03. Sobre ser un profesor

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Me gusta mi trabajo, eso es un hecho, me gusta la idea de ser parte importante en la formación de la juventud y, sobre todo, disfruto, de una manera incomprensible para el resto de mis colegas, de dar clases y no lo digo por intentar convencerme a...

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Me gusta mi trabajo, eso es un hecho, me gusta la idea de ser parte importante en la formación de la juventud y, sobre todo, disfruto, de una manera incomprensible para el resto de mis colegas, de dar clases y no lo digo por intentar convencerme a mí mismo de que no me equivoqué al escoger mi ocupación, aunque sí puedo admitir que a veces es un mantra que tengo que repetirme para sobrevivir a las mañanas en las que desearía quedarme un rato más dormido y perder la primera clase... hasta que recuerdo que yo soy el profesor; aún con eso y todo el papeleo de por medio, quiero creer que el ambiente académico va bien conmigo, aunque nunca fue así no por asomo.

Elegir el camino de la docencia fue para mí la única opción y la única manera de sentirme satisfecho en un punto en dónde creía que jamás iba a encontrar la profesión de mi vida. Resulta curioso pensarlo ahora pues de joven nunca fui muy adepto de ir a la escuela, aunque, más que un muchacho alborotado, era un chico que se esforzaba demasiado y, que, aun así, estaba más bien por debajo del promedio en lo que respecta a éxito académico. Parecía que las tardes de lectura y repaso no surtían el efecto deseado, porque cuando creía que comenzaba a irme mejor, los exámenes llegaban y mi calificación parecía ser inversamente proporcional al esfuerzo dedicado al estudio, no lograba entender cuál era mi fallo, qué párrafos no estaba leyendo bien o qué signo coloqué mal en la ecuación y en más de una ocasión creí que lo mejor sería aceptar que simplemente no era bueno para la escuela y que eso tampoco estaba mal, sin embargo, hay personas que pueden cambiarte la perspectiva de las cosas y aquí es dónde mi profesora de coreano de último grado toma lugar.

Había llegado ya desanimado al sexto semestre de bachillerato, era imposible que el promedio de los cinco previos mejorase por más esfuerzo que le dedicase a los exámenes que me quedaban, sin embargo y quizá por orgullo, decidí esforzarme un poco más antes de, probablemente, no ingresar a ninguna de las universidades que deseaba, pensaba que al menos dejaría el campo de batalla (pues para mí la escuela se asemejaba a eso) de manera honrada y con la satisfacción de que hice lo que pude por mí mismo. Mi profesora de coreano tuvo el mayor impacto en esa decisión pues apenas verla el primer día, supe que su clase se convertiría en mi favorita, tenía una manera peculiar de caminar, siempre cargaba como mínimo tres libros consigo (los cuales cambiaban cada 2 semanas), la puerta del salón se cerraba para su clase a las 12 en punto de la tarde y siempre daba comienzo con una frase de alguna novela que le gustaba y que nos pedía analizar para entregarle un pequeño escrito al respecto al final de la clase, aquella era nuestra asistencia.

Las dos horas de clases se me iban sin pensarlo, entre que nos hacía descubrir buenos escritores, hasta que nos daba los mejores consejos que alguna vez recibí respecto al examen de ingreso a la universidad, era una persona a la que le importaba su trabajo y siempre admiré eso, explicaba las cosas con anécdotas y con ejemplos ingeniosos, aquello era como estar escuchando una historia mientras daba la clase, el conocimiento entraba a mí y a mis compañeros sin esfuerzo y en aquellos momentos en donde muy pocas cosas eran claras respecto a mi futuro, saberme deseoso de ser un profesor fue lo que mantuvo a flote en medio de la incertidumbre.

Naabot mo na ang dulo ng mga na-publish na parte.

⏰ Huling update: Dec 29, 2021 ⏰

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