XXXI: Contemos chistes

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Cuando era algo chico, solía caminar cada tarde por el parque que a la vuelta de su hogar se encontraba. Pensando en su día principalmente, pensando en su mundo, en las nuevas marcas que se encontraban en el cuerpo de su progenitora.

Mirio Togata era un Alfa, hijo de un Alfa carnívoro y una Omega herbívora, una pareja tan dispareja que solía aparentar felicidad frente a su único cachorro.

Sobretodo la Omega, que cada cierto presentaba nuevas heridas que su hijo aún si no veía podía olfatear. Una vez lo mencionó, y fue la única vez que vio a la rubia de ojos azules llorar frente suyo, él nunca olvidará sus palabras.

-A veces tenemos que aparentar una sonrisa cuando no estamos nada bien, mi amor. Porque eso nos ayuda a convencernos de que todo estará bien.

Para entonces él ya tenía unos cinco años, y la relación entre sus padres le asfixiaba al punto en que en su momento realmente no se permitió disfrutar de una infancia muy agradable. Él lamentablemente entendía muchas cosas que a su pequeña cabecita no le eran sanas.

A su madre le era mucho más sencillo aparentar una sonrisa que tener que explicar el por qué de su mal estar. Qué le hacía daño, o quién.

A sus seis años, el adoptó aquella actitud que más tarde se volvería pare de él, siempre positiva, optimista y encantadora.

Era la única manera en la que él había encontrado la manera de hacer a su rubia progenitora sonreír, él se había vuelto su pilar en aquel infierno que ella vivía en vida y carne propia.

El tiempo comenzó a pasar, y entró a la primaria. A una que se encontraba a tres o cuatro cuadras a parte del parque de distancia desde su casa, y aunque la distancia era poca el camino se sentía largo.

La zona en la que vivía no era pobre, pero sí algo apartada dl centro de la ciudad. Y entre más apartada, la gente era un tanto más conservadora, con aquellos pensamientos con los cuales no concordaba.

No le gustaba comer, viendo a su madre en la esquina del comedor. Esperando por las sobras. No le gustaba olfatear el olor dulce a la sangre herbívora proviniendo de la colibrí, tampoco el olor amargo a tristeza.

No le gustaba que no pudiese salir a las calles sin ser insultada o acosada, tampoco que ni siquiera en su hogar ella estuviese a salvo, cortesía de su padre que tenía aquellos mismos ideales sinceramente para su persona primitivos y poco liberales.

En su primer día de escuela, en la primaria en el camino se encontró con un pequeño grupo.

Un grupo de Alfas y Betas que pateaban a una pequeña pantera que se quejaba por lo bajo y lanzaba zarpazos suaves en busca de defensa, aunque eso no ayudaba mucho por las patadas y los palos con espinas que los chicos y la única Alfa se cargaban consigo.

En realidad, a él poco le importó. Y siguió con su camino.

De regreso, sus azules ojos se encontraron con la figura de un Beta. De cabellos y ojos negros, el Beta reprendía a un pequeño que en su lugar se encogía ante los insultos de su al parecer padre. Gran sorpresa cuando escuchó el grito dado, diciendo que no entraría si estaba herido.

El pequeño se vio un tanto alterado al ver llegar a aquel grupo que pasaban a un lado de él, el ver al chico temblar y llorar a la vez en que golpeaba la puerta de su propio hogar lloriqueando por ayuda de su padre.

El grupo lo alcanzó, y el líder le jaló de sus cabellos, invitándolo a tirarse al centro del círculo recién creado.

A él no le importó, y con una mueca siguió caminando a su hogar.

¡Omega en venta!Where stories live. Discover now