Capítulo 2 (2/2)

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Después de escuchar el cierre de la puerta principal, esperé pacientemente para asegurarme de que finalmente estaba solo. Cuando confirmé que el silencio era mi única compañía, salté de la cama y di zancadas hasta el refrigerador. Mi apetito aún no había vuelto, pero sabía que las cosas no mejorarían si, además de lo que estaba ocurriendo, decidía matarme lentamente de hambre. Así que tomé el cartón de leche y lo empiné sobre mis labios. Con eso debía bastar.

Miré el reloj. El día había transcurrido sin prisa y aún era temprano. Henry e Ivy debían trabajar, así había vuelto a quedarme solo en el apartamento. Recordé entonces que debía haber estado en la oficina, soportando las quejas de Trey de lo atrasado que estaba con mis entregas y del mal trabajo que estaba haciendo. Revisé mi teléfono, pero aún no había llamado. Seguramente mi madre lo había puesto al tanto de la situación. En estos momentos, debía estar volviéndose loca.

Al volver del consultorio del Doctor Lerwick, mi primera opción no había sido llamarla. No necesitaba molestarla con mis problemas, y ya había tenido suficiente con mi accidente, dos semanas atrás. No era un asunto de vida o muerte, o al menos eso esperaba. Pero después de una taza de té con mi neumólogo (y amigo de mi madre) terminó por convencerme de que era algo que debía saber y no estaba de ánimos para discutir. Una hora y media después, estaba frente a mi puerta. Apenas había logrado que se marchara.

Me froté las sienes, tratando de eliminar la imagen de su rostro cansado con el ceño fruncido de preocupación y la mirada aterrada. No podía con esto, no ahora. Necesitaba distraerme.

El clima afuera estaba frío, así que además del abrigo cogí la bufanda roja de Henry antes de cruzar la puerta. Me apetecía caminar, pero el viento gélido golpeó mi rostro con fuerza y me advirtió que lo mejor sería tomar un taxi. No discutí, ya que había olvidado el medicamento en casa y no estaba dispuesto a repetir la pesadilla de anoche. Llegué en menos tiempo de lo esperado y tomé el elevador hasta la oficina de Trey. Melissa, la recepcionista, me recibió con las cejas alzadas y una sonrisa incrédula. No fue la única. El piso entero parecía haber olvidado que yo aún respiraba.

— ¿Nate?—Dyana, con su espesa melena de cabello rubio y un ajustado suéter rojo, caminaba hacia mí con una caja de cartón en las manos—. ¡Me alegra verte!

Le sonreí, inclinándome levemente a su lado para que pudiera depositar un beso en mi mejilla. La despampanante mujer de veinticinco años había sido secretaria de mi padre y actualmente trabajaba para mi hermano. Además de su rebosante belleza e inteligencia, Dyana podía resultar muy agradable. Si debía tener una amiga en un edificio lleno de autómatas hambrientos de dinero, era ella.

— ¿Vuelves ya?—inquirió, mientras continuaba dando pequeños pasos hacia el ascensor.

—Sé que me extrañas, pero mis vacaciones deben extenderse un poco más—rió un poco y presionó el botón. Yo observé con curiosidad el contenido en la caja—. ¿Venta de jardín?

—Mudanza, en realidad. Me voy a la ciudad este fin de semana...

— ¡Vaya! Eso es... ¡Vaya!—no estaba seguro de cómo reaccionar ante su noticia, pero ella estaba sonriendo, así que asumí que se trataba de algo bueno.

Sin dejar de mostrarme su perfecta dentadura, relató brevemente su reciente compromiso, que la obligaba a buscar un trabajo que se hallara más cerca de su prometido en la ciudad. Escuché sus planes con genuino interés, y empujando las ideas egoístas fuera de mi cerebro, me permití estar feliz por ella. Claro, extrañaría su compañía, pero ella estaría bien en la ciudad. Segundos después de despedir a Dyana en el elevador me volví en el momento justo para observar a Trey saliendo de su oficina, acompañado de la mujer más hermosa del Sistema Solar.

InéditoWhere stories live. Discover now