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—Ya pequeña, ya pasó. Lo hiciste bien, por lo que dice la gente por aquí más que bien, dicen jamás haber visto tanto coraje y valentía en una niña cómo en ti. —vio escondido detrás de un pilar como el hombrecillo consolaba a la niña, a su prometida.

Su padre le había obligado a ir por la princesa para la cena en el gran salón y no tuvo más remedio que hacerlo, pero al escuchar unos sollozos en el pasillo de camino a los aposentos del enano se detuvo con cautela y escuchó ¡A su prometida llorar! ¡A la niña más fuerte que había visto Winterfell!

La gente no había parado de hablar de ella, los rumores corrían rápido y pronto todo mundo pensaba que la princesa era reencarnación de la mismísima Lyanna Stark y que Robb al ser una variación del nombre del rey Robert lo era del rey y que los dioses por fin habían permitido que la loba de Winterfell y el ciervo de Bastión de Tormentas estuvieran juntos y esta vez ningún príncipe Dragón se interpondría en su amor.

Robb, desde luego, pensaba que él no era la reencarnación de ningún rey, puesto que para ello el rey Robert debía estar muerto y no era así además ahora podía confirmar que su prometida no era tan valiente y fuerte como llegó a ser su tía ya que estaba llorando a mares por lo ocurrido en la mañana.

—Me dijo algo horrible, tío, dijo que tengo la maldad en la sangre y quizá tenga razón no sentí nada cuando esos malditos fueron ejecutados incluso llegue a sentir placer, soy una deshonra, soy un fenómeno. —susurro la niña.

—No mi pequeña, tienes tus razones para que te gustará verlos muertos, pero no eres mala, solo un ser humano más, con virtudes y debilidades quizá para tu edad no tendrías que sentir tanto placer por el dolor ajeno pero eso es consecuencia de lo mucho que has vivido en tan poco tiempo y te pido me perdones porque no pude protegerte, rompí mi promesa—la niña se aferró con más fuerza a su pequeño tío.

—¡Como puedes decir eso! Por mí culpa casi mueres, no rompiste tu promesa, ibas a dar tu vida por la mía, aunque yo no lo merezca. —Robb no pudo evitar pensar que la niña no era tan arrogante al decir aquello último.

Ella merecía que cada Lord, Lady, hombre y mujer de este reino diese su vida por el simple hecho de ser la princesa. Así era como debía ser, aunque Robb no estuviese de acuerdo.

—Sobrina, tú mereces más que la vida de un enano, eres una niña impresionante hermosa por dentro y por fuera y pronto serás una mujer y una Lady y Guardiana del norte amada por todos, si pudieras gobernar Westeros lo harías de la mejor manera, justa y buena, mucho mejor que el caprichoso de tu hermano Joffrey. —aquello último hizo reír a la niña y Robb la vio sonreír por primera vez desde que había llegado Winterfell.

Se dio cuenta que le gustaba su sonrisa y que sería un deleite para cualquiera verle sonreír dado que no lo hacía.

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