[VEINTE]

658 37 10
                                    

Josh.

Lo admito; a la hora de dormir, soy horrible. Bueno, más que nada porque duermo muy profundo y no me entero de nada.

Es horrible tener que activar tres alarmas porque no te despiertas con una, pero no es tan horrible no despertarte por los gritos de tus padres.

El caso es que, cuando Leah empieza a moverse entre mis brazos, me despierto. Al principio sonrío y la miro, pero cuando estoy a punto de volverme a dormir veo que está llorando.

Espera... ¿Está llorando?

Le aparto el pelo de la cara y en efecto, veo sus mejillas empapadas. Escucho sus sollozos.

— Leah. — murmuro flojito, tocando su hombro. No funciona. Evidentemente que no funciona. Sigue negando con la cabeza y gritando un nombre sin parar. Y su respiración. Es acelerada, demasiado.

— Detente por favor. —dice con la voz más rota que he escuchado jamás.

— Leah, es un sueño. Estoy aquí. — coloco una de mis manos en su mejilla y acaricio esta.

— No por favor. No sigas.

— Leah, cariño. Soy yo, Josh.

Como si mi nombre y mi contacto le quemaran, abre los ojos y se separa de mí, de golpe. Acabamos cada uno en una punta de la cama. Ella en el lado derecho, con la respiración agitada, las mejillas llenas de lágrimas y su mirada llena de terror. Yo en el lado izquierdo, con la mente llena de dudas y ansiando respuestas de qué acaba de pasar.

— Tengo que ir al baño. — dice rápido.

Soy incapaz de decirle nada más y es cuando la puerta de la habitación se cierra que me siento la persona más estúpida del mundo. Debería decirle algo.

¿Debería?

¿Y qué se supone que debo decirle?

Es evidente que ella no va a querer hablar de esto.

Mierda. Me levanto lo más rápido que puedo de la cama y voy hacia el baño. Por supuesto, no es una tarea fácil, la mayoría de las luces están apagadas, de modo que solo soy capaz de ver mis pasos por la luz que se filtra en las ventanas. Y el otro problema es que tampoco sé cuál es la puerta del baño, pero la puerta de Leslie se encuentra entreabierta, así que me paro delante de la única puerta cerrada que queda.

— Leah. — le digo, a través de la puerta—. Sé que estás ahí.

No contesta, pero aun así oigo su respiración acelerada.

— Leah, soy Josh.

¿Y quién va a ser sino?

— Lo sé. — murmura flojito desde el otro lado de la puerta.

—No me refiero a eso. — aclaro—. Me refiero a que soy Josh Hill, una de las personas más inseguras de la Tierra, aunque tú no lo creas. Puedes contarme cualquier cosa, y sabes que nunca te juzgaré. O puedes simplemente decirme que no estás preparada para hablar de ello aún y tampoco insistiré jamás. O si quieres, podemos comer algo mientras vemos una de esas películas que te encantan.

— Odias las películas de miedo. — murmura.

Pero las vería todas por ti.

— Tampoco las odio tanto. Solo me dan un poco de mal rollo, peor ya está.

La puerta del baño por fin se abre, y veo a Leah, con una coleta mal hecha, los ojos aguados y sus cejas alzadas.

— ¿Un poco?—dice, cuestionándome.

— Creo que puedo soportarlo. — me acerco a ella un paso. Ella da otro paso hacía mí.

Y entonces me abraza. Al principio me quedo totalmente quieto, porque sus brazos alrededor de mi cintura se sienten mejor que nunca y porque jamás imaginé que alguien me abrazaría de esta manera. Como si se estuviera aferrando a mí.

Llora. Escucho a Leah Thompson sollozar y aunque sus llantos me parten el alma y no sé qué hacer para que se detengan, solo acaricio su cabello y le digo una y otra vez que yo voy a estar aquí pase lo que pase y que puede contarme cualquier cosa.

Cuando ella me suelta, volvemos a la habitación en silencio. Nos volvemos a tumbar en la cama, en la misma posición que estábamos antes: su cabeza en mi pecho y mi brazo abrazando sus hombros.

— ¿Sabes? — dice después de varios segundos de silencio. — Me encantaría poder hablar de ello. De todas las pesadillas y los ataques de ansiedad. De verdad que sí. Pero aun soy incapaz de decírselo a nadie. Nunca se lo he tenido que explicar a nadie. Ni siquiera a mi psicóloga, porque ella leyó mi expediente.

—No tienes por qué hacerlo. — le contesto—, explicarlo, me refiero. No tienes por qué explicarlo si no quieres o no te sientes preparada.

Pasan varios minutos hasta que vuelve a hablar.

— Josh. — me llama—. ¿Aún quieres ver esa película de miedo?

Me quedo inmóvil. ¿Para qué habré dicho yo algo?

(...)

— De verdad que estoy preocupado por ella — le digo a Hayley—. No sé por qué fue esa pesadilla, pero parecía realmente asustada. Y lo peor de todo es que soy tan estúpido que no supe qué hacer.

— Todos sois estúpidos, créeme. — cierra su taquilla de golpe y me mira—. Yo creo que lo que Leah necesita es tiempo. A mí tampoco me ha contado nunca la razón de sus pesadillas, y eso que en mi casa ha tenido muchas. Pero creo que lo que necesita es un tiempo, sin que nadie le pida explicaciones. Cuando ella se sienta preparada para hablar de ello, lo hará.

— Vale. No voy a presionarla, solo quiero que esté bien. Hoy ha estado distraída en todas las clases. No quiero insistir más, porque entonces sí se enfadará conmigo. Le he preguntado mil y una veces si todo está bien y aunque es evidente que no me dice que sí. También le he dicho que si necesita cualquier cosa me lo diga, pero sigue afirmando estar bien.

Hayley se acerca a mí y coloca una mano en mi hombro.

— Tranquilo, Josh. Yo me encargo. Tengo la solución perfecta para eso. Noche de películas y pizza. Solo... No le des más vueltas, ¿sí? Leah va a estar bien, lo prometo.

Asiento. Hayley me da un pequeño abrazo antes de ir a su siguiente clase y yo, como no tengo ninguna clase más a la que asistir, decido irme a casa. He de admitir que al principio la idea me asusta aun poco, pues no sé ni cuánto tiempo levo sin ver a mi madre y a mi padre ni siquiera quiero verlo. Pero, aun así, me las arreglo para llegar hasta mi habitación pasando desapercibido, excepto por Chloe que viene apenas dos minutos después, para preguntarme si todo está bien. Le respondo que dentro de lo que cabe sí está bien. Entonces me espero cinco minutos a que baje a la planta de abajo, y saco mi guitarra del armario. No toco una canción en concreto, si no que algunos acordes.

No soy consciente de que mi madre está en casa hasta que escucho sus gritos y sus pasos. No me da tiempo a reaccionar, antes de que pueda guardar la guitarra, la puerta se abre y su cara con una mezcla de sorpresa y enfado me recibe.

— ¿Desde cuándo tienes un guitarra?

Mierda.



JOSH & LEAH [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora