Capítulo 1: Mudanza

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Mudarse a Tokio era una decisión que no podía tomarse a la ligera. Un matrimonio recién iniciado tenía demasiadas cosas en las cuales pensar. A saber: dónde vivirían, de qué vivirían, cómo se repartirían sus deberes, sus obligaciones, cuándo tendrían tiempo para salir, para divertirse e incluso para ellos mismos. La planificaciones tardó semanas, casi un mes, en terminarse.

Tanto Ranma como Akane consiguieron becas. Él, una deportiva. Ella una académica. El dinero que sus padres le dieron sería suficiente para, sumado a sus ahorros personales, mantenerse muy bien por unos cinco meses. Pero ¿Y después? No podían seguir contando con que sus padres pagarían todos sus impuestos. Debían independizarse.

Ranma primero pensó en dar clases de artes marciales pero, ser maestro y pupilo no eran una buena combinación. La universidad traería demasiados deberes y era, además, la prioridad. Los empleos de medio tiempo resultaron ser más factibles y hasta ideales para el tiempo que dispondrían.

Así pues, la primera semana en Tokio los dos buscarían empleo como posesos. Habían tenido la prudencia de mudarse dos meses antes de que iniciaran las clases en la universidad. Tendrían el tiempo de irse acostumbrando a sus nuevas vidas.

Con dinero, ropa en maletas, pertenencias en cajas, y tras miles de besos y abrazos de despedida, Ranma y Akane se subieron al camión de la mudanza, listos para irse y empezar de cero.

El camión había dejado las cajas de cartón en el loving del edificio, el regordete conductor se despidió alegando que lo demás ya no era su trabajo. Ranma maldijo por lo bajo esperándose una respuesta parecida, al menos el botón—un muchacho delgado, joven y tímido—si era servicial y apareció con un diablito para ayudarle a llevar todas las cosas al piso cinco.

Entre los dos distribuyeron bien los deberes. Mientras él y el muchacho subían las cajas, Akane iba abriéndolas y acomodando las cosas en sus respectivos lugares. Aunque la chica no tenía precisamente un buen gusto en lo decorativo, previamente los dos acordaron dónde iban a ir las cosas para no tener ni problemas ni discusiones por eso.

Las cajas al fin se acabaron, Ranma bajó del diablito la última, no muy grande, lanzado un suspiro de satisfacción. Se quito un poco de sudor de la frente y volteó a donde el chico, sonriéndole.

—Muchas gracias—le dijo entonces—¿Cómo dijiste que te llamabas?

—Me llamo Hiroshi—respondió. El pálido niño sudaba demasiado, y mechones de cabello negro se le pegaban al rostro.

—De verdad gracias ¿Qué edad tienes? Me pareces muy joven para trabajar.

Hiroshi bajó la cabeza con algo de vergüenza.

—Tengo veintiún años, señor.

—Oh…

No parecía tener más de dieciséis.

—¿Quieres una limonada, Hiroshi?—preguntó Akane al chico, apareciendo con una sonrisa y charola en manos—Te la mereces por tu arduo trabajo.

El joven miró el reloj y descubrió que, ayudándolos, tardó cuatro largas horas. Tenía sed, hambre y ahora se explicaba su cansancio. Akane puso en una mesita la charola, que tenía tres vasos largos llenos de limonada fresca y un plato con emparedados (una de las pocas cosas que podía preparar sin que quienes lo comieran salieran intoxicados).

—Gracias cariño—le dijo Ranma, agarrando un emparedado y comenzando a comer.

Dudando un poco, Hiroshi se animó para agarrar una limonada y probar el sándwich. No sabía nada mal. Mientras le daba otra mordida, miró a la pareja. Al ayudarlos notó que se trataban con genuino cariño, y se llevaban bien. Pero viéndolos no podían tener más de veinte años. La curiosidad era demasiado grande y se animó a preguntar.

Ranma 1/2: ¿Una vez más?Onde histórias criam vida. Descubra agora