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El salón está abarrotado de gente.

Marcello todavía no ha ido a saludar a sus invitados. Prefiere esperar a que se acomoden antes de empezar a estrechar sus manos e interpretar el eterno y consabido papel de anfitrión.

Se coloca la corbata. Su apariencia es firme, seria, como la de un magnate importante. Incluso se ha fijado el pelo hacia atrás con gel remarcando la raya a un lado, por lo que sus llamativos ojos parecen todavía más grandes.

Marcello baja las amplias escaleras de mármol hasta llegar al salón principal. Su madre ha dado orden de hidratar los muebles de estilo francés, provenientes de la época en la que José Bonaparte gobernó Nápoles y muy cotizados entre sus iguales.

Las mesas redondas y esparcidas por la habitación, lucen los centros de mesa con flores color lavanda, y frente a cada silla una etiqueta con el nombre de la persona que ocupará ese lugar.

Su tío de Marsella corre a saludarle. Hace años que no se ven por los problemas de salud de su hijo menor, pero ahora parece haberse recuperado por completo.

Marcello barre rápidamente el salón con la mirada. Siempre la misma gente, las mismas caras más jóvenes o envejecidas, pero todo igual.

También está cansado de los trajes, los vestidos de alta costura, la comida ornamentada con verduras talladas con formas imposibles.

Le aburre tanto ese mundo que apenas ha bajado y ya desea volver a su cuarto para encerrarse en él.

El color negro, elegante y sobrio está por doquier. Algunas de las mujeres más jóvenes se atreven con un rojo o gris perla para ofrecer una mínima nota de color entre los invitados.

Marcello mira extrañado el único vestido diferente que hay en la sala. Bajo el umbral de la puerta que da lugar a la sala de los sofás, reluce un llamativo vestido color turquesa. La espalda de la joven parcialmente descubierta es sensual. Ni siquiera su larga melena oscura ha invadido la totalidad de esa pequeña porción de carne desnuda.

No le hace falta seguir mirándola, desde la distancia constata que no la conoce.

Tal vez Maria de Pompeya....

Arruga el entrecejo al darse cuenta de que Maria está sentada en una silla y lleva un vestido de color negro; nadie se atrevería con un color así.

Su propio hermano y tres personalidades más también han reparado en esa extraña belleza morena. La rodean abrumándola, haciéndole reír, posiblemente con absurdas historias.

Seguramente su sonrisa también es hermosa –piensa para él.

Sin embargo, toda esa curiosidad no le sirve para ir a verla.

Camina en dirección contraria bajo la atenta mirada de Monica, que deja de hablar con las invitadas a la espera de observar un cambio en el rostro de su hijo. Pero este no le revela absolutamente nada.

La banda disminuye notablemente el volumen de la música, señalando así que es hora de ocupar sus sitios en las mesas.

Marcello es el primero en acudir a la gran sala. Mientras espera a que poco a poco se vaya llenando, separa su silla y, cuando está a punto de sentarse, distingue entre el tumulto el rostro de Ingrid.

Sus ojos se abren incrédulos, persiguiéndola para no perderla. Su mandíbula se descuelga al ser testigo de cómo su presencia llama la atención de gran parte del grupo. Todos los solteros ya se han presentado, agasajándola con vulgares piropos esperando una reacción por su parte.

Pero ella se mantiene al margen, cómo no. La conoce demasiado bien para saber que todo eso le molesta.

En cuanto sus miradas se encuentran, solo un fugaz segundo, Marcello se muestra más serio que nunca.

Finalmente se sienta en su sitio sin dejar de mirarla, pues ella ocupa el asiento de enfrente.

Expulsa el aire bruscamente por la nariz, como un toro a punto de embestir. Automáticamente empieza a barajar posibilidades en su mente que trasladan a Ingrid a la situación actual. Mira repentinamente a su madre y comprende que ella es la principal causante de haber alterado el orden lógico de las cosas. Como siempre, intenta controlar cada pequeño detalle de su vida y eso le exaspera profundamente.

Poco a poco van acabando con todos los exquisitos entrantes, primer y segundo plato y terminan con el postre. Seguidamente los comensales empiezan a alzarse de las mesas para ir a fumar, mientras sostienen una copa de brandy o coñac.

El miembro más joven de los Foiras, un importante clan del norte, parece haber monopolizado a Ingrid. Insiste en retenerla y acapararla constantemente, cosa que a Marcello le parece intolerable.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora