Capítulo 1

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Alguien no muy importante

Ciudad de Westminster. 10 de diciembre del 2012, 1:45 a.m.

"¿Cómo lo iba a explicar? No tenía la menor idea. Sus palmas hormigueaban y por su nuca bajaba una gota de sudor frío. Reprimió las ganas de temblar, mientras una fina capa de lluvia le mojaba los cabellos. Ni siquiera se había percatado de que llovía. Había sido su compañía durante el tiempo suficiente para que su presencia dejara de ser importante.

Tomó una bocanada de aire, esperando que expulsarlo lentamente por la nariz ayudara a desaparecer mágicamente al dolor intenso que taladraba sus huesos o lograra que la vena en su sien dejara de palpitar. No lo hizo.

¿Cómo iba a explicarlo todo? ¡No había excusa! Tenía una tarea simple: entregar el paquete. Todos los días, con tormenta o sin ella, en salud o enfermedad, debía llevar el maldito paquete. Resopló, en un pobre intento de reírse de sí mismo. Había creído que tenía el cerebro suficiente para algo tan simple. Y tal vez lo tenía, porque su inteligencia no había sido un problema...

Sus estúpidas y zapatillas nuevas, sí.

Volvió a asomarse por la orilla del puente, incapaz de ver algo en las tranquilas aguas negras del Támesis a pesar del alumbrado. Aunque su visión no se hubiera visto comprometida por las inminentes gotas de lluvia, le hubiera sido imposible divisar el paquete; eso si aún estaba allí. No era grande, pero sí era pesado. Muy pesado. Lo más probable es que hubiera tocado el fondo del lago segundos después de haber caído por el puente. Eso lo relajó. Si estaba en el fondo, estaba perdido. No lo encontraría, pero tampoco lo haría nadie más. Junto con su error, la cajita negra desaparecería en el fondo del río. Cubierta de tierra, algas, y rodeada de peces de colores. Muchos peces de colores. Tal vez un gran y gordo pez morado. Siempre le había gustado mucho el morado...

Apretó los párpados y se pellizcó el puente de la nariz con los dedos. Estaba tan cansado que estaba comenzando a perder la cabeza.

Metiendo ambas manos en los bolsillos de su chaqueta, cruzó el puente hacia Lambeth. La llovizna había cesado y le abría paso al inquietante silencio de la madrugada londinense. Se preguntó qué hora era e instintivamente desvió su mirada hacia su muñeca derecha. La decepción lo golpeó cuando recordó que su reloj no estaba allí. Sintió un vacío en el centro del estómago. Le tomaría un rato acostumbrarse a su ausencia.

Rio bajito. Se estaba lamentando por la pérdida de su reloj de pulsera teniendo uno de los relojes más famosos del mundo a sus espaldas. A lo que quedaba de su cerebro le parecía divertido.

Al llegar al final del puente, tomó el manubrio de su bicicleta y trazó su camino a casa. Llegaría más rápido si manejaba, pero sus sentidos estaban semidormidos y no podía correr el riesgo volver al hospital. Además, la caminata ayudaría secar sus ropas y disipar sus preocupaciones. Intentó convencerse de que estaba siendo irracional. En el remoto caso de que su paquete perdido apareciera, ¿qué daño podía causar? ¿Qué tragedia podía iniciar el contenido de una obra sin autor?

Se detuvo, mirando al viejo puente sobre su hombro. Sintió la necesidad de regresar, lanzarse al agua y correr el riesgo de morir congelado hasta encontrar aquello que había extraviado. Porque nunca un libro había sido responsable de iniciar una tragedia, pero había aprendido que siempre había una primera vez."


Nathan Harris

«Estoy retrasada».

Nada en la vida puede prepararte para escuchar esas dos palabras salir de la boca de tu novia. No importa cuántas pláticas incómodas hayas tenido en el sofá junto a tu padre, o a cuántos seminarios juveniles hayas asistido. No importan las clases de sexualidad del bachillerato o cuántas veces hayas visto la escena hollywoodense en la sala del cine. Todo es inútil. El mundo de pronto se vuelve pequeño, y la única señal de que tu alma no ha dejado tu cuerpo en un ataque de pánico es el escalofrío que te sacude desde la punta de tu cabello hasta la punta de tus dedos. Despertándote de la pesadilla; recordándote que de alguna manera (y por mucho que desees estar muerto) estás más vivo que nunca. Sientes náuseas, y aunque nunca hayas sido alguien devoto, imploras a cualquier dios por un poco de misericordia. Sientes miedo...

InéditoWhere stories live. Discover now