Ruptura

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—¡¿Qué hay de Geraldine?!— Vincent insistió en nombre de la niña, tal como Byron lo esperaba y se sintió un poco más tranquilo, aunque su pupilo se mostró eufórico e iracundo frente a él

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—¡¿Qué hay de Geraldine?!— Vincent insistió en nombre de la niña, tal como Byron lo esperaba y se sintió un poco más tranquilo, aunque su pupilo se mostró eufórico e iracundo frente a él. —¡No podemos dejarla!

—No lo haremos.— Dijo. —Tú irás por ella.

—¡¿Y qué hay de ti?!— Bramó, sacudiendo la cabeza.

Los ojos del chico se desorbitaron en la rabia, indignación y decepción al ver que su maestro planeaba abandonar a su propia hija y Byron lo comprendió; no esperaba una reacción diferente, sin embargo eso no se lo hizo más sencillo.

Desde el momento en el que el castillo había sido atacado, el director había iniciado la carrera contra reloj y la muerte de los arzobispos solamente había servido para acortar su tiempo de acción. Todavía estaba obligado a aceptar el trabajo que se le había asignado en la carta que ni siquiera había leído, pero tenía que notificar en persona las muertes si no quería ser inculpado, y esperar que nada peor saliera de ello; pero, de no resultar necesitaría un plan de contingencia inmediato y su única salida era la fraternidad.

Tenía que actuar y para eso había tenido que escoger. No podía encontrar a la niña y visitar la ciudad amurallada a la vez. Vincent no podría entenderlo, así que Byron no se molestó en intentar explicarlo.

—Tengo asuntos que atender.— Espetó finalmente, sabiendo como eso se oía y exactamente así fue el gesto que le desfiguró el rostro a su aprendiz, que lo miró como si no lo reconociera.

—¿Vas a hacerlo? ¿realmente vas a abandonarla?— El chico preguntó, con la voz desesperada, como si anhelara que todo fuese una confusión causada por el golpe.

Byron inspiró profundamente antes de preguntar.

—Dime una cosa, Vincent ¿eres el hombre que quieres ser?

El chico se vio con la guardia baja ante aquella interrogante, pero eso solamente sirvió para aumentar la cólera que le había despertado el saber que su mentor, su maestro, su modelo a seguir, estaba escogiendo permanecer en el poder antes que asegurar la protección de su hija.

—¿De qué estás hablando?¡Soy el hombre que tú quieres que sea!— Bramó entonces, señalándole con el dedo. —Tú me has creado.— Masculló, siendo consciente de la certeza de aquellas palabras, pero eso no hacía que el chico se sintiera menos herido.

Vincent había pasado toda su vida admirando al director, su salvador, la persona que le había mostrado el conocimiento, la verdad y la libertad y, de un momento a otro, Byron había acabado con todos aquellos utópicos pensamientos que le niño había resguardado. La peor parte era que parecía como si él hubiese sabido todo el tiempo que ese momento iba a llegar.

—¿Por qué me recogiste esa noche?— El chico preguntó.

—Era mi responsabilidad. Yo abolí la esclavitud en el Oeste y por eso tu vagabas por las calles.— Byron respondió, apegándose a la historia que le había repetido a todo el mundo incontables veces.

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