R E C O R D A R

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Hay ciertas líneas que no debe cruzar, Emilio se lo recuerda constantemente.

Pero sabe muy dentro de él, que aunque algo le grita a los oídos que está mal, no le importa. Porque no le importa que esté bien o que esté mal. Joaquín le enseñó a no preocuparse por lo que los demás consideran correcto, porque las multitudes también se equivocan. Lo cierto es que no puede culpar mucho a Joaquín por enseñarle algo que sabía debía aprender más tarde que temprano. No puede culparlo cuando si hay algo que quiere, sea lo que sea, lo tomará sin dudarlo, porque así es él y así ha sido siempre. Joaquín también le mostró que la vida es demasiado corta para dejar que las reglas de etiqueta te detengan, para que la moral te ate de manos. La gente bien, las señoras de peinados y pómulos altos, los caballeros de traje y abultadas cuentas bancarias pueden fruncir el ceño y sacudir la cabeza, pero Joaco nunca se ha privado de nada tampoco, nunca ha dejado pasar una oportunidad, nunca ha tenido que vivir arrepintiéndose por lo que pudo haber sido y no fue, y eso llegó hasta Emilio, para mostrarle lo que es vivir sin límites. Y lo había recibido de brazos abiertos.

Hasta ahora.

Porque hay ciertas líneas que no se atreve a cruzar.

No le importa lo que los demás puedan pensar de él. No le importan la opinión de su padre y sus amigos, no le importa lo que digan en la escuela a sus espaldas. No está seguro de que le importe realmente lo que pensaría su yo pasado. Él que ya tuvo su oportunidad y la dejó pasar, por inseguridad, por miedo, porque nunca pudo ser como Joaquín y simplemente tomar lo que deseaba sin pensar en las consecuencias.

Pero hay ciertas líneas que no debe cruzar, se recuerda.

No le importa lo que María pueda decir. Nunca se preocupó mucho por lo que una chica dijera después, siempre y cuando él hubiera obtenido lo que quería de ella antes. Usar y tirar, y no había razón para que cambie de idea ahora. Y sin embargo no se atreve a cruzar la línea. No se atreve a estirar la mano para acariciar sus cabellos, no se atreve a rodear su cintura con el brazo. No se atreve a inclinarse y besarlo en los labios una vez más, no se atreve a susurrar en su oído las cosas que se muere por decir. 

Hay ciertas líneas, sin embargo, que no se atreve a cruzar. No sólo por lo que puedan pensar los demás, no sólo porque  en realidad sí le preocupa la reacción de sus padres y amigos, ni siquiera porque él pueda rechazarlo. La razón por la que no se atreve, la razón por la que mantiene una distancia que se muere por salvar, es mucho más simple y a la vez, mucho más compleja.

Lo que él teme, lo que le paraliza y le impide actuar, es saber con toda certeza que una vez que cruce la línea, una vez que caiga en la tentación y tome con ambas manos lo que desea hace tanto, tanto tiempo, bastará probar una vez sus labios, su calor para volverse adicto. Sabe que una vez que lo tenga para sí no podrá soltarlo nunca. Y eso le aterra.

Entonces él sabe de nueva cuenta, que debe recordarlo. Que debe mantenerlo siempre consigo si no quiere perder la cabeza, y el corazón en el proceso. Que debe recordar los límites que el mismo colocó, que debe recordar la realidad. 

Sabe que debe recordar que hay límites, que hay ciertas líneas, que no se atreve a cruzar.

HETEROCURIOSO, emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora