmente en la zona de su rostro y el tórax. No sabía si debía sentirse aliviado por estar inconsciente en el momento, pero en ese instante realmente quería morir. Las costillas rotas se le encajaban en el interior y podía sentir la sangre seca por todo su rostro.

Eiji logró levantar la cabeza lo suficiente como para mirar alrededor. El cuello lo tenía tan entumecido como las piernas pero no dejó que eso lo detuviera. Se encontraba sentado contra un pilar de concreto en una amplia sala de paredes de ladrillo, gris e insípida. Parecía el sótano de algún lugar desconocido, apenas iluminado por la pequeña línea de luz que pasaba por debajo de la puerta principal. Su cuerpo había sido atado con cuerdas gruesas, completamente inmovilizado, pero además, su tobillo se encontraba encadenado al pilar por medio de un grillete de metal.

El japonés suspiró. Deshacerse de las fuertes ataduras sería difícil, pero quitarse de encima el grillete sería imposible sin la llave. Bueno, tampoco era como si hubiera esperado que escapar fuese fácil. Estaba tratando con profesionales después de todo y aunque no quería perder la esperanza, aquel probablemente fuese el final.

¿Cuál era la posibilidad de que un tonto bueno para nada cómo él saliera bien librado de aquello? Ciertamente nula, pero lo único que lamentaba era no haber podido ver a su familia una vez más y pedirles perdón por los problemas. Explicarles que se había enamorado por primera vez en su vida y que eso lo había llevado a la perdición.

Eiji se preguntó cómo reaccionaría su madre si le hubiera dicho que se había enamorado de un hombre. Él, quién nunca se había interesado por nadie y quién jamás se había detenido a pensar sobre su sexualidad siquiera. Su enamoramiento con el Lince de New York había sido tan espontáneo que el que fueran dos chicos pasó a segundo plano. ¿Se decepcionaría? ¿O tal vez caería ante los encantos de Ash como hacía todo el mundo? Nunca lo sabría.

Mousai.Where stories live. Discover now