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Hice la cena para tres a regañadientes, mi padre nunca había estado tan contento desde hace mucho tiempo, y yo no había estado tan molesto como hoy. Estaba tan enojado que perdí toda la timidez, como si entrara en escena en una obra y tuviera que encarnar a un personaje que ha tenido uno de los peores días de su vida.

El sonido que producía los cubiertos con los platos era aminorado con la eufórica conversación de aquellos dos. La sonrisa de mi padre me causaba alivio, ya que casi siempre estaba afligido o de mal humor cuando lo dieron de baja en el ejército. Él odiaba pasar tiempo en esta casa, supongo porque todo le recuerda a la terrible perdida de mi madre, de que tenga que dormir en la misma habitación donde ella paso gran parte de su enfermedad. Pero esta noche, él estaba de lo más contento de estar en la casa, acompañado por ese adolescente casi adulto.

Tobías también se la pasaba en grande, generalmente siempre estaba serio en la escuela, pero hoy había sonreído por más tiempo de lo que mantiene su expresión neutra. Lanzaba miradas furtivas hacía mí, y yo las evitaba clavando mis ojos en el plato de comida.

Luego de cenar y limpiar, creí que Tobías se despediría, pero mi padre lo invito al salón. Aproveche el momento en que los dos se alejaban de la cocina y me fui a mi habitación, con la esperanza de que Tobías se fuera sin necesidad de que yo me despidiera.

Me tumbe a la cama y hundí mi rostro contra la almohada. La insistencia de Tobías no era nada comparada con la noticia de Colbyn, amigo de mi papá desde la academia militar. El ser más despreciable que he conocido.

–Hanzel –llamó mi padre.

Me puse en pie y camine hasta llegar al salón. La estancia era pequeña, con un sofá de tres asientos frente al televisor, y dos butacas. Algunos cuadros colgados en la pared y la chimenea en la que Tobías estaba sosteniendo un vaso lleno de alcohol, examinando con gran interés los retratos en la repisa.

–¿Dónde te habías metido? –dijo mi padre sentado en el sofá–. No puedes dejar solo a tu invitado.

–Es tu invitado –replique–, a estas horas ya ningún amigo mío está en la casa. Así que se convirtió en el tuyo.

–¡No seas grosero! –exclamó mi padre. Tobías seguía dándome la espalda, aun admirando las fotografías.

–¿Eso es alcohol? –pregunté–. Papá, el es un menor de edad y te vas a meter en problemas con sus padres si se enteran.

–Tranquilo –mi padre hizo un gesto lánguido con la mano–, Tobías esta emancipado.

–¿Emancipado? –repetí.

–Que puedo hacer cosas de adultos –dijo Tobías dándose la vuelta.

–Sé que significa –le espeté–, pero puede ser una mentira para que bebieras.

–Es mi responsabilidad, no la tuya –replicó mi padre– Además, Tobías se ha ofrecido para ayudar con algunas pequeñas averías de la casa –sonrió y lo miró–. Le estaba contando cuando averiguaste como arreglar el lavado del cuarto de baño en youtube y al momento de la acción casi inundas la casa –soltó una carcajada y Tobías solo sonrió, tenía la mirada fija en mí, como si supiera que en cualquier momento yo iba a estallar.

–Tobías es solo un simple compañero de estudio. Él no pinta nada en esta familia, no es mi amigo, y aunque me pareció excesiva su ayuda por haber pintado la fachada, ya le agradecimos, no quiero que les debamos favores a desconocidos.

–¡Hanzel –bramó mi padre– no seas grosero con nuestra visita!

–Está bien, señor Mayer –dijo Tobías serenamente–. Hanzel, no hago esto para que tu padre y tú me deban favores, me gusta ayudar.

Mi AcosadorOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz