Capítulo 10

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La chica se hallaba sentada en la acera de una de las calles poco transitadas por vehículos, mirando como los amigos de Finn paseaban con su tabla mientras que este le insistía.

—Vamos, Alaska. Hemos venido aquí precisamente para que nadie te vea.

—¿No te cabe en la cabeza que no quiero montar en ese trozo de madera con ruedas?

—Mira, si hasta hay una pequeña cuesta para que se te haga más fácil impulsarte.—Finn no era de las personas que se rendían fácilmente, y el tener que convencerla no era la excepción. Alaska suspiró, con su barbilla apoyada en la mano, y se levantó del bordillo cumpliendo el capricho del chico.

—¡Está bien, está bien! ¡Me montaré!—exclamó sin muchas ganas.

—Primero súbete al skate.-le dio la primera pauta y ella, balanceándose un poco al obedecer, lo hizo.—Muy bien.

—No hace falta que me digas eso para motivarme, no lo vas a conseguir.—él rió entre dientes y siguió con sus clases.

—Para impulsarte tienes que...—en ese momento la mente de Alaska se desconectó y solo vio como los labios de Finn articulaban palabras, incapaz de concentrarse en algo de lo que decía. Le resultaba tremendamente aburrido tener que atender a una explicación que no le interesaba para nada, porque ya tenía suficiente con el instituto. Y más aún cuando aprender amontar en esa cosa no le iba a servir para nada en un futuro, pero la emoción y dedicación que desempaña Finn en cierto modo le gustaba.—Y bien, eso era todo. Suerte.—sin darle tiempo a reaccionar, este le dio un leve empujón por atrás para que comenzase a circular.

El equilibrio de Alaska era nulo y no había que ser muy inteligente para saber que de un momento a otro iba a caerse. Quería bajar, pero el tener que apoyar un pie en el suelo a la velocidad que iba-que no era mucha-le daba miedo por si daba el caso de sufrir una esguince.Intentó establecerse zarandeando sus brazos, viendo como poco a poco se dirigía a la cuesta que había mencionado Finn anteriormente. Sin más recursos, decidió gritar.

—¡Finn! ¿¡Cómo se para esto!?

—¿¡Qué!?—corrió hacia ella nada más escucharle, arrepintiéndose de haber elegido ese método de enseñanza tan arriesgado y deseando llegar a tiempo para frenarla como pudiese. Pero ya era demasiado tarde y Alaska ya caía por una empinada pendiente.

En un momento de pánico, consiguió agacharse y agarrarse con todas sus fuerzas a la tabla que descendía con mayor velocidad. Ambos se dirigían a una carretera por la que circulaban coches y la chica,temiendo por el impacto, cerró los párpados fuertemente. ¿Cómo iba a acabar así?

Los abrió de nuevo y se le cruzó por la mente la idea de saltar por el skate. No dudó más, y, obedeciendo a aquella arriesgada decisión,se lanzó hacia la carretera provocando así que pequeños raspones naciesen en sus brazos a causa de la caída y que la madera siguiese su transcurso. Este paró en medio de la carretera y un suspiro de alivio se escapó de los labios de Finn que observaba la escena.Emprendió su camino y se acercó a recogerlo pero, antes de que diese más de cinco pasos, un camión al parecer con prisas lo arroyó por completo, dejando al objeto hecho trizas. La culpabilidad no tardó en crecer en el pecho de Alaska.

—¡Lo siento!—se disculpó, posicionándose a su vera.—Te lo pagaré.

—Solo es un skate.

— Pero era tuyo.

—Bueno, si hubieses atendido sabrías que antes de ir a la cuesta deberías haber dado la vuelta.—le explicó molesto, aunque la sonrisa en su rostro le confundía por completo.

—¿Qué?

—Que si hubieses atendido sabrías que antes de ir a la cuesta deberías haber dado la vuelta y ahora la tabla no estaría rota.

—Perdona, pero fuiste tú quien insistió en que aprendiese a montar en el dichoso trozo de madera.—contraatacó.

—Ahora la culpa es mía, ¿no?

—¿Y mía sí?

—Increíble.—susurró,pasándose una mano por su rostro y cabello mientras se alejaba de Alaska, subiendo la pendiente. No era de la gente que se enfadaba con facilidad y menos por algo tan insignificante como eso, pero lo mínimo que pedía era que la chica por un momento dejase de estar ala defensiva y que admitiese sus errores, no que le estuviese echando en cara que había sido el responsable.—¿No puedes admitirlo y ya está? ¿Escucharme aunque sea un momento y decir ''Sí,lo siento Finn. Ha sido mi culpa.''?—le preguntó, pero Alaska se quedó en silencio.—Lo suponía.

La dejó sola, en mitad de una cuesta con arañazos en sus brazos y la culpabilidad en sus hombros.


Era una experta en apartar a los que más le importaban.

Alaska.|Primer Libro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora