C R E E R

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La ventana cerrada le lanza una visión realmente increíble del atardecer que resplandece detrás de las nubes negras, totalmente llenas, listas para soltar la contaminación que ha estado acumulando por meses de sequedad. Ni una tormenta, ni una mínima llovizna. Y por más extraño que parezca, Joaquín, al otro lado del salón de clases, también se siente así.

No ha llorado desde hace medio año. Ni una tormenta, ni una mínima llovizna. Y sus hombros le pesan más de lo normal, así como los párpados y el corazón. Se recarga sobre la palma de su mano, mirando sin ver realmente la luz rojiza que se escapa por los bordes de las nubes. 

La clase ha terminado al menos diez minutos atrás y hasta el profesor se ha ido, pero él no tiene ganas de salir también. Aún así, se levanta de su silla habitual y se dirige a paso pesado, con las zapatillas resonando contra las baldosas bien lavadas, hasta la banca a un lado de la ventana donde cada día se sienta Emilio. Y se hunde en la butaca que no es suya, pero que le abraza con una calidez y fuerza que sólo ese sitio le transmite. 

La noche no tardará en caer, y deberá irse a casa como todos los demás estudiantes, mas no puede despegarse del pedacito de Emilio que tiene para él cada tarde. Durante el día lo sobrelleva estoicamente, tranquilo y en calma, atendiendo a cada orden que le hagan. Acatando las reglas. Asistiendo a una clase tras otra. Al caer la noche, sin embargo, su coraza de hierro empieza a resquebrajarse cuando la duda y el miedo logran introducirse en él.

―No creo que pueda hacer esto―susurró.

Las palabras que han estado resonando en su cabeza desde aquella fatídica vez en que el mundo volvió sus ojos hacia él, por fama, por respeto, por nausea, las palabras que ha intentado borrar de su mente tan encarecidamente, las palabras que invaden sus pesadillas finalmente salen al exterior. Por un momento Joaquín espera que decirlas en voz alta lo libere de la pesada carga que lleva sobre sus hombros desde ese día terrible en que se aceptó abiertamente, que le brinde algún tipo de alivio.

No es así.

―Tonterías.

Joaquín se sobresalta ante la segunda voz y despega su vista de la ventana sólo para ver a Emilio en la butaca de enfrente, desparramado. Sonríe de lado y muestra un poco de confusión, pero no pregunta. No quiere incomodar.

»No hay nada que tú no puedas hacer, Joaco.

―Ojalá fuera más valiente―susurra.

―Eres lo suficiente.

―Tal vez más fuerte.

En cuanto lo escucha, Emilio vuelve su cabeza hacia él: con sus ojos chocolate fijándose en los suyos y hay una intensidad abrumadora en su mirada oscura que Joaco apenas puede resistir, y dice:―Ya lo eres.

Joaquín suspira con cansancio, porque en verdad le gustaría creer en sus palabras. Porque en verdad le haría muy bien en esos momentos. Porque quiere sentirse mejor. Porque quiere seguir, pero no puede. No le cree.

―Más normal.

―No tienes que serlo.

El cielo truena luego de la intensidad de las palabras que Emilio ha dejado salir de sus labios. Y Joaco piensa que es una jodida broma, porque en el momento en que el cielo comienza a descargarse, él también lo hace: llora como hacía mucho tiempo no hacía. 

―Las demás personas no parecen creer lo mismo, Emilio―casi escupe las palabras, enojado, pero ya no sabe a ciencia cierta hacia quién está dirigida su furia. Hacia él, que le endulza el oído sólo para después romperle el corazón. Hacia sí mismo, que tiene la enorme necesidad de creer en él aún con todas las pruebas en su contra. O hacia el mundo entero, que no le permite hacer de esas palabras realidad. Pero se siente realmente enfadado. Quizás esa sea la razón por la que las siguientes palabras escapan de su boca antes de que pueda detenerlas―. Y a veces, creo que tú tampoco.

Desearía poder retirar sus palabras tan pronto como abandonan sus labios, pero es demasiado tarde. El silencio se extiende entre ambos. Emilio se queda muy quieto y tieso por un momento, hasta que sus labios caen entreabiertos.

―Creo en ti.

Los grandes ojos llorosos se abren al doble, más sorprendido de lo que puede expresar ante la sinceridad abrasadora que ve en los ojos contrarios. Y es en ese momento, en que la calidez y reconforte que encuentra en esa banca se duplica, y la abraza, como si el mismo Emilio lo estuviera haciendo.

―¿Por qué?

Joaco no puede ver porqué él, quien ve hacia todas partes y a ninguna a la vez, quien analiza y observa, y desconfía, cree en él. Como si pudiera escuchar sus pensamientos, Emilio se levanta del asiento y camina dos pasos, rodeando el escritorio incluido a la butaca, y toma su mano entre las suyas.

―Creo en ti porque eres fuerte, aun cuando tú mismo no ves tu propia fuerza. Creo en ti porque mantienes el rumbo cuando todos los demás están perdidos. Creo en ti porque eres valiente. Creo en ti porque eres distinto. Pones las cosas en perspectiva y eres capaz de tomar la decisión acertada aun cuando sea la más difícil.

Y como la primera vez, la intensidad en su mirada quema sus ojos pero Joaco no puede apartar la vista.

»Puedes distinguir lo que está bien de lo que está mal y no temes seguir el camino correcto. Eres la fuente de inspiración de muchos chicos allí afuera, que están perdidos, y se sienten solos e infelices. Incluyéndome. Los escuchas y eres capaz de guiarlos cuando lo necesitan, eres compasivo y firme, tienes el corazón y la cabeza en el lugar indicado―Aprieta su mano fuerte entre las suyas, y la calidez que le brindan sus dedos ásperos parece extenderse por todo su cuerpo―. Tú eres , y para mí eso es más que suficiente.

Sus ojos no se apartan de los suyos y Joaco se da cuenta de que le es más fácil respirar, de que el miedo y la duda ya no oprimen su pecho, de que la pesada carga que ha llevado desde que se abrió al mundo se ha hecho tolerable aun cuando no ha sido quitada de sus hombros. Sus manos se dan vuelta y entrelaza sus dedos con los de el otro niño.

―Yo también creo en ti, Emilio.

Y algo en sus palabras, le llegan a su corazón. Como si pudiera penetrarlo. Como si pudiera ver dentro de él. Como si las pocas palabras escondieran que él sabía. Y ahora no sólo se trataba de Adrian, intentando unir cabos y sacar conclusiones apresuradas de su problema, de su secreto. Al principio él parece sorprendido, pero luego una sonrisa ilumina su cara.

Es posible que su esperanza sea tan sólo un grano de arena en un reloj donde el tiempo se desliza demasiado deprisa, es posible que sus esfuerzos sean tan insignificantes como la titubeante luz de una vela en medio de la tormenta más terrible. Pero aún la luz más débil brilla intensamente en la hora más oscura y ellos no dejan de estrecharse las manos mientras la noche cae a su alrededor. Porque se tienen uno al otro. Porque ahora, ya no tendrán que soportar ninguna tormenta, ninguna llovizna. Porque ahora no esperarán a llenarse, listos para soltar la contaminación que han estado acumulando por meses. Porque ahora ya no hace falta ser más valiente, ni más fuerte, ni más normal. 

 Porque ahora sólo falta creer en sí mismos, porque en él otro, ya está hecho.


HETEROCURIOSO, emiliacoWhere stories live. Discover now