Treinta y cinco: Princesas.

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―¡Sora! ― la llamó alegremente una muchacha de cabellos rojos siendo seguida por una rubia.

―¿Qué sucede Kairi, Naminé? ―

El chico castaño estaba en el jardín mirandl algunas mariposas que revoloteaban en las rosas, teniendo una sobre uno de sus dedos al momento de girarse hacia las chicas.

―¿Puedes ayudarnos con algo? ― la dulce voz de la rubia se escuchó.

―Hum... claro, ¿qué sucede? ― el chico solo movió suavemente su dedo para hacer que el insecto fuera hacia las flores.

―Ven. ― la chica pelirroja sonrió con... ¿malicia? Y tironeó de la mano del chico para llevarlo al interior del castillo.

Durante el trayecto hacia, suponía, la habitación donde la pelirroja se quedaba durante su estadía, se encontraron con el príncipe Axel, que al ver la cara que tenía su hermana menor, no hizo más que susurrar algo que, supuso una vez más, iba hacia él.

"Suerte pequeño."

Luego de eso se comenzó a preocupar.

―Hum... Kairi... ¿para qué me necesitas..? ― preguntó, intentando no sonar nervioso.

―Ya verás, Sora. ―

Por primera vez en su vida sintió miedo de lo que parecía ser una dulce e inocente sonrisa.

El chico solo dirigió una mirada de auxilio hacia la rubia, pero ésta solo alzó los hombros e igualmente le sonrió con ternura.

"¿En qué me metí?"

~♡~

¡Me niego! ― lloriqueó el castaño que, ahora se acercaba a la puerta de la habitación.

―¡Vamos, Sora! Por favor.― la pelirroja lo miró con unos ojos se súplica, a la vez que se encogía en hombros.

―¡¿Por qué debo ser yo?! ― se quejó, aún manteniéndose cerca de la puerta.

―¡Porque eres el único que lo puede hacer! ― habló Naminé esta vez.

―¡¿Qué hay de ustedes?! ― en realidad no sonaba a un grito, más bien su voz era de un tono nervioso y avergonzado.

―Nosotras no nos parecemos, ya telo expliqué. ― defendió la pelirroja.

―¡¿Y acaso yo sí?! ―

―De hecho... sí, te pareces bastante.― rió un poco la rubia.

―Por favor Sora, solo esta vez.― suplicó de nuevo Kairi.

―Con todo respeto, me niego.― volvió a lloriquear.

―Bien... ¡entonces te lo ordeno como princesa del reino de Tréboles!― esta vez la voz de la muchacha sonó firme, tal tono que Sora hasta ahora no conseguía.

―¡No uses tu posición para esto! ¡Y recuerda que yo sigo siendo un príncipe también! ― Se quejó.

―De hecho... los príncipes y princesas se pueden dar órdenes entre sí... ― murmuró Naminé, que realmente tenía ganas de reírse de la situación.

―No me ayudas Nami...― chilló Sora.

―Lo siento. ― soltó una pequeña risita, le causaba ternura el apodo que le había puesto el castaño.

Pasaron un par de discusiones más, y al final, por el hecho de que Sora se negaba a pelear con las princesas, (maldiciendo su carácter naturalmente amable), terminó por ceder a su petición.

Un corazón perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora